Cuando voy incursionando en la lectura, los personajes, los espacios, los motivos -en general, el argumento- me resultan conocidos. Para comprender esto, debo aclarar que no siempre leo o me dejo guiar por lo que dice la contraportada escrita por los editores, o por una nota o preámbulo. Siguiendo la huella, recuerdo que el cuento lo leí hace dieciocho años en un volumen titulado “Déjalo ser” y, posteriormente, en “El tiempo del ogro” (2017), de tal modo que Vicente y el Guatón Alvarado me son conocidos.

Crónica e imagen cedida por Eddie Morales Piña, crítico literario

A estas alturas del devenir reciente de la literatura chilena contemporánea, el nombre de Diego Muñoz Valenzuela, sin duda, se ha transformado en un referente e imprescindible autor. Desde hace bastante tiempo le hemos seguido su huella escrituraria y con certeza podemos decir que el escritor se ha ido consolidando como uno de los destacados de la denominada generación de los ochenta. En su producción narrativa no sólo ha cultivado la novela -el género mayor-, sino también el cuento y el microcuento o microrrelato -o las múltiples formas como ha sido denominado este género proteico. En cualesquiera de estas diversas modulaciones escriturarias, Diego Muñoz Valenzuela, se muestra como un solvente e imaginativo escritor que puede incursionar por diversas temáticas, motivos y tópicos narrativos. He titulado esta crónica como relatos y microrrelatos porque haré mención a las lecturas de dos textos que transitan por los senderos del cuento que se bifurcan en dos modalidades, esto es, el relato cuentístico en su sentido clásico, y en el significado de escritura mínima -que no es otro que el género del próximo milenio, como diría Italo Calvino -y que es el que estamos viviendo en medio de la pandemia.

El cuento puede ser definido como una estructura verbal breve cuya concentración argumental indica la diferencia específica respecto de su hermana mayor, la novela. Escribir un cuento no es fácil, tal como lo han indicado algunos nombres señeros en su escritura. Un cuento siempre debe ser un verdadero knockout en el/la lector /a. En el cuento es el primer golpe escriturario el que da la tónica y arremete -Cortázar de por medio. Diego Muñoz Valenzuela en sus relatos -cuentos y microcuentos- sabe bien por donde va el sentido de la argumentación textual imaginaria y/o ficcional. De esta manera, quien ingresa en la lectura,  cae irremediablemente en la lona.

El relato -y uso el concepto en su significación de estructura verbal- Foto de portada se ha convertido en un ícono textual que se despliega más allá de las fronteras a que hace alusión en su tematización. El carácter simbólico del relato ha comenzado a expandirse tomando una consistencia propia que bien podría estar fuera de los textos que lo contienen. La lectura de “Foto de portada y otros cuentos” (2020) de Muñoz Valenzuela, ha suscitado en mí como lector una suerte de empatía con la historia argumental, probablemente porque el contexto referencial sea común al autor y al receptor. Cuando voy incursionando en la lectura, los personajes, los espacios, los motivos -en general, el argumento- me resultan conocidos. Para comprender esto, debo aclarar que no siempre leo o me dejo guiar por lo que dice la contraportada escrita por los editores, o por una nota o preámbulo. Siguiendo la huella, recuerdo que el cuento lo leí hace dieciocho años en un volumen titulado “Déjalo ser” y, posteriormente, en “El tiempo del ogro” (2017), de tal modo que Vicente y el Guatón Alvarado me son conocidos. Este relato es un cuento nómade que ahora le da nombre a un texto donde adquiere significaciones insospechadas desde la perspectiva de la historia del país y de la intrahistoria. Foto de portada alude o tematizada asuntos de hace algunas décadas atrás, pero que se rearticula en sucesos recientes. A buen entendedor, pocas palabras, porque la portada del libro nos revela el nuevo sentido de la historia y hace un guiño escriturario al cuento que vio su ser primero en la obra de 2003. Todos los relatos de este volumen han sido reubicados en el nuevo libro -quiero decir, si uno revisa el índice de uno y otro, no son similares en su ordenamiento textual y este siempre lleva una significación. En este sentido, “Foto de portada y otros cuentos” es una reescritura de aquellos. Es decir, los relatos al ser reordenados adquieren una simbolización temática en su nueva estructuración. Al decir reescritura no aludo a una intervención escrituraria de cada uno, sino que su nuevo ordenamiento les da una consistencia diferente. En el volumen todos los relatos son relevantes y dejan en evidencia el manejo de Diego Muñoz Valenzuela en su escritura, pero el título pareciera darle la relevancia a la historia que mereció una foto de portada -la frase, y otros cuentos, nos da la razón-. Sin embargo, entre esos otros cuentos hay relatos de antología donde se nos revelan los demonios interiores -Vargas Llosa, dixit– del creador. Las tematizaciones nos dan cuenta de los derroteros imaginarios por los que transita la narrativa de Muñoz Valenzuela, entre otros la escritura fantástica, neogótica, distópica, neorrealista con atisbos de acerba crítica social -sin olvidar el neopolicial. Relatos como Mirando los pollitos, Yesterday, Adagio para un encuentro, El día en que el reloj se detuvo son dignos de estar en cualquier antología del relato chileno reciente.

Si en el cuento a la manera clásica, Diego Muñoz Valenzuela gana al lector/a, no podría ser menos cuando incursiona en el microrrelato. Sin ser benevolente, creo que en esta forma narrativa -tal como lo he argumentado en otras oportunidades- el escritor es un maestro. En el microcuento lo que es característico del cuento -la estructura verbal breve- se lleva a su máxima potencia. Una línea basta para dar un sentido completo a una historia que se abre a múltiples resonancias. La narratividad -como decía David Lagmanovich- es el elemento sine qua non de este género que Diego Muñoz Valenzuela maneja con precisión. “Rompiendo realidades” (2021) es una excelente muestra de lo que estoy afirmando. Un texto que en su propia materialidad nos lleva a una lectura donde encontramos los motivos y tópicos que el autor revisita una vez más y que hemos señalado más arriba. Diego Muñoz Valenzuela rearticula sus motivos recurrentes y les da una nueva percepción estética para el solaz del lector/a. El título de la obra está muy bien escogido, pues el gerundio le da la significación de la acción que está por siempre realizándose. El microrrelato como un ejercicio escriturario ad infinitum. Por otra parte, el libro en su formato es una joyita bibliográfica porque aúna la escritura de Muñoz Valenzuela con las imágenes de Claudia Matute Barahona. El/la lector/as al revisar el índice se percatará en los títulos de los relatos hiperbreves un enganche textual. Todos ellos -son veinte- nos sorprenden en su narratividad y en su significación que apuntan a los ejes en que gira la obra del autor. Un cuento como Plaza de toros no hace más que descontextualizar lo que entendemos por tal denominación, mientras que Ascensor ocupado nos tematiza una situación cotidiana, pero con un elemento sorprendente: un elefante dentro de este espacio, en tanto que el microrrelato final es como un cierre definitivo de la humanidad, pues la palabra Apocalipsis tiene esa connotación: “El último conejo devora la última brizna de hierba mientras lo acecha el último ser humano”.

(Diego Muñoz Valenzuela: Foto de portada y otros cuentos. Santiago: Zuramérica. 2020. 159 pág.// Rompiendo realidades. Ilustraciones de Claudia Matute. Santiago: Zuramérica. 2021. 45 págs.)

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