Probablemente, Juan Eduardo Díaz (San Bernardo, 1976), el autor del libro de poemas que comentaremos se recordará de forma inmediata de la expresión mester dentro del ámbito de la creación poética en los tiempos medievales. Lo sostengo porque el poeta Díaz fue mi discípulo en las aulas universitarias y le dirigí su tesis sobre un vate modernista. En el transcurrir del tiempo, pude conocer que él siendo un estudiante, además, era un poeta. Creo haber conocido una buena parte de su obra y le habré comentado o presentado algunos de sus poemarios. Por tanto, cuando supe que era el autor ganador del Premio Revista de Libros en el género de la poesía lírica no me sorprendió, pues su producción poética presagiaba que en algún momento se haría acreedor de un galardón relevante como este en sus treinta y un años de existencia. El libro se denomina Manual de Carpintería.

La palabra mester dentro del ámbito de la poesía -de la poiesis medieval- significaba el arte u oficio de los juglares y los clérigos. Por eso es por lo que se distinguía entre el mester de juglaría y el de clerecía. Entre ambos hubo diferencias de estilo, de temáticas y de estructuras, pero en definitiva el primero contaminó al segundo estéticamente. El concepto de mester es muy preclaro para indicar el trabajo de la creación poética. Estimo que Juan Eduardo Díaz, tal vez sin pensarlo, en el proceso escriturario de su poemario destinado a un concurso de poesía incurrió en la vieja palabreja del mester, pues en una entrevista una vez que era el ganador manifestó que mi oficio y experiencia están en la poesía”. El oficio del creador en segundo grado -como decía Huidobro-, de aquel que hace del lenguaje una nueva creación están presentes en el ministerium del poeta Díaz: “Cuatro/ son las tareas esenciales de la construcción/ el templo/ el salón de té/ el mueble/ y el puente. // Cuatro son los carpinteros/ la especialidad/ la mano/ la madera/ el oficio”.

En este libro de poemas, el oficio, el quehacer, la tarea que es el referente está dado sobre la base de otro ministerium, de otro mester, humilde y sencillo como el del carpintero. Cuando he leído este poemario imposible -para mí- no hacer una conexión con el Hijo del carpintero. Aquel que desde niño aprendió el oficio de su padre putativo: la carpintería. Una de las formas en que se le conoció precisamente fue por este oficio del trabajo de la madera. Es muy interesante la relación que establece el poeta Díaz entre el ministerium de su padre con la poesía que se ensambla con su propio trabajo mediante el lenguaje poético, más allá de las relaciones con la carpintería japonesa que es como el trasfondo que uno como lector visualiza en el poemario y que explícitamente el poeta deja en evidencia en las notas a pie de página y en el uso de palabras de aquella tradición: Kanna/ acaricia la madera,/ el carpintero mueblista jamás pensaría/ en el uso del papel de lija.// La hoja fija a treinta grados/ en un trozo de roble blanco/ y al calce de la mano…. El poeta advierte que la palabra Kanna en japonés es un tipo de cepillo carpintero. La intertextualidad que establece entre el oficio de su padre mueblista -el que trabaja con la madera- y el mester poético -el que trabaja con el lenguaje- es evidente. El poemario es, por cierto, un homenaje al progenitor a través de las palabras -del lenguaje poético-, que van tematizando diversas instancias de aquel oficio de la carpintería, pero que en el enunciado poético se transfiguran en otra realidad donde la madera adquiere un sentido metafórico del quehacer preciso del mester del poeta Díaz: Las manos de mi padre/ dejaron de parecerse a las mías/ las manchas negras desaparecieron/ la resina se ha traspasado a la letra/ que delinea quiromántica mis palmas/ y la punta de mis dedos. Al lector/a le llamará la atención el título del poemario: Manual de carpintería. En realidad, en la creación poética -literaria en general- el autor/a es libre de denominar a su obra como le plazca. En este caso, la palabra manual es un término que está adscrito al ámbito semántico de lo más inmediato, contingente o de utilidad práctica. Muchas de los objetos que utilizamos en la vida vienen acompañados de un manual donde encontramos las instrucciones para manejarlos y ponerlos en acto. El poeta Díaz de forma eficaz saca el concepto de donde está encapsulado y lo traslado a la realidad poética. Es como un guiño a la escritura cortazariana en las famosas instrucciones contenidas en las historias de los cronopios y las famas. Se trata de hacer una relación inmediata entre dos mesteres, el de su padre y el suyo. El oficio aprendido o aprehendido se transforman en el manual poético: madera y poesía se engarzan como una sola realidad, no existe distinción entre uno y otro: A fin de cuentas/ toda la antigüedad que pueda soportar la madera/ se sienta junto a mí/ a la mesa/ y lo noto.

La imagen de la portada está muy bien diseñada, pues el centro de esta es la imagen de un cepillo para cepillar madera. Todo aquel que conoce esta herramienta sabe en qué consiste y para qué sirve. También se la denomina garlopa. Los cepillos de carpintería permiten al que trabaja la madera ir rectificando y puliendo para emparejar o rebajar superficies; a medida que se pasa el cepillo/garlopa van emanando las virutas y el aserrín de la madera. La portada así nos lo muestra. Las virutas metafóricamente son los versos que emergen del proceso escriturario y del pulimiento del lenguaje del hablante poético. El aserrín es lo que se desecha, aunque también pareciera ser una especie de abono de la escritura de la poesía de Juan Eduardo Díaz.

Efectivamente, el poemario es una muestra palmaria de un aprendizaje vivencial que se trasmuta en imágenes, cadencias y tonalidades a las que el poeta Díaz nos tiene acostumbrados. Su poesía es prístina y musical -la poesía siempre estuvo unida al sonido de la lira- y las estructuras versales nos van envolviendo como si estuviéramos frente a un aedo, a un juglar o a un trovador. En el poemario no hay nada que esté demás. El pulimiento, el uso de la garlopa o el cepillo funcionan a cabalidad en la plasmación de las palabras que conforman el imaginario del manual de carpintería. Juan Eduardo Díaz se convierte en el artesano de la palabra cadenciosa que nos hace palpar y oler la madera poética en su transitar por la vida que -según él lo atestigua- se asienta en la poesía como un hilo existencial. En este devenir aparece el carpintero japonés que le da la tonalidad casi mística o espiritual a su escritura. La madera como el sustento vital del mester del poeta Díaz es la presencia de lo natural, del Oikos, de la casa donde aprendió el valor del oficio del padre: Todas las cosas lindas de madera en el mundo/ eran fabricadas por él. La composición escrituraria del poemario está hecha sobre la base de tres instancias donde el poeta agrupa los textos pulidos por la garlopa: serrado por cuarteo, serrado radial y serrado plano. Para los lectores/as neófitos en el asunto de la carpintería, el poeta aclara en una entrevista que son realizados según el uso de estas maderas para construcción, para mueble, para instrumentos musicales o para objetos de decoración. Todo lo anterior responde, sin duda, a la forma como van saliendo a la luz los poemas: Un mueble/ perdurable y capaz de ser la pieza/ que falta en el salón de té, / una visión particular del espacio/mucho antes de ser un objeto preciso. // Esa es la tarea del carpintero mueblista. // Cuando él ya no esté, alguien observará/ el secreto gesto, el obsequio/ la posibilidad de una segunda vida/ al árbol de la infancia”.

En definitiva, el texto de Juan Eduardo Díaz no hace más que corroborar que estamos frente a un poeta que ha ido afianzando su voz y escritura de manera sobresaliente y es insoslayable al enfrentarse a la poesía lírica chilena de los últimos tiempos más allá de haber ganado un premio por su mester.

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