Es una novela que captura al lector/a desde la primera página, independientemente de que uno ya conozca el desenlace. La gracia de la narratividad de la obra de Flaubert está en el modo cómo el autor programó el relato. Estamos en presencia de una novela de personaje. En otras palabras, la trama se sustenta en la figura de una mujer: Emma Bovary.

(Crónica literaria de Eddie Morales Piña. Imagen cedida por EMP)

La primera vez que leí la novela de Gustave Flaubert “Madame Bovary” (1857) fue como un texto imprescindible en una de las cátedras que tuve en la universidad. Probablemente, haya sido en Literatura General, o bien en Literatura Hispanoamericana y Chilena cuando se trataba el movimiento del Realismo literario. El ejemplar de la novela aún lo conservo. Se trata de la edición de la Editorial Losada de Buenos Aires, publicada en 1968, traducida por Augusto Díaz Carvajal. En aquellos tiempos universitarios cuando un catedrático se refería a un momento histórico de la Literatura -como el mencionado Realismo- se nos daba a leer a los principales exponentes -fundamentalmente, europeos- para contextualizar el fenómeno. De este modo, leíamos a Honoré de Balzac, Henry Beyle -más conocido por su seudónimo de Stendhal- y a Flaubert. Así, conocí a “Papá Goriot”, “Rojo y negro” y “Madame Bovary”. Posteriormente, veríamos a otro francés relevante Emile Zolá cuando ingresábamos al Naturalismo literario. Desde ese entonces, se me quedaron en la memoria tres conceptos esenciales de la escritura realista: el costumbrismo, la teoría del amor y el bovarismo. Los mencionados son los constructos sobre la base con que se constituirán las obras que se desarrollaron sobre el carril del Realismo. Al menos, los dos primeros se encuentran, por ejemplo, en la creación escrituraria de nuestro Alberto Blest Gana.

La novela de Flaubert es, sin duda, un clásico de la literatura universal. Un texto leído y releído por generaciones. Mi experiencia lectora del novelista francés ha tenido varios momentos, principiando por el lejano instante del estudiante universitario hasta llegar -posteriormente- a enseñar a Flaubert y su novela cuando era un académico. Es un texto clásico si le aplicamos las razones que entrega Italo Calvino para calificar una obra literaria como aquella que mantiene su plena actualidad con el paso del tiempo y que un lector/a aprecia y valora como si fuese la primera vez que incursiona entre sus páginas y en la historia narrada. Madame Bovary” tiene esa cualidad. Es una novela que captura al lector/a desde la primera página, independientemente de que uno ya conozca el desenlace. La gracia de la narratividad de la obra de Flaubert está en el modo cómo el autor programó el relato. Estamos en presencia de una novela de personaje. En otras palabras, la trama se sustenta en la figura de una mujer: Emma Bovary, casada con un médico pueblerino Carlos Dionisio Bartolomé Bovary, quien aparece descrito en las primeras páginas como “guapo, fanfarrón y pretensioso, con sus patillas que le llegaban al bigote, sus dedos cuajados siempre de anillos y sus vistosos trajes, tenía toda la catadura de un bravo, unida a la fácil vivacidad de un viajante de comercio”. A pesar de ser “guapo” como dice el narrador -quien a lo largo del relato se da varios lujos narrativos en el desenvolvimiento de la historia como la objetividad- Emma Bovary no dudará en concretar aventuras románticas y sentimentales como aquellas que lee en novelas de heroínas que escapan a los cánones de la sociedad. Emma siente aburrimiento y hastío ante la soledad. La novela, por tanto, plasmará un cronotopo esencial, un tiempo y un espacio, donde una mujer rompe los moldes. Sus amantes -León y Rodolphe- un joven pinche de notaría, el primero, y un mujeriego, el segundo, que la conquista sin mayor preámbulo, van configurando una trama que desembocará más tarde en una tragedia donde Homais -el boticario- tiene un papel que jugar. La obra de Flaubert, por tanto, muestra como un asunto la presencia del adulterio y de lo erótico en la novela. Seguidamente, la novela es una disección acertadísima de una clase social: la burguesía francesa de provincia -de allí, el subtítulo.

De más está decir que estas temáticas le ocasionaron a Flaubert más de un problema por su reprobable personaje”: “estalló el escándalo, Gustave Flaubert fue enjuiciado por los tribunales, acusado de atentar contra las buenas costumbres y ritos canónicos, y la primera edición fue literalmente absorbida por quince mil lectores ávidos”. A lo largo del tiempo, la novela flaubertiana sigue provocando al lector. En realidad, no tanto por la temática que le ocasionó sinsabores al autor, sino más bien porque Emma Bovary es una heroína trágica.

En el transcurrir de las épocas, “Madame Bovary” ha sido leída, analizada e interpretada desde diversas perspectivas. Contemporáneamente, un de los libros fundamentales es el que le dedicó el escritor y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa -flaubertiano él, sin duda- en una obra que tituló “La orgía perpetua” (1975). Como indica la presentación en la edición de 1978 el autor peruano “con este estudio, va mucho más allá de la crítica habitual: su mirada no es la del ‘crítico profesional’, sino la del creador que se enfrenta con la creación de otro para devorarla, y la del lector que incesantemente -en una orgía perpetua- descubre nuevos placeres en los párrafos precisos y geniales de Gustave Flaubert”.

Por último, en algún momento se le preguntó a Flaubert sobre el modelo de Madame Bovary existente en la realidad; el autor ante esa interrogante siempre manifestó que “Madame Bovary nada tiene de verídico. Es una historia totalmente inventada. Ningún modelo posó frente a mí”. De allí la famosa frase con que titulamos esta crónica.

Se cumple este año 2021 el bicentenario del nacimiento de Gustave Flauber un 12 de diciembre de 1821 en el Hotel-Dieu de Ruán y 164 años desde la primera edición de la obra que lo inmortalizó realizada por Michel Lévy que tiene por subtítulo “Costumbres de provincia”.

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