He vuelto a las “Crónicas marcianas”, la colección de relatos ambientadas en ese planeta que ya tiene nada menos que sesenta y ocho años desde su primera edición: lo sorprendente es que a pesar del tiempo transcurrido y que el avance de la tecnología ha ido in crescendo, el libro mantiene su lozanía y las historias en él contenidas siguen despertando el interés del lector/a.
Eddie Morales Piña. Profesor Titular. Universidad de Playa Ancha.
La primera vez que incursioné en la narrativa del escritor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012) fue –probablemente- en mis años de estudiante de enseñanza media, por cuanto uno de sus cuentos aparecía en aquellas antologías de literatura con que se nos adentraba en el gusto por la lectura de parte de nuestros profesores de Castellano –como se llamaba antes a la actual asignatura –con el feo nombre- de Lenguaje y Comunicación-. Si mal no recuerdo el relato que leí en aquel tiempo fue “El picnic de un millón de años” que está en el volumen “Crónicas marcianas”, publicado por primera vez en 1950. Debo confesar que la escritura de Bradbury me cautivó y me leí el libro recién mencionado, pero también luego seguí con “Las doradas manzanas del sol” (1953) y una novela que –definitivamente- me hizo lector de este autor; me refiero a “Fahrenheit 451” (1953). Esta novela tuvo más adelante una adaptación cinematográfica dirigida por Francois Truffaut (1966).
En estas últimas semanas los medios de comunicación –especialmente la televisión- nos han informado acerca de la posibilidad de que en el planeta Marte haya agua congelada y, en consecuencia, lo primordial, es decir, la vida aunque sea en su mínima expresión biológica. Los mismos medios presentan recreaciones animadas del llamado planeta rojo y de las sondas que deambulan por sus llanuras desiertas y desérticas, mientras que en lontananza se nos muestran sus montes y montañas. Para nadie es un misterio que el planeta Marte es el más cercano a nuestra Tierra dentro del sistema solar, tal como nos lo enseñaron en las clases. Así como el satélite natural de la Tierra –la Luna- llegó a la literatura y al arte con diversas connotaciones estéticas –especialmente, durante el Romanticismo (como no recordar las leyendas de Bécquer o el “Claro de Luna” musical de Beethoven)-, el planeta marciano también ha servido de inspiración poética, es decir, de creación literaria y, sin duda, del Séptimo Arte, el Cine. Más aún, la palabra marciano en algún momento llegó a significar precisamente lo que está más allá de lo terráqueo, a los extraterrestres, a los ET. De allí pasó luego a servir de denominación de aquellas personas idas, un poco volátiles. (Lo mismo había acontecido con las derivaciones del nombre Luna, como lunático para referirse a una condición casi patológica de nuestra personalidad).
Tomando en consideración de que el planeta Marte ha sido puesto en nuestra órbita –sin duda, esta es una metáfora- hemos vuelto nuestra mirada a Ray Bradbury, aunque también pudimos centrarla en otro autor o película ambientada en ese planeta inhóspito, pero que tiene tantas resonancias de misterio. O ir a la desopilante historia de “Marcianos al ataque” de Tim Burton (1996). Sin embargo, hemos revisado Marte desde la escritura del escritor estadounidense al que aludo al principio de esta crónica.
He vuelto a las “Crónicas marcianas”, la colección de relatos ambientadas en ese planeta que ya tiene nada menos que sesenta y ocho años desde su primera edición: lo sorprendente es que a pesar del tiempo transcurrido y que el avance de la tecnología ha ido in crescendo, el libro mantiene su lozanía y las historias en él contenidas siguen despertando el interés del lector/a.
Lo más probable es que esto último se deba a la capacidad escrituraria de Bradbury. El autor sabía construir relatos que desde la primera línea capturan al lector/a. En este sentido, Bradbury es un maestro. Siempre hemos sabido que una historia, especialmente en el género del cuento, exige como condición natural una apertura que enganche a quien lee de forma inmediata. Pues bien, cada uno de los cuentos, relatos, historias de esta obra de Bradbury cumple fehacientemente con dicho norma casi aceptada de manera global. Lo interesante de este texto es que el autor concibió las historias como crónicas, es decir, como relatos que van dando cuenta del acontecer según el orden del tiempo: comenzamos en enero de 1999 con “El verano del cohete” y culminamos en el venidero año 2026 –en sí no está tan lejano para nosotros- con el nombrado cuento con que conocí a Bradbury: “El picnic de un millón de años”. Se trata, en consecuencia, de que el escritor articuló el libro sobre la base de una idea que para los años de su escritura era una ficción: la colonización de Marte, pero que ahora recobra una probable realidad.
“Crónicas marcianas” es una colección de relatos que de acuerdo a las tipologías narrativas se inserta dentro de la literatura de ciencia ficción. Respecto a esta denominación se han escrito múltiples páginas con el fin de dilucidar la relación que se establece entre ambos conceptos. Pero más allá de dichas conceptualizaciones, lo que la ciencia ficción ha puesto en jaque ha sido siempre el hecho de las insospechadas consecuencias de la participación del ser humano cuando provoca las transgresiones del orden natural. En esta obra de Bradbury lo que acabo de señalar no está ajeno. En realidad, las “Crónicas marcianas” es un relato parabólico. En este sentido, Marte es una suerte de Tierra al revés, pues los colonizadores tienden a repetir las mismas acciones que han ejecutado en el planeta que han dejado. Las resonancias apocalípticas que se entrevé en algunas de las historias del libro se encaminan por ese sendero. Por otra parte, la contextualización histórica –en otras palabras, el momento, la época en que Bradbury vive y concibe sus relatos- no deja de tener sentido como una muestra palpable de ese sentido parabólico (por ejemplo, el tema de los derechos civiles de la gente de color en Norteamérica, la caza de brujas de la última posguerra mundial, la censura, etc.). Esta obra de Ray Bradbury, además, tiene un elemento adicional de orden simbólico, puesto que recrea el miedo y el odio a la otredad.
Por último, creo que la prosa de Bradbury tiene una característica especial. Su estilo es casi poético al momento de recrear los espacios marcianos. En este mismo sentido, podríamos decir que su prosa alcanza ribetes surrealistas en varias oportunidades y también de orden fantástico, donde se deja entrever la huella de ciertos escritores que tal vez le seducían. Al revistar las crónicas de Bradbury me he reencantado con uno de sus cuentos, pues se trata de una reescritura de “La caída de la casa Usher” de Edgar A. Poe, donde confluyen otras fuentes escriturarias y personajes de la literatura universal que hacen de “Abril 2005 Usher II” un relato excepcional. Además, está allí el germen o el embrión de la idea que desarrollará en su primera novela “Fahrenheit 451”. Sin duda, Ray Bradbury es un clásico que siempre habrá que leer más allá de 2026.
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