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En el trasfondo de su producción literaria está la cosmovisión de índole social. Sus novelas pueden parecer livianas y jocosas, sin embargo, siempre hay detrás una perspectiva estructurante de crítica y denuncia societales

(Texto e imagen referencial, por Eddie Morales Piña. Crítico literario)

Han transcurrido algunas semanas de que el escritor chileno Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) obtuvo el Premio Nacional de Literatura correspondiente a este año. En el intertanto el que escribe pudo releer algunas de las obras del galardonado mientras el Covid se había hecho presente en su existencia. Debo confesar que desde que hizo su emergencia en el contexto de la narrativa chilena reciente, Rivera Letelier nos pareció un escritor interesante al que había que seguir su huella escrituraria. Creo, además, que tempranamente lo posicioné en el ámbito académico, pues cuando enseñaba literatura chilena en la universidad, lo ubicaba en un canon -es decir, en un listado de escritores/as en sus diversos géneros literarios- que los/as estudiantes debían conocer, leer y analizar. Como es bien sabido, el nombre del autor no siempre ha concitado el interés crítico y ha sido soslayado, aunque sus lectores/as lo privilegian como uno de sus preferidos. En más de una oportunidad, Rivera Letelier ha sostenido que él no escribe para los/as críticos/as literarios. Aunque parezca una perogrullada, ningún creador literario -pienso- que lo haga. Simplemente se escribe. Pero la afirmación de nuestro autor en comento no deja de ser significativa como una sentencia lapidaria que podría interpretarse como que no le interesa la crítica. Lo que estoy desplegando, de alguna manera, es una visión crítica e interpretativa de su narrativa que, sin duda, ocupa ya un espacio en la historia de la literatura chilena de los últimos tiempos.

El proyecto narrativo de Hernán Rivera Letelier se inscribe en una tradición escrituraria de la novela chilena. En el trasfondo de su producción literaria está la cosmovisión de índole social. Sus novelas pueden parecer livianas y jocosas, sin embargo, siempre hay detrás una perspectiva estructurante de crítica y denuncia societales. Por otra parte, se trata en conexión con lo anterior, de una literatura popular que recoge y pone en manifiesto situaciones sociohistóricas de un ámbito geográfico determinado, esto es, la pampa nortina y específicamente el tema de las oficinas salitreras que se transforman en el locus -lugar- privilegiado para ser narrado.

La modalidad narrativa que adoptan los relatos de Rivera Letelier no posee mayores complejidades en la estructuración de los eventos presentados en las historias. Habitualmente, se trata de narradores que desenvuelven el relato en una clásica triada de presentación, nudo y desenlace. Narradores omniscientes, o bien protagonistas de los sucesos. Lo interesante de la narrativa del autor está precisamente en este modo de narrar. Es como si estuviéramos como lectores/as ante la escucha de un relato oral. En este sentido, la voz narrativa que se desenvuelve como las antiguas narraciones de la tradición que se asentaban en la oralidad es una de las características del reciente Premio Nacional de Literatura y es lo que lo hace atrayente a los/as lectores/as. Dentro de este mismo contexto, está el lenguaje narrativo. La plasmación del lenguaje popular, de los dichos o de neologismos les dan una impronta significativa a las novelas.

Desde un punto de vista de las conceptualizaciones de Mijail Bajtin, sin duda, que la narrativa de Rivera Letelier se asienta sobre la base de un cronotopo esencial, un tiempo y un espacio, que se configuran en la presencia de la pampa y las salitreras, el desierto y sus habitantes, como lugares detenidos en el tiempo que son rescatados del olvido mediante la escritura creativa del autor. Probablemente, -y así lo ha afirmado Rivera Letelier- muchas de las historias fueron reales, pero han sido ficcionalizadas por la imaginación del escritor y el elemento añadido -Vargas Llosa, dixit. En uno de sus textos donde cuenta la génesis de su primer relato, La reina Isabel cantaba rancheras (1994), precisamente, alude al escritor peruano y recuerda aquel concepto fundamental en la teoría de la novela vargallosiana. Esta obra: Epifanía en el desierto (2020) -que no es un relato narrativo- se transforma en una especie de poética, es decir, revela el modo cómo se concibió aquella primera novela y cómo aquellos elementos estructurantes se han ido replicando en las obras siguientes. “El desierto es una cantera inagotable de historias como esta”, dice un personaje en Los trenes se van al purgatorio (2000). Efectivamente, es de esta cantera de donde nacen los relatos de Rivera Letelier. A veces, unas pequeñas historias dentro del relato mayor se transformarán más adelante en el pivote de una novela. El texto narrativo recién mencionado es una creación literaria donde Rivera Letelier sostiene la historia en una atmósfera propia del realismo mágico. Dentro del contexto bajtiniano, no cabe dudas que las nociones del carnaval, la parodia, lo lúdico se hacen presentes no sólo en esta novela sino en varias de ellas.

La recreación estético-literaria de un espacio y tiempo históricos es ineludible en la narrativa de Hernán Rivera Letelier: Santa María de las flores negras (2002) es una suerte de novela histórica muy bien trabajada y elaborada desde el primer capítulo, con la mención de los jotes sobre el techo de la casa de Olegario Santana, uno de los protagonistas de este relato que recrea los sucesos de la masacre de la Escuela Santa María de Iquique en 1907. Los capítulos finales, especialmente cuando se arremete contra la gran huelga de los obreros salitreros y se asesinan cerca de tres mil personas -hombres, mujeres y niños- es trepidante. El narrador es como una máquina fílmica que va capturando los diversos momentos de la matanza.

Por otra parte, no podemos dejar de mencionar que Rivera Letelier ha incursionado en un peculiar formato de novela policiaca. En realidad, el Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda nos adentran como investigadores en misterios ocultos dentro del mismo contexto del ambiente pampino con narradores que nos atrapan como lectores en una acción narrativa en que se desea el desenlace y descubrir la verdad.

La epifanía de Hernán Rivera Letelier no es más que la manifestación definitiva de un autor de la literatura chilena que está posicionado como un escritor que ha logrado ocupar un espacio en el canon con novelas y relatos carnavalescos que ya son insoslayables.

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