Son dos textos de distintas facturas escriturarias, pero que ambos aúnan lo esencial: la poesía es y será la mejor manera de entender de que el arte -en este caso, la literatura- nos salvaguarda de la noche oscura -San Juan de la Cruz, dixit. Los poemarios pertenecen a las poetas Teresa Calderón y Leonora Lombardi, ambas nacidas en el mismo año.

Crónica e imagen cedida por Eddie Morales Piña, crítico literario

Escribo esta crónica literaria en un día de junio a comienzos del invierno. Es una jornada fría y lluviosa. Estamos viviendo y sobreviviendo a una pandemia que lleva mucho más de un año como si se hubiese quedado para siempre entre nosotros. Ha sido -y sigue siendo un tiempo- en que nos hemos acostumbrado a convivir con la muerte, la hermana muerte como la denominó el Pobrecito de Asís. Sólo que ella siempre ha estado y sólo ahora la humanidad ha tomado conciencia de su estar. En medio de esto que pareciera ser tan sombrío, opaco y desesperanzador, sólo los libros y el arte en general pueden salvarnos de caer en el sinsentido. La literatura es una de las maneras que tenemos de acceder a un espacio y atmósfera distintos a los tiempos de pandemia -parafraseando a García Márquez. La poesía lírica dentro de los márgenes de la creación literaria, sin duda, que siempre ha sido una vía para llevarnos a experimentar la apropiación estética del mundo, aún en medio de cualquier adversidad. En relación a lo anterior, recientemente hemos leído dos libros de poesía lírica que nos hacen reflexionar acerca de nuestro estar en el mundo. Son dos textos de distintas facturas escriturarias, pero que ambos aúnan lo esencial: la poesía es y será la mejor manera de entender de que el arte -en este caso, la literatura- nos salvaguarda de la noche oscura -San Juan de la Cruz, dixit. Los poemarios pertenecen a las poetas Teresa Calderón y Leonora Lombardi, ambas nacidas en el mismo año.

La obra de Teresa Calderón (La Serena 1955) lleva por título “Eslabones (2020)”. La portada del texto es sui generis, pues en su condición de paratextos nos abre a la lectura: allí están los libros lo que nos confirma la idea del primer párrafo que hemos redactado. Los libros en el espacio de una ciudad conformada por altos edificios, lo que se vislumbra en la imagen. Luego la autora ha denominado al producto de su escritura con una palabra realmente poética en sí misma -aunque contiene también significaciones ominosas, porque el concepto eslabón nos recuerda a una cadena y estas siempre han estado asociadas una pena, a una culpa que pagar. Pero también tiene un sentido positivo porque los eslabones relacionados con las cadenas aluden al espacio oracional en la cultura judeocristiana y en las otras manifestaciones religiosas. Desde esta perspectiva, el libro de Teresa Calderón es -no me cabe la menor duda- una forma de conexión oracional, porque las claves escriturarias que se nos van desplegando a través de la lectura son ineludibles. El prólogo de Thomas Harris es también una pista. El contexto de la escritura de la obra de la poeta es el más de un año de pandemia que estamos experimentando. La poeta Teresa Calderón se sitúa en este estar en la existencia 2020, y lo primero que se nos aparece es una frase que para el cristianismo es fundamental: Eli, Eli, lama Sabachtani. Esta es una de las siete frases que Cristo pronunció en su agonía en la Cruz. La hablante lírica siente el abandono de Dios. La primera parte del poemario de las tres que lo conforman es la reescritura del Vía Crucis. Las catorce estaciones son los eslabones. Este segmento de la obra de Teresa Calderón es verdaderamente excepcional, como en la decimotercera donde tiene el encuentro con su padre Alfonso: “Me mira como me miraba/ en la casa de San Diego transformada en librería”. Las partes siguientes nos van introduciendo poéticamente en una suerte de itinerario hacia la muerte (Epitafios y Ritos). El ars moriendi medieval se hace presente sólo que ahora estamos en la posmodernidad experimentando el mismo sentir frente a la existencia y su final. Las danzas de la muerte medievales y El séptimo sello de Ingmar Bergman en un diálogo realmente fructuoso en esta poesía de Teresa Calderón que -aunque parezca paradoja- es vida. De la lectura de este poemario no nos queda sino afirmar que Teresa Calderón es una poeta insoslayable en la lírica chilena contemporánea.

Leonora Lombardi (Viña del Mar 1955) nos entrega su última obra con el título de Geopoética. Trilogía: Montañas, valles, ríos”. La portada del poemario nos ilumina también acerca de lo que leeremos. Los tres elementos geográficos mencionados aparecen conformando el paratexto. El rojo del título principal apunta al sentido de la escritura de Lombardi, cuya voz poética se despliega enunciativamente -me refiero a la actitud lírica que adopta en forma constante la hablante a medida que se va desplegando la historia de los tres elementos naturales que forman la trilogía. Esta palabra tiene un sentido simbólico: ninguno de los tres existe sin el otro. Lo ternario también apunta hacia lo superior, lo trascendente. El universo es pansimbólico nos enseñaba Umberto Eco aludiendo al medioevo, pero que puede hacerse extensivo en estos tiempos. Los ríos nacen desde lo alto -las montañas- fertilizan los valles y van a dar a la mar que es el morir (Jorge Manrique lo afirma en las Coplas). Los tres elementos geográficos transformados en geopoéticos. Si poiesis en el pensar de los clásicos era la creación -la apropiación estética del mundo-, la palabra del título de la obra de Leonora Lombardi -en consecuencia- dialoga con este sentir macro cósmico. La propuesta escrituraria de la poeta viñamarina desde hace tiempo está indagando en esta relación con el entorno natural, con la casa común, tratada con incuria por la humanidad. Si se revisan las obras anteriores se comprenderá lo que afirmamos. Mientras leíamos este texto, recordé lo que escribía en más de una carta Gabriela Mistral a Doris Dana. Alejada del espacio natal, Gabriela le solicitaba que le buscara en las librerías textos acerca de la flora y la fauna para generar lo que sería “Poema de Chile”. No me cabe la menor duda que la escritura mistraliana está detrás de Leonora Lombardi -que es también una mistraliana en el estudio de su obra póetica. Como decían los medievales, toda escritura es una reescritura, por eso hay también resonancias nerudianas, de Juvencio Valle, de Oscar Castro, de Manuel Silva Acevedo, de Luis Oyarzún. La hablante lírica del texto lombardiano tiene una visión panóptica del universo que va describiendo. Narratológicamente -podríamos decir- que es una voz lírica olímpica. Nada le es ajeno y desconocido. La toponimia transformada en el devenir de la discursividad en topofilia: “Partimos afirmados/ gran Parinacota/ con una lengua que se enreda/ por no saber tu lengua/ el Pomerate alzado en silencio/ recibe el canto de la llama/ y el Larancagua que anuncia lluvias/ desde las alturas/ inicia el geológico coro…” Efectivamente, la trilogía en su totalidad es un coro magnífico de la casa común transmutada por la voz de la hablante en geopoética: el pensamiento ambiental que Leonora Lombardi ha cultivado -y este concepto tiene un étimo de raigambre telúrica- en su propuesta escrituraria que no deja de ser por excelencia denunciativa, como cuando se refiere al volcán Antuco. La poeta en este poemario confirma una vez más su talento poiético.

(Teresa Calderón: “Eslabones (2020)”. Puerto de Escape, 2021. 76 pág.// Leonora Lombardi: “Geopoética. Trilogía: Montañas, valles, ríos”. Ediciones Inubicalistas, 2021. 97 pág.).

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