Recientemente hemos recibido de la autoría de Garay dos libros que no se cobijan dentro de los parámetros de la ficcionalidad. Es decir, pertenecen a otros espectros de la escritura, a pesar de que en el transcurso de las modulaciones escriturarias se hacen presente las estructuras propias de lo literario. En otras palabras, estamos afirmando que en las dos obras en su constitución textual se aprecia la retórica que proviene de la ficcionalidad.

Texto e imagen, por Eddie Morales Piña, crítico literario.

El autor de los dos textos que comentaremos brevemente son de autoría de Gonzalo Garay (Concepción, 1973), abogado de profesión quien ha ejercido la judicatura civil y penal en ciudades del sur de Chile. Aparte de este dato de su condición como hombre de leyes y del ámbito del derecho, Garay es un escritor de letras que no tienen nada que ver con aquel espacio tan especial donde priman los artículos, parágrafos y códigos destinados a dictar sentencias. Desde nuestra perspectiva, este pareciera ser un mundo frío que no tiene nada que ver con la literatura o el mundo ficcional.

Entre paréntesis, cuando siendo un joven que había dado la prueba de aptitud académica para entrar a la universidad, el puntaje me daba para ingresar a estudiar Derecho, pero mi vocación más fuerte era la pedagogía. Así lo hice. A través de ella, mi relación con la literatura se hizo esencial. Otro paréntesis, andando el tiempo, el Código de Derecho Canónico se hizo presente por mi condición de clérigo y hubo un punto de inflexión entre literatura y derecho, en este caso eclesiástico.

Pues bien, Gonzalo Garay -aparte de ser un hombre de códigos- es un escritor sobresaliente en el espacio de la escritura literaria. A él lo conocí -escriturariamente hablando- por su novela Candy, Candy, Candy (2022) y dicho relato me demostró que estaba ante un creador de ficciones interesante.

Recientemente hemos recibido de la autoría de Garay dos libros que no se cobijan dentro de los parámetros de la ficcionalidad. Es decir, pertenecen a otros espectros de la escritura, a pesar de que en el transcurso de las modulaciones escriturarias se hacen presente las estructuras propias de lo literario. En otras palabras, estamos afirmando que en las dos obras en su constitución textual se aprecia la retórica que proviene de la ficcionalidad. Lo anterior no es un demérito, sino, por el contrario, un acierto. Se trata ni más ni menos que el entrecruzamiento de las formas escriturarias, lo que es común en la posmodernidad. En sentido estricto, los dos textos están dentro de los ámbitos de la escritura testimonial, aunque también podríamos connotarlos como ensayísticos.

La obra que lleva por título El Griego (2023) es un relato donde Gonzalo Garay incursiona sobre los márgenes de la escritura de al lado. Se trata de un texto cuya referencialidad está situada en la intrahistoria del autor. El/la lector/a se enfrenta a un tipo de discursividad que despliega sobre la base de recursos ficcionales el devenir del tiempo de los antepasados. El texto se lee casi como una novela, pero esto es engañoso, no es un relato ficcional. Es un texto donde la memoria ocupa un lugar central.

Estamos como lectores/as ante una narratividad testimonial. Memoria e historia están indisolublemente unidas y el testimonio se fija como una piedra angular donde el sujeto que rememora o sigue la huella de un antepasado se transforma en el testigo de una vida. El relato sigue los pasos de un ascendiente, en este caso el abuelo de quien aparece como el enunciante en la primera persona en la discursividad: Gonzalo Garay. Podríamos decir que es como el protagonista que va en busca del ancestro -que, en realidad, es el héroe de la acción. El abuelo es El Griego. La conexión está en el apellido Bournas, que es el materno del autor. Evangelos Bournas Maryolu es el Icaro que decidió volar, pero que no quemó sus alas como el personaje mítico. Este código explica la portada de la obra.

Para comprender y entender el origen, el nieto realiza un periplo que lo llevará a Grecia, entre otros espacios, donde encontrará el sentido de lo griego familiar, juntamente con las implicancias de la tía Mary, quien escribía y también había sido una trashumante. La presencia de su voz a través de sus textos y testimonios de quienes la conocieron es un acierto. Esta voz poética se conecta con la propia voz del narrador que sigue una huella escrituraria.

El otro texto de Gonzalo Garay se titula La vida de los otros. Desvaríos y reflexiones desde el estrado (2023). La portada es provocativa como el de una novela policiaca negra –hard -boiled– del género noire. Un hombre sentado mira fijamente al lector/a mientras empuña en su mano derecha un arma. Sobre el estrado hay un martillo de aquellos que usan los jueces -un mazo, signo de la autoridad judicial. Es un detalle pictórico, pues hay que afinar la mirada para captar dicho objeto junto a algunos legajos. El título es decidor. Efectivamente, quien ejerce la judicatura tiene en sus manos el destino de los otros que están sujetos a una sentencia absolutoria o condenatoria. El subtítulo tiene dos conceptos que se contraponen, el desvarío y la reflexión. Todo este paratexto, creo, que posee un sentido lúdico e irónico. El libro, al igual que el anterior, está divido en varios segmentos que son identificados mediante los números cardinales.

Cada una de estas secciones van tematizando diversos aspectos de la vida de una persona que ha ejercido la judicatura. El/la lector/a ingresa a un espacio desconocido para el común de los mortales. Es el poder judicial. La categoría textual de esta obra de Garay derechamente está dentro de los márgenes del ensayo con atisbo del género referencial de las memorias. Efectivamente, son las reflexiones de un hombre de Derecho que va revelando diversos momentos de su paso por este espacio hasta las razones que tuvo para dejar el cargo de juez. Garay no duda en explicitar cuánto le cargaba ser relator.

La escritura de Garay es interesante, pues logra envolver al lector/a con una discursividad o una retórica que es literaria -no en el sentido poético-ficcional, sino como un constructo donde el enunciado transparenta la otra cara del exjuez Garay: es un escritor, así se nos muestra en los códigos de escritura como el humor y la ironía, historia y anécdotas que van saliendo a la luz en medio de otras que atañen directamente a la judicatura o a teorías jurídicas. La relación que establece entre Derecho y las Artes, entre ellas la Literatura, son sorprendentes. La redacción de sus fallos judiciales tiene que haber pasado por un cedazo para que no se vislumbrar su condición de narrador. Me temo que de todos modos la escritura le fluía como ante la escritura de una novela.

En definitiva, nos encontramos frente a dos obras muy interesantes que no dejarán indiferentes al potencial lector/a. Gonzalo Garay es un escritor que se desplaza airosamente entre diversos formatos escriturales.

(Gonzalo Garay. El Griego. Temuco: Ediciones Facultad de Educación, Ciencias Sociales y Humanidades. Universidad de La Frontera. 2023. 222 pág.// La vida de los otros. Desvaríos y reflexiones desde el estrado. Santiago: Trayecto Editorial. 2023. 151 pág.).

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