¿Ha llegado el momento de descomprimir la olla de presión de la “política de los acuerdos” que tuvimos que soportar mientras se intentaba en vano constreñir a los militares, desde 1990?


Danilo Alarcón. Director de Espacio Regional.

No es capricho alguno. La estabilidad económica con arreglos políticos en la medida de lo posible, que marcó los años 90 y 2000, agudizó la concentración de la riqueza en la minoría y los trabajos surgidos en adelante (si bien ocuparon a gran parte de chilenas y chilenos), en aspectos nominales no subieron los sueldos, salarios y estipendios que nos hicieran hacer creer que éramos los jaguares de América Latina.

Prueba de ello es el reciente estudio de la Fundación Sol, «Los verdaderos sueldos de Chile», dio a conocer que 7 de cada 10 chilenos gana menos de $550.000 líquidos, por lo que reciben menos que el salario promedio nacional. Y que el 50 % de los trabajadores chilenos gana menos de $380.000. Ni hablar del género femenino, que la investigación precisó que un 84,1 % de las mujeres que tienen un trabajo remunerado gana menos de $700.000 líquidos.

Esta caída sostenida en el tiempo de los ingresos de la población conlleva al sobre endeudamiento. Otro estudio, “XXI Informe de Deuda Personal Universidad San Sebastián – Equifax”, ya en junio de 2018 nuestro país registraba 4,48 millones de deudores morosos. El monto promedio de la morosidad es de $1.621.944. Y la última Encuesta de Presupuestos Familiares (VIII EPF) del INE, arrojó que más del 70 % de los hogares está endeudado.

Entonces, ¿dónde está el crecimiento? ¿Dónde está el mundo de fantasía que nos hace ver el gobierno de turno (hoy Sebastián Piñera), que la economía favorece a los trabajadores y trabajadoras? Claramente, si hubo generación de empleos, son con arreglo al exiguo sueldo mínimo ($288.000 a enero de 2019), que no refleja la realidad del costo de la vida, si le sumamos cien mil pesos más. La economía no debe dejar de lado su realidad pujante y tiene que serlo. Pero, el costo para nosotros, los de a pie, las micro y pequeñas empresas, las carencias de salud y previsión (sumada a la arremetida para que los profesionales a honorarios la costeen con la retención de impuestos), la mercantilización de la educación que no se ha resuelto ni siquiera con la trabada desmunicipalización. Ni hablar de los recursos naturales solo para exportar, como el Litio.

Y no, no es el discurso típico para intentar o justificar una oposición por el hecho de joder la existencia. Es la realidad con cifras y hechos concretos de algo que se viene arrastrando y el binomio de la derecha y los ex gobiernos de centro izquierda que disfrutaron lo acomodaticio de estar en el sitial que los ciudadanos expresaron por medio del voto. El desgaste y descrédito ha sido tal, que cada vez menos gente acude a votar. Y cunden los cantos de sirena y reformas de todo tipo… ¡de los mismos sectores gobernantes y que gobernaron!

Ahora, ¿qué se espera este 2019? Una ciudadanía más empoderada de lo que realizó en 2018. En las calles, en las universidades, en las zonas de sacrificio, en el feminismo, en la diversidad de género, en la desidia con los pueblos originarios. Pero ahora, en cohesión con las fuerzas políticas de verdad, no las que añoran la repartija del poder y que de eso, ya tenemos suficiente, tras estos 28 años de dominio absoluto del mercado sin la regulación debida, para que el Estado pueda fortalecerse más y corrija sus propios errores. Y una oposición de verdad, aterrizada, que asume y lidere los territorios y las comunas. Es hora del discurso común. Y del proyecto común y consolidado. Es urgente. Y no, no es ánimo de venganza. Es hora de poner las cosas en orden, con los actores indicados.

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