Las tres obras tienen como referente un lugar, un espacio y un tiempo determinados –un cronotopo, diría Mijail Bajtin-. La sola mención del nombre de Auschwitz trae a la memoria con resonancias malévolas, el lugar en que se conculcaron los derechos del ser humano de manera violenta y radical.

Crónica Literaria por Eddie Morales Piña

En los últimos tiempos los géneros de al lado, es decir, los denominados géneros referenciales están ocupando un lugar significativo dentro de la escritura, por cuanto ellos se conectan directamente con el recuerdo. Este ejercicio de evocar el pasado a partir de un presente se relaciona con la memoria y el testimonio. Ambas perspectivas se aúnan para dar cuenta de un pasado histórico que ha dejado su huella en el tiempo presente. Teóricamente, en ambos procesos escriturarios el enunciante de lo dicho –que es el enunciado- forma parte del eje central de la narración: es, a la vez, voz autorial y sujeto protagonista de los hechos. Tanto en las memorias como en los testimonios se valida el viejo tópico de lo visto y lo vivido. Los tres libros que comentaremos brevemente a continuación transitan por estos derroteros discursivos.

Las tres obras tienen como referente un lugar, un espacio y un tiempo determinados –un cronotopo, diría Mijail Bajtin-. La sola mención del nombre de Auschwitz trae a la memoria con resonancias malévolas, el lugar en que se conculcaron los derechos del ser humano de manera violenta y radical. Auschwitz fue un campo de concentración nazi durante la época de la Segunda Guerra Mundial y en ese lugar perdieron la vida una gran multitud de personas de distintas edades, nacionalidades, formas de pensar; pero principalmente judíos, por el sólo hecho de serlo. Auschwitz ha sido la encarnación del Mal en la historia. Los tres textos que toman este campo de exterminio como lugar referencial, precisamente recogen las experiencias límites de quienes vivieron tras las rejas y muros, con torres de vigilancia y reflectores, hacinados en barracas, en condiciones infrahumanas de salubridad, bajo la tutela de sujetos que no dudaban en matar ante cualquier situación que les pareciera insurrecta.

La bailarina de Auschwitz” de Edith Eger (2017) es un relato que puede catalogarse como memoria y testimonio a la vez. La autora es una sobreviviente del campo al que llegó siendo una adolescente. Habiendo llevado una vida normal en Hungría, esta se verá trastocada junto a su familia cuando sean detenidas y llevadas al campo de concentración en 1944. El libro de Eger nos traslada desde ese momento hasta el tiempo en que está cautiva, su marcha hacia la muerte hasta la libertad, radicándose finalmente en Estados Unidos. Se convertirá en una destacada psicóloga, discípula de Viktor Frankl, que aplicará diversas terapias con sus pacientes, teniendo como base su propia experiencia en el límite de la existencia: en el borde, en la frontera entre la vida y la muerte. Su sobrevivencia en Auschwitz se debió a que al Dr. Mengele –el temido ángel de la muerte- le gustaba como bailaba –danzaba- Edith Eger. La música y la danza como elementos sanadores y salvadores aparecen en esta obra que nos deja la experiencia de la autora como una historia de autoafirmación del alma tras episodios traumáticos.

El tatuador de Auschwitz” de Heather Morris (2018) es un relato que adopta el formato de una narración novelesca. La autora construye la historia sobre la base del testimonio y fuentes documentales de uno de los sobrevivientes del campo: Lale Sokolov. También se trata de una historia de sobrevivencia en un tiempo y lugar determinado. Además, es un relato que da cuenta del amor entre Lale y Gita dentro de las adversidades de Auschwitz. Lale se convierte en el tatuador del campo: inscribía los números en los brazos de los judíos con que estos eran marcados en los sitios de concentración. Esta circunstancia de ejecutar tal labor, le permitirá al protagonista sobrevivir y salvar la vida de muchos judíos. Heather Morris ha transmutado el testimonio de Lale Sokolov y le ha dado una consistencia narrativa, que hace que este libro se transforme en una verdadera lección de humanidad donde su protagonista se yergue como un “hombre de una fuerza moral hercúlea” ante la adversidad.

Finalmente, “El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz” (2019) de Jeremy Dronfield es un relato que nos entrega el testimonio de vida de Gustav y Fritz Kleinmann, padre e hijo vieneses judíos, que irán a parar al mencionado campo de exterminio después de pasar por Buchenwald y otros lugares similares hasta llegar a Auschwitz. El amor entrañable entre ambos les permitirá sortear múltiples situaciones límites y traumáticas. Heroicamente, Fritz no deja solo a su padre, sino que por propia decisión opta por seguirlo cuando van a ser separados. Este es un libro que se ha construido sobre la base de testimonios y fuentes documentales diversas; sin embargo, lo más significativo es que el autor ha tenido como referente el diario de cautiverio que llevó Gustav Kleinmann en Auschwitz y que milagrosamente logró ocultar de la crueldad de sus captores.

En definitiva, estos tres textos de reciente publicación se constituyen en sobresalientes testimonios y memorias de vidas in extremis. Son tres relatos que muestran cómo el poder de la sobrevivencia puede más que la crueldad, la violencia y la muerte. Son tres relatos de coraje escritos para que el pasado nefando no se repita jamás.

(Edith Eger: La bailarina de Auschwitz. Santiago: Editorial Planeta. 2017. 412 pp.// Heather Morris: El tatuador de Auschwitz. Santiago: Emecé. 2018. 309 pp.// Jeremy Dronfield: El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz. Santiago: Editorial Planeta. 2019. 510 pp.)

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