Desde sus orígenes -tal como lo demuestra el volumen Camino a Macondo (2020)- la obra literaria de García Márquez configuró una cosmovisión mágico-realista de la realidad, cuya concreción máxima fue Cien años de soledad.  Es decir, de las orientaciones que se han distinguido de la literatura hispanoamericana, García Márquez se inserta en el sistema del realismo mágico. 

Texto e imagen por Eddie Morales Piña. Crítico literario.

Probablemente, la primera vez que leí a un incipiente narrador colombiano llamado Gabriel García Márquez, fue un cuento que se denomina Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, tal vez en una antología. Más tarde encontré el relato en un librito individual con un estudio de Ernesto Volkening (“el trópico desembrujado”). El texto lo tengo a la vista al instante de escribir esta crónica literaria. El mentado ejemplar lo compré en la Librería El Pensamiento de Valparaíso que se ubicaba en la calle Victoria. Ese fue el primer encuentro con la narrativa de García Márquez. En los tiempos de la enseñanza media leí la novela que lo encumbró a la fama que -según él- no le interesaba. Desde la lectura de Cien años de soledad (1967) comencé un camino en retroceso, es decir, la lectura de aquellos relatos que antecedían la gran novela. Hace poco tiempo, descubrí un texto que hizo lo propio: recopilar aquellas narraciones que estaban antes de la novela sobre los Buendía y Macondo como el cronotopo esencial de la historia.

La lectura y relectura de los textos de Gabriel García Márquez, permiten descubrir en el análisis ciertas constantes en el plano de la enunciación y del enunciado propios del discurso del autor colombiano.  Es evidente que los textos de García Márquez poseen esta coherencia interna resultante de cada uno de los estratos que los configuran como tales; sin embargo, en la narrativa de este autor -y aquí está a nuestro parecer el aporte significativo del autor colombiano a la literatura hispanoamericana contemporánea-, dicha coherencia se muestra también mediante la intertextualidad. En otras palabras, García Márquez desde sus inicios como narrador remitió sus historias a una constante reutilización de los elementos primordiales, que andando el tiempo configuraron lo que se denominó el estilo o el modo de escritura garcimarquiana, que terminó denominándose  realismo mágico.

En efecto, cuentos y novelas -previos a los cien años replantean con insistencia un mundo que sus otras novelas, sus otros cuentos ya nos han hecho conocer, y lo sobrecargan o lo niegan, lo vuelven a definir con caracterizaciones a veces contradictorias.  Ese pueblo, ese hombre, ese mar, ya han sido nombrados en un texto anterior; la nueva palabra que los nombra añade su luz o su bruma, llegando a delinear una imagen que se ofusca al mismo tiempo que se completa, en una fluctuación infinita.  Es decir, en la narrativa de García Márquez encontramos “un caso límite de diálogo consigo misma”, como si durante todo su quehacer escriturario hubiera estado escribiendo un solo libro.  Así, por ejemplo, en un relato de Los funerales de la Mamá Grande publicado en 1962, titulado “Un día de estos”, el autor trabaja sobre la base de la siguiente situación: el alcalde del “pueblo”, representante del gobierno, necesita arrancarse una muela podrida, pero el dentista es un opositor y, en un principio, se niega a realizar la operación.  Ante la amenaza del Alcalde, el dentista accede a extraerle la muela, pero lo hace sin anestesia, para que así el Alcalde pague dolorosamente las muertes provocadas en sus enemigos políticos.  Este mismo evento que en el cuento es manejado con extraordinaria concisión narrativa, García Márquez la amplifica en su novela La mala hora (1966)trabajando la idea del dolor de muelas del Alcalde y reutilizando los mismos personajes.  Por supuesto que en la novela el episodio adquiere connotaciones significativas distintas a las del cuento, mejor dicho, presentadas en forma mucho más acusadas, pues según la interpretación de Luis Harss el dolor de muelas es la manifestación del mal y de la mala conciencia del personaje, en tanto que para Vargas Llosa el dolor físico es símbolo de la violencia política en ambos episodios, pero más evidente en la novela. El sistema escriturario del autor colombiano instaura, en consecuencia, su propio sistema autosuficiente y autogenerador de nuevas experiencias y concreciones textuales que, en definitiva, constituyen un ejercicio creativo propio de la narrativa de García Márquez. 

Desde sus orígenes -tal como lo demuestra el volumen Camino a Macondo (2020)- la obra literaria de García Márquez configuró una cosmovisión mágico-realista de la realidad, cuya concreción máxima fue Cien años de soledad.  Es decir, de las orientaciones que se han distinguido de la literatura hispanoamericana, García Márquez se inserta en el sistema del realismo mágico.  La incorporación de la narrativa del autor a la orientación mágico-realista en la aprehensión de la realidad hispanoamericana, será la causa inmediata de los demás rasgos estilísticos y de las técnicas de sentido propias del sistema escriturario que plasmó el Premio Nobel de Literatura de 1982.  Sin embargo, como lo señaló Vargas Llosa en su estudio acabado acerca de los relatos del colombiano, precisamente desde sus primeras creaciones hasta la novela que lo puso en órbita planetaria (“García Márquez: Historia de un deicidio”, última edición 2021), el autor de alguna manera se encuentra ligado a referentes textuales de orden histórico-literario que el novelista y crítico peruano llamó los “demonios culturales”.  Ciertamente que en García Márquez la influencia de los códigos textuales de las novelas de caballería, así como del autor francés Rabelais, se hacen evidentes, como por ejemplo estas constantes narrativas de la “descomunalidad” y el “gigantismo” “aumentar cuantitativamente las propiedades de un objeto hasta provocar un ‘salto de cualidad”. Además del humor y la “proliferación anecdótica”. Otros rasgos escriturarios que se avizoran en sus primeras obras son, por ejemplo, la hiperbolización de los fenómenos naturales como la lluvia, la humedad, las alimañas, el calor, etc. La configuración de los espacios son lo que será Macondo y “el pueblo” que puede ser Macondo. Estos espacios están marcados con datos comunes que remiten a una indiferenciada geografía tropical (plantaciones de banano, estaciones de ferrocarril, calles polvorientas, ciénagas sin fin, selvas vírgenes).  También utiliza como técnica recurrente García Márquez en sus narraciones la apertura de los eventos en un aparente régimen anafórico”, es decir, se nos da la sensación de que la historia ya se ha iniciado; de esta manera, el narrador introduce al lector de inmediato en los hechos, como si éste ya estuviera en conocimiento de los antecedentes para entender cabalmente la historia. A veces, los desenlaces son truncos.  Otro componente del sistema escriturario que va desplegándose desde sus primeros cuentos hasta las iniciales novelas es lo carnavalesco.  En fin, Macondo antes de Macondo -y Macondo es Cien años de soledad está ya configurándose en los relatos que recoge el volumen que ha servido de referente para esta crónica. Allí están los primeros textos como el monólogo de Isabel, los cuentos que se aglutinan en el libro que lleva por título a la Mamá Grande y las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1966).

“Macondo no es un lugar sino un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver, y verlo como quiere” (GGM).

(Gabriel García Márquez: Camino a Macondo. Ficciones 1950-1966. Prólogo de Alma Guillermoprieto. España. Literatura Random House. 2020. 506 pág.).

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