No cabe la menor duda que Benjamin es uno de los pensadores centrales del siglo XX como lo sostiene la historiografía en torno a su persona y a su obra. El advenimiento del régimen nazi fue una hecatombe: la confiscación de su biblioteca, el centro neurálgico del pensamiento, que para él era un tesoro debió haber sido un verdadero desastre

Eddie Morales Piña. Crítico Literario.

La primera vez que oí hablar de Walter Benjamin fue en un curso de la universidad en los inicios de la década del setenta del siglo pasado. Su nombre aparecía asociado al del dramaturgo alemán Bertold Brecht, el creador del teatro épico antiaristotélico. No sé porqué ambos intelectuales se transformaron en una especie de amigos literarios de quien escribe esta crónica. A Brecht le leí una buena parte de su producción dramática donde me impactó “Galileo Galilei”, “El círculo de tiza caucasiano”, “Madre Coraje y sus hijos”, “La ópera de dos centavos”, “Antígona”, entre otras piezas. Probablemente, esta fue la razón que cuando vi un libro titulado “Brecht: ensayos y conversaciones”, publicado en Montevideo en 1970 por Arca Editorial, no dudé en adquirirlo. El autor de la obra era Walter Benjamin y la compré siendo estudiante universitario en la Librería El Pensamiento, que estaba ubicada en la calle Victoria de Valparaíso. Creo que este fue el primer texto que tuve de Benjamin. A partir de ese momento le seguí la huella y me transformé en un benjaminiano. El mencionado texto, sin duda, que ahora es una pequeña joya bibliográfica digna de un coleccionista como le gustaba a Benjamin.

Walter Benjamin nació en Berlín el 17 de julio de 1892. Cuando vino la persecución de los nazis contra los judíos, Benjamin se refugió en Francia en 1933; sin embargo, cuando este país fue ocupado por la Alemania nazi, Benjamin trató de dirigirse a Estados Unidos, para ello atravesó España, pero al verse acorralado en la frontera franco-española decidió suicidarse. Este sino trágico le ha dado a su existencia un aura especial. Un intelectual, un pensador, un escritor que sólo buscaba desentrañar los sentidos de todo aquello que le rodeaba y cuya única arma era la inteligencia, se vio enfrentado a la barbarie que le llevó a terminar con su vida. Sin duda, que la mejor manera de conocer a una personalidad como la suya es a través de sus escritos que paulatinamente se fueron divulgando, mostrando la estatura moral y ética que sustentaba su quehacer vital. El intercambio epistolar que tuvo con Erich Auerbach –el autor de un clásico de los estudios literarios y filológicos como lo es “Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental”– nos revela a ambos intelectuales cultivando una rica amistad unidos por la búsqueda del saber y del conocimiento.

No cabe la menor duda que Benjamin es uno de los pensadores centrales del siglo XX como lo sostiene la historiografía en torno a su persona y a su obra. El advenimiento del régimen nazi fue una hecatombe: la confiscación de su biblioteca, el centro neurálgico del pensamiento, que para él era un tesoro debió haber sido un verdadero desastre. El método escriturario de Benjamin transita por lo filosófico y lo estético. Su escritura es transparente y dilucida diversos aspectos de la realidad que él con ojo crítico va interpretando. Lo interesante de su trabajo intelectual es que abarca múltiples temas; todo le resulta un hallazgo digno de ser abordado. El trabajo de la cita como método compositivo es un acierto que en el día de hoy se revaloriza. Su pasión de coleccionista de postales y otros objetos como signos de cultura, es relevante. Todo para Benjamin era apasionante: la fotografía, los juguetes, la ciudad en su materialidad y simbolismo (en los últimos tiempos se puso de moda nuestro autor, precisamente por este tópico: mirar y observar a la ciudad –para él París, era la ciudad- y descubrir sus sentidos simbólicos y estéticos). La figura del flaneur, del paseante, es un aporte estético en su modo de apreciar a la ciudad. Todos los objetos –aunque fueran aparentemente banales- tenían para él significado.

Un intelectual de la envergadura de Benjamin –que resulta puesto en acto en los recientes estudios literarios y/o culturales, al igual como en su momento le ha pasado a Mijail Bajtin-, no trepidó en su quehacer histórico recurrir a uno de los medios tecnológicos como lo fue la radio para dar a conocer y divulgar sus investigaciones, y llegar así al mayor número de personas. Si nos vamos al presente, no creo que un medio de comunicación como la radio u otro de las modernas tecnologías –incluida la televisión- esté dispuesta a darle a un crítico literario, como lo fue Benjamin, alrededor de veinte minutos para que explaye sus ideas. El consumismo actual apunta a otros requerimientos donde el arte y la literatura se ven como objetos inoficiosos e inútiles que no son productivos.

La lectura de un libro que recoge parte de los más de cien programas de radio donde Benjamin desplegaba en un estilo directo, sin alardes estilísticos ni menos de complejidad teórica, nos muestra esta faceta tan especial de ser un educador. Es el profesor que les enseña a los jóvenes especialmente acerca de diversos tópicos. Cuando se refiere a un tema desarrolla la historia casi como una narración literaria. Hay una retórica literaria detrás como, por ejemplo, el clásico tópico de despertar el interés del lector –en este caso del oyente. Se nos dice en el libro “Juicios a las brujas y otras catástrofes” (2015) que no hay registro de la voz de Benjamin de estos interesantes temas radiales que abordó. Como se argumenta en el posfacio, “el trabajo de radio le permitió desarrollar, experimentar y probar sus teorías sobre la cultura de los medios y la posición variable del productor cultural y del intelectual en ella”. Mientras que George Steiner –fallecido hace un tiempo- sostiene que “Benjamin fue uno de los primerísimos intelectuales y críticos de la cultura que evaluaron en su justa medida el papel de la radio”.

Para terminar, le dejo la palabra a Walter Benjamin en la apertura de su programa radial acerca de “La caída de Pompeya y Herculano”: “¿Oyeron hablar alguna vez del Minotauro? Se trata del abominable monstruo que vivía en medio de un laberinto en Tebas…”.

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