El título del poemario de Daniuska González está centrado en el sustantivo, aunque el adjetivo está antepuesto. El núcleo es la vigilia. Este concepto alude a la situación de estar despierto en horas destinadas al sueño. La vigilia es un estar atento -como con las lámparas encendidas– a la espera de alguien, sin olvidar también que tiene una connotación religiosa.

Crónica e imagen por Eddie Morales Piña, crítico literario.

La portada de este libro de la poeta Daniuska González (Cuba, 1967, reside en Chile desde 2014, es académica, crítica y ensayista cubano-venezolana) es un paratexto muy significativo para lo que va a venir después en la textualidad de las páginas del poemario. Como bien sabemos, todos los rasgos escriturarios de una obra tienen un sentido. En este caso estamos en presencia de una portada donde en primer plano aparece una silla de color verde y detrás hay una pared de una tonalidad parecida cuya pintura está resquebrajada. En la parte superior está el título y otros datos bibliográficos. La silla vacía simbólicamente indica la ausencia de alguien, pero también puede señalar el lugar de quien ha sido interrogado -es decir, un banquillo. Mientras que la pared muestra el deterioro y el abandono de un espacio vital.

El título del poemario de Daniuska González está centrado en el sustantivo, aunque el adjetivo está antepuesto. El núcleo es la vigilia. Este concepto alude a la situación de estar despierto en horas destinadas al sueño. La vigilia es un estar atento -como con las lámparas encendidas– a la espera de alguien, sin olvidar también que tiene una connotación religiosa. La vigilia, en este caso, es completa; es decir, la hablante lírica no puede ni quiere conciliar el estado de la no vigilia. La hablante como se advierte cuando se entra en el proceso de lectura deviene en unos ojos que transparentan situaciones existenciales cuyos ejes temáticos son el dolor, la expiación, la culpa, el remordimiento, la violencia, pero también la esperanza. El deterioro que ilustra la portada se complementa con el color verde -o una tonalidad de este color, que metafóricamente nos lleva a la esperanza, a pesar de que los motivos líricos que apunten a lo contrario.

La poeta Daniuska González a través de la hablante lírica, estructura su escritura sobre la base de nueve segmentos escriturarios donde se ubican los poemas que -como hemos señalado- tienen una carga semántica en que se trasunta un estado de ánimo -como lo señalaba Pfeiffer- dentro del espacio del dolor. Creo que el poemario es una muestra poemática de dicha condición humana que no sólo se asume desde la propia individualidad de quien se despliega como persona de la enunciación, sino además de quien sabe contemplar los otros dolores, aunque estén distanciados en el tiempo. Los tres primeros segmentos son como un racconto donde la hablante experimenta la ausencia de un hijo (in) deseado que recurrentemente se hace presente en la memoria como un ser imposible de soslayar y donde el dolor se entrecruza con la culpa. La omnipresencia del hijo contrasta con el olvido del esposo lo que queda demostrado en la página en blanco donde no hay palabras. El tercer segmento focaliza la atención en la casa. Esta es el espacio vital primordial, el lugar de la habitalidad, sólo que, en este caso, nada quedó para el sostenimiento.

El cuarto segmento que se denomina Las heridas ahonda en las profundidades de las experiencias recónditas de la hablante lírica. El lector/a del poemario se va adentrando en una atmósfera cada vez más opresiva: Crecí escuchando sus respiraciones agotarse. / En mí sobrevive un dolor que todavía maúlla. La lectura va in crescendo en este sentido, pues el quinto núcleo nos lleva a momentos existenciales donde el dolor se profundiza, duele demasiado la herida en que me convierte, confidencia la enunciante mientas nos va develando una experiencia traumática que nos recuerda a Frida Kahlo y sus heridas, donde el bisturí hunde su filosa punta para dejar luego las huellas de sus incisiones en la piel en las cicatrices que siempre perduran y traen el recuerdo.

Las caídas -el título del segmento sexto- es notable. Como dice la hablante, hay muchas maneras de caer, como el suicidio. La caída tiene una denotación física; efectivamente, aquí se tematizan algunas como la reescritura a partir de una fotografía, pero más relevante son las caídas existenciales. Como las de un asesino que se goza en el descuartizamiento de Elizabeth Short. El poema se llama La dalia negra y la voz lírica se traspasa a la víctima: sólo vi el círculo de la cuchilla desfigurando mi piel frente/ al destello; al asesino: Se llamaba Elizabeth Short. / Tenía un rostro hermoso; y al forense: Como otras que llegan a la morgue, / condenadas de antemano.

El séptimo segmento tematiza espacios diversos como lugares del Japón, de Praga, de Valparaíso y Nápoles-Pompeya. Después de ir avanzando por círculos casi dantescos antes de llegar al Séptimo cielo, la hablante se detiene, capta como en una cámara fotográfica otras percepciones de apreciar el mundo; se nos da un respiro ante la violencia y se trasluce la paz del Santuario de Toyokuni: En este templo los pies son el silencio, de ahí su irrevocable desnudez; o la visión derruida del Hotel Echaurren en Valparaíso, que en su precariedad es una repisa para el viento áspero. Un poema destacado es Los (otros) amantes de Pompeya a partir de un epígrafe versal de Fabio Morabito: Ir a Pompeya. / Dejar que las ruinas desgasten mi recuerdo (…) La lava descenderá pronto. / Será como aquietar en mí toda la ausencia.

Los paisajes móviles es el título que tiene el octavo segmento y contiene diez poemas centrados en un tren. La imagen del tren siempre indica el viaje, el tránsito, el pasaje -en el sentido de pasar de un espacio a otro. El segmento escriturario también es notable y tiene su propia impronta. Es como si nos hubiéramos alejado de los círculos anteriores donde la violencia y el dolor campeaban. La hablante lírica describe en estos poemas los paisaje principalmente del Japón. Este país desde el punto de vista poético, sin duda, que tiene connotaciones especiales, pues nos lleva a la paz y a la tranquilidad, a los duraznos en flor, y a la meditación budista, a pesar de Hiroshima y Nagasaki, que quedaron como las ciudades martirizadas por la desmesura humana: El tren atraviesa los arrozales de los campos de Nagoya./ La paciencia se guarece bajo pequeños sombreros/ que se mueven como epigramas sobre mi ventanilla.

Finalmente, el noveno segmento nos lleva nuevamente al principio. La violencia encarnada e institucionalizada en Auschwitz-Birkenau, los siniestros espacios de exterminio de miles de personas en los campos de concentración nazi. El título del segmento es muy acertado al poner la palabra álbum, pues este concepto alude a lo fotográfico. El álbum es como un libro que encierra significados que se muestran mediante las imágenes capturadas por la lente de una cámara. Mirar un álbum es volver a vivir lo que está en quienes se revelan ante el que observa: El zapato se aferra a esta colección estéril, / muestra su pertenencia a una mujer que lo lució con / premura coqueta. El álbum de Auschwitz es, sin duda, un testimonio poético sobresaliente.

En síntesis, con este libro la poeta Daniuska González confirma su quehacer lírico como una de las voces significativas en el concierto de la poesía chilena e hispanoamericana.

(Daniuska González: La completa vigilia. Santiago-Barcelona: RiL editores-Aérea/ Carmenere. 2022. 96 pág.).

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