En “Polvo de ladrillo” no hay una voz poética única. Hay, por el contrario, una polifonía: un coro de voces que como coro griego se van presentando ante el espacio tenístico para dar cuenta de su conexión vital con aquel. Estos diversos hablantes líricos aparecen como fantasmagorías: “La pelota de tenis que está/ en la repisa de mi cuarto// la encontré el 17 de febrero/ de 1986 en la tragedia// de Queronque. Nunca supe/ su procedencia”.

Crónica literaria de Eddie Morales Piña.

La lectura de un libro de poesía siempre trae sorpresas para quien es su potencial lector. El ejercicio de lectura sobre una textualidad que escapa a los cánones habituales del lenguaje y que sobrepasa la norma es lo poético. A estas alturas del quehacer escriturario, sin duda, que el/la lector/a no debiera sentirse incómodo ante las nuevas discursividades de la poiesis, es decir, de la creación poética. Esta desarticulación ya la llevaron a cabo las distintas vanguardias históricas, pero siempre son bienvenidas las nuevas rearticulaciones sobre el tejido de la textualidad. “Polvo de ladrillo” de Andrés Urzúa de la Sotta (1982) va por estos senderos

Estamos frente a un libro de poesía que tiene en su entramado diversas formas de construcción del discurso; en otras palabras, en la textualidad confluyen distintas manera de ser que van desde la portada hasta el interior de los espacios poéticos que constituyen el entramado lírico. Desde el principio, el título nos indica que estamos frente a una estructura de deshacer aquello que conformó un cuerpo material propio de la construcción (el ladrillo que reemplazó al adobe), pero que ha sido destruido en su forma de ser para convertirse en un volátil polvillo para recubrir otro espacio: una cancha de tenis. El paratexto que es la portada nos indica por dónde va a transitar la textualidad poética. El color de aquella es polvo de ladrillo.

El ejercicio poético llevado a cabo por Urzúa de la Sotta es verdaderamente interesante. Se trata de la poetización de una cancha de tenis. Este es un espacio que cabe dentro del orden de lo deportivo, pero que el poeta va a resemantizar, va a darle una nueva connotación, un nuevo significado. El epígrafe (“a la memoria del Club de Tenis de Limache”) y las palabras sentenciosas de Marcelo Bielsa que abren la discursividad van instituyendo una nueva manera de ver el espacio poético. El poemario está constituido por cinco sets en que se manifiestan distintas textualidades: imágenes/fotos periodísticas, textos versales y en prosa; entre estos, algunos casi microcuentos; en página en negro las indicaciones para esparcir y compactar el polvo de ladrillo, o textos como escrituras notariales o indicaciones de tomas cinematográficas.

En “Polvo de ladrillo” no hay una voz poética única. Hay, por el contrario, una polifonía: un coro de voces que como coro griego se van presentando ante el espacio tenístico para dar cuenta de su conexión vital con aquel. Estos diversos hablantes líricos aparecen como fantasmagorías: “La pelota de tenis que está/ en la repisa de mi cuarto// la encontré el 17 de febrero/ de 1986 en la tragedia// de Queronque. Nunca supe/ su procedencia”. Efectivamente, este trágico episodio que está en la memoria colectiva de los habitantes de la región de Valparaíso, es el leit motiv escriturario de Urzúa de la Sotta. Las imágenes periodísticas que informaron de la tragedia del ferrocarril se van presentando en las páginas como un toque mortuorio: un réquiem. Porque no sólo se alude a esta tragedia sino a otras que giran en torno al polvo de ladrillo. En consecuencia, el poemario no sólo se conduele de una cancha de tenis desaparecida, sino también de otras formas de desaparecer. De esta forma, el tenis es un pretexto para que el hablante/los hablantes refieran parte de la Historia, de la frágil memoria obnubilada por los triunfos deportivos; de la pequeña historia: “Yo venía desde abajo, pero nunca llegué arriba. Mi debilidad por la bebida me lo impidió. Tanta era mi adicción que los días previos a los partidos me recluían en la comisaría para que llegara sobrio a la cancha”.

El poemario de Andrés Urzúa de la Sotta funciona como una tragedia griega; un sino fatal rodea a los personajes líricos, incluido a quien oficia de hablante principal que abre y cierra la discursividad por donde han transitado hasta un general de cuyo nombre no quiero acordarme en una cita inserta en el discurso lírico como epígrafe. “Polvo de ladrillo” se nos ofrece como un texto memorialístico donde historia, prensa y literatura se entrelazan como una sola unidad significativa. Lo que queda claro es lo que manifiesta el sujeto lírico principal al final en un texto que es una suerte de colofón: “Eso, para mí, son el tenis, la vida y la escritura. Una derrota. Una derrota colosal e irredimible. Pero también una pequeña derrota. Una derrota leve, habitual, casi apacible”. En definitiva, la obra de Andrés Urzúa de la Sotta lo instala como un creador interesante en la constelación de poetas recientes.

(“Polvo de ladrillo” de Andrés Urzúa de la Sotta.
Libros del Pez Espiral. 2019).

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