El libro nerudiano se fue construyendo paulatinamente hasta llegar a la conformación con que hoy día lo conocemos. No cabe la menor duda que el Canto General tiene una modulación textual que responde a una forma específica de la creación poética a la que Neruda adscribía.

Crónica literaria de Eddie Morales Piña

A estas alturas de la historia de la literatura universal y, especialmente, de la poesía lírica nadie puede negar la importancia capital que tiene en este devenir histórico, la presencia insoslayable del poeta chileno Pablo Neruda. Con una obra gigantesca que abarca casi sesenta libros, el Premio Nobel de Literatura 1971, ha sido y seguirá siendo leído y estudiado desde diversas perspectivas críticas que comenzaran con el famoso texto Poesía y estilo de Pablo Neruda publicado en 1940 por el Amado Alonso hasta las más recientes aproximaciones como las de Alain Sicard o René de Costa, sin olvidar los aportes imprescindibles de Jaime Concha, Hernán Loyola, Pedro Lastra, por nombrar algunos de los estudiosos chilenos de la obra nerudiana, lo que suman una cantidad impresionante de análisis e interpretaciones de su poesía. La obra nerudiana escrita desde 1923 con Crepusculario hasta 1973, además de los textos póstumos, conforman una verdadera biblioteca que lo hace ingresar al canon occidental (Harold Bloom, dixit), y en consecuencia, universal. Dentro de esta descomunal obra poética, se encuentra el libro Canto General, publicado en 1950; por tanto, este año cumple setenta años desde su emergencia.

En la historia del Canto General se debe tomar en consideración, precisamente, el momento en que emerge como un gran poema épico. En este sentido, el poema nerudiano –porque eso es, un extenso poema que contiene a su vez distintas instancias poético-líricas-, se conecta con la más antigua de las formas escriturarias: la epopeya que posteriormente se rearticulará como cantar de gesta en el Medioevo o épica culta en el Renacimiento y en el Barroco, hasta llegar a la escritura del poeta neohelénico Nikos Kazantzaki con Odisea. Miguel Castillo Didier, experto en la literatura neohelénica, dice refiriéndose a la escritura de este texto de Kazantzaki que es “una obra gigantesca, proteica, poliédrica; extraordinariamente compleja y sin embargo llana a veces como un sencillo romance o canto popular”; la misma certeza se puede aplicar al Canto General. Neruda entronca de este modo con la más rica tradición de la poesía; no deja ser significativo que la primera palabra con que denomina la obra es, precisamente, canto.

El libro circuló clandestinamente en Chile en una edición planificada por el Partido Comunista. La primera versión es mexicana. En una entrevista a Américo Zorrilla por el escritor y periodista José Miguel Varas, aquel le manifiesta que tuve conocimiento concreto de esa empresa del Partido en una reunión a la que se me citó y en la que participamos tres personas: José Venturelli, un compañero a quien llamaré Pérez (se encuentra en Chile) y yo”. Efectivamente, el libro de un tamaño sorprendente en cuanto a su formato (27 x 19 cms) y al número de páginas (468), se publicó en Chile –como dijimos, clandestinamente-, y Neruda recibió un ejemplar en París mientras participaba en un homenaje a Picasso. Zorrilla confiesa que Neruda “habló, contó con mucha emoción la forma en que se había editado en Chile el Canto General, mostró el libro y, finalmente, se lo regalo a Picasso. En cuanto terminó el acto, se lo quitó, diciéndole que era el único ejemplar que tenía”.

El libro nerudiano se fue construyendo paulatinamente hasta llegar a la conformación con que hoy día lo conocemos. No cabe la menor duda que el Canto General tiene una modulación textual que responde a una forma específica de la creación poética a la que Neruda adscribía. Aunque parezca pedante decirlo, en dicho texto hay una estructura estructurante que tiene que ver con la concepción de la obra de arte literaria siguiendo los parámetros propios del realismo socialista; en este sentido la estructura estructurada, es decir, el objeto mismo llamado Canto General deviene en una poesía que está al servicio de una causa popular e ideológica. Las señales, códigos y cronotopos que uno va descubriendo en su andadura narrativa –porque siguiendo la huella de la épica clásica, la perspectiva que adoptan los hablantes líricos es la enunciativa, en primer lugar-. Lo anterior no quiere decir que no estén presentes las otras dos formas de las actitudes líricas, pues hallamos la apostrófica y la carmínica en este libro descomunal donde pareciera que Neruda se desborda como creador.

No vamos a repetir lo que la crítica ha manifestado de este Canto General; sin embargo, desde una perspectiva de la lectura histórica del escrito nerudiano, sin duda, que estamos frente a una acción escrituraria que tiene un trasfondo político. Es una lírica comprometida, apelativa y denunciativa desde una voz que asume múltiples voces del continente americano y de Chile, en particular. En este sentido, Neruda era consecuente. Hasta el final de sus días, esa voz del poeta comprometido con las luchas populares se mantuvo fiel: no hay que olvidar que “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena” fue publicado en febrero de 1973, en medio de un país convulsionado. En el prólogo decía Neruda: No tengo remedio: contra los enemigos de mi pueblo mi canción es ofensiva y dura como piedra araucana (…) Esta puede ser una función efímera. Pero la cumplo. Y recurro a las armas más antiguas de la poesía, al canto y al panfleto usados por clásicos y románticos y destinados a la destrucción del enemigo”. La relación intertextual entre lo que el poeta escribe en 1973 en este prólogo a uno de sus últimos libros en vida y la propuesta escrituraria del Canto General, son evidentes. La obra de 1950 es una amplia visión de la Historia de nuestra América desde antes de que llegaran los conquistadores hasta el presente del proceso enunciativo, es decir, 1949-1950. Es evidente que el largo poema nerudiano –que como dijimos es, a su vez, múltiples modulaciones poético-líricas- podría ser un antecedente de las escrituras narrativas latinoamericanas que advienen desde 1970 y se incrementan luego desde la fecha del quinto centenario del “descubrimiento” de América o del “encuentro de dos mundos”, como se le denominó también: la nueva novela histórica. Canto General es una obra que nos presenta como un friso amplio la historia de nuestra América desde una mirada no oficial; la perspectiva que adopta el (los) sujeto (s) lírico (s) es desde una mirada crítica y revisionista de la lectura oficial: “Yo estoy aquí para contar la historia”.

Desde la óptica de la estética de la recepción literaria, sin duda, que el proyecto transformado en obra literaria de Neruda tuvo un lector histórico preciso. Un lector real y concreto que pudo descifrar las claves del libro. Pero este como obra de arte mantiene su plena vigencia, por cuanto lo que Neruda cantó, denunció y reveló siguen siendo problemáticas después de setenta años. Desde esa misma teoría de la recepción literaria, podemos sintonizar cómo se apreció la obra aproximadamente veintidós años después de su emergencia clandestina. Así, por ejemplo, en noviembre de 1972 –un mes después de haber obtenido el Premio Nobel- una revista llamada Hechos Mundiales. Grandes reportajes a la historia universal, le dedicaba el número sesenta al poeta combatiente del amor y del pueblo. Cuando se refiere a Canto General el autor del reportaje escribe que “es la creación máxima del poeta (…) inmensa cantera, fundamento de una cultura, esta obra está destinada a convertirse en un instrumento de educación para todos los chilenos, en el mismo sentido que lo fueron y lo siguen siendo los libros clásicos de la Antigüedad y de los Tiempos Modernos”.

Con ocasión del cuadragésimo aniversario de la primera edición se hizo en Chile una “reedición artesanal clandestina de homenaje” a aquella con ilustraciones de José Venturelli. Es una edición facsimilar de la que ahora cumple setenta años. El ejemplar me lo llevó un antiguo librero a la oficina de la universidad que ocupaba en el tercer piso a comienzo de los años noventa, conjuntamente con una serie de fotografías del poeta en diversos instantes de su vida.

Probablemente, la mayor parte de los lectores/as conocen la musicalización de Alturas de Machu Picchu, llevada a cabo por Los Jaivas: el hermoso poema que pertenece a la segunda parte de las quince que conforman el libro y que da cuenta del pasado americano prehispánico (“antes de la peluca y la casaca/ fueron los ríos, ríos arteriales…”). Seguramente, todos conocen los primeros versos del canto XII, “Sube a nacer conmigo, hermano/ Dame la mano desde la profunda/ zona de tu dolor diseminado…”. Y más de alguno sabrá que el compositor y músico griego Mikis Theodorakis musicalizó también la obra que recordamos.

Todo esto y mucho más está en este texto nerudiano que trasciende el paso del tiempo.

Por admin

Deje su comentario en su plataforma preferida