En el contexto de la novela contemporánea y dentro de las múltiples variables que esta ha tenido en el devenir del tiempo, sin duda, que la denominada novela de espionaje resulta ser una de las formas que ha gozado de las preferencias lectoras. Probablemente, esta guarda una cercanía con la novela policiaca -también en sus distintas formulaciones escriturarias-, el punto en común es que siempre hay un agente implicado en la resolución de un conflicto o un enigma. La diferencia está en que la novela de espionaje habitualmente hay un individuo encubierto que se sumerge en un espacio ajeno donde deberá investigar y entregar datos claves a quienes son sus mandantes.

La novela de espionaje resulta ser, por tanto, un relato que da cuenta de las peripecias de un sujeto que bajo una aparente simplicidad en su forma de ser como personaje esconde una personalidad al servicio de un país o potencia, cuya finalidad es recabar información sobre distintos aspectos del otro espacio donde está inmiscuido. El espía es una persona que trabaja secretamente. De manera silenciosa, el espía busca obtener información. Todo lo anterior, sin duda que está asentado en la experiencia real. El espionaje siempre ha estado presente en la realidad real -valga la redundancia- sólo que en la literatura se transforma en una tipología literaria. Es factible rastrear dicho personaje en la narrativa universal, pero en la contemporaneidad es que el prototipo del espía -sea varón o mujer- se convierte en un modelo ficcional. Sin embargo, hay una contraparte. Así como desde los griegos clásicos existe el antagonista, en esta modalidad discursiva hay contraespías, de tal manera que el relato se transforma en una suerte de maniqueísmo donde los deslindes éticos o morales tienden a difuminarse. Lo mismo sucede en la novela policiaca. Las novelas de Ian Fleming que tuvieron un éxito editorial con el agente al servicio de Su Majestad llamado James Bond -que luego se convertiría en un ícono al ser traspasado al cine con Sean Connery- resulta ser un relato híbrido donde se mezclan distintos ingredientes o códigos narrativos para dar como resultado unas novelas donde la intriga pone énfasis en un agente con una superioridad que logra avasallar a sus contrarios mediante la tecnología incipiente; el héroe, Bond, se desenvuelve entre el erotismo, la violencia y con un humor británico en sus acciones.

El desarrollo de la novela de espionaje tuvo una proliferación en las primeras décadas del siglo pasado cuando el mundo se transformó en una forma dicotómica sobre la base de lo que se denominó la Guerra Fría. Las dos potencias que emergieron después de la Segunda Guerra Mundial dividieron el orbe en dos espacios irreconciliables. La presencia de los espías y contraespías se hizo habitual. La imagen del Muro de Berlín fue metafóricamente la muestra indeleble de dicha partición que era ideológica entre “buenos” y “malos”. Lo dicotómico se transformó en el constructo de una forma de ser. La novela de espionaje, en consecuencia, será resultado de dicho contexto. Fue la estructura estructurada de una cosmovisión de mundo de la era contemporánea.

Dentro de este imaginario es que se puede situar la novela titulada El espía que surgió del frío del escritor británico John le Carré, nacido en 1931 y que sirvió en el servicio de inteligencia de Gran Bretaña durante la Guerra Fría. Lo más probable es que esta experiencia haya sido el pivote -o la estructura estructurante- que le sirvió de acicate para escribir esta novela que en su momento de emergencia tuvo un éxito extraordinario. El relato es de 1963. En otras palabras, la novela tiene sesenta y un año desde que fue publicada por primera vez. Una lectura en el siglo XXI de este texto puede ser una experiencia lectora gratificante o frustrante. La primera opción tiene que ver conque el horizonte de expectativas del lector coincida con la propuesta discursiva de John le Carré, lo que es casi imposible. Para ello hay que actualizar los códigos del relato que están detrás, es decir, el contexto de la Guerra Fría y todas sus consecuencias en la historia de la humanidad. La segunda alternativa es que simplemente la novela está desgastada por el paso del tiempo donde como una imagen simbólica el Muro de Berlín ya no existe. El argumento es bastante simple. El espía Alex Leamas asiste al asesinato de su último agente muerto de un disparo por los guardias de la RDA -desaparecida-. Leamas ha sido el responsable del espionaje inglés en la Alemania Oriental. Como una forma de vendetta, un innominado personaje nombrado Control le ofrece la oportunidad de atrapar a Mundt, personaje principal de los servicios de inteligencia de la República Democrática Alemana. Entre los personajes aparece George Smiley que se convierte en la narrativa de le Carré en un actante habitual. El relato se desenvuelve morosamente donde los códigos de la época se hacen presentes y le quitan agilidad narrativa al texto. En la contratapa de la novela, Graham Greene -también un escritor británico autor de una novela insoslayable denominada El poder y la gloria– sostiene que es la mejor historia de espías que jamás he leído. Probablemente fue así en el instante en que la novela se hizo presente. Una lectura en este tiempo posmoderno del texto ficcional de John le Carré acusa el paso de los años. Se nota un tanto desgastado y su lectura no logra atrapar. El desenlace es previsible y para quienes la lean no es necesario indicar cuál es. La novela está en el imaginario colectivo porque en 1965 se hizo una versión o adaptación para el cine que tuvo por protagonista al actor británico Richard Burton. Mi primera aproximación a la aventura de espionaje de Alex Leamas fue, precisamente, la película; después vino la lectura y esta relectura de la novela de John le Carré, quien falleció en el año 2020.

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