El libro que contiene las memorias del periodista Hernán Coloma está constituido por más de trescientas cincuenta páginas de una apretada escritura; con esto quiero decir que pudieron haber sido más las hojas que van dando cuenta de una historia realmente sorprendente de una persona que está incrustada en la historia reciente de nuestro país, incluida los periplos por una cantidad de lugares producto del exilio. Hernán Coloma nació en 1944 y desde temprano comenzó un compromiso político social. El texto da cuenta de su existencia con un detallismo significativo.

El día en que encontré con él en la Biblioteca de Casablanca y nos saludamos como viejos conocidos, marchando luego a un café en torno a la Plaza de Armas de la ciudad nombrada, me hizo entrega de estas memorias. En realidad, no sabía que vivía en un sector rural de la comuna. Percibí que era conocido en el café. Durante la conversación, me fue entregando hitos o núcleos -narrativos, ahora que he leído el libro- de su vida. Me habló de Gonzalo Orrego y de la amistad perdurable más allá de la muerte de aquel. Una historia la de su amigo más que entrañable, no sólo para Hernán sino también para quien lea estas memorias.

Me llamó la atención la portada del libro aquel día del encuentro, porque esta se encuentra diagramada sobre la base de dos fotos. En primer plano está el autor de las memorias junto a Orrego. Se aprecian muy jóvenes y parecieran estar disfrutando de un día de sol. En el plano profundo donde cuesta vislumbrar de qué se trata, está la imagen de un cortejo fúnebre -más adelante en la escritura sabremos que alude a las exequias de Edmundo Pérez Zujovic, aunque el dato se muestra en los créditos de la obra, y cómo Hernán Coloma revela al lector el modus operanti del asesinato de aquel político democristiano y las implicancias que tuvo en la historia de Chile.

Como lo dijimos al principio, el texto de Coloma está adscrito al género de las memorias, y en cuanto tal responde a los principios retóricos de lo que se ha denominado por la crítica literaria los géneros referenciales. Entre memoria y testimonio hay una relación recíproca, y, en consecuencia, el escrito del autor es una simbiosis de ambas formas escriturarias. En las dos el sujeto de la enunciación y el enunciado se ensamblan. En otras palabras, quien escribe es el protagonista de lo dicho. En los dos modos escriturarios, se cumple el antiguo topoi del criterio de lo visto y lo vivido. Significa que el sujeto emisor da razón de la propia experiencia de los acontecimientos narrados. El tiempo y el espacio de los núcleos narrativos corresponden a diversos momentos de su protagonismo existencial. Son los cronotopos de Benjamin Bajtin puestos en acto en la escritura. Esta estructura discursiva queda demostrada en el índice de las memorias testimoniales de Hernán Coloma.

En un prólogo escrito por él mismo, manifiesta que los relatos de estas memorias corresponden a vivencias del autor como protagonista o testigo, desde mediados de los años sesenta hasta nuestros días, como militante y dirigente del Partido Socialista chileno. La motivación de hacerlo se generó por la extrañeza que me surgía cada vez de que se describían distintas versiones, de acciones políticas en las que participé, sus causas, efectos y lecciones. De la cita se desprende que efectivamente estamos frente a un relato simbiótico entre las dos modalidades retóricas nombradas. Es interesante que Coloma denomine relato a su escritura. Hoy el vocablo está inserto en el lenguaje común, pero tiene un étimo literario. En el relato literario la raíz principal está puesta en la ficcionalización de los eventos narrados. Se parte de la realidad, pero hay un elemento añadido -Vargas Llosa, dixit– que le otorga la impronta imaginaria. Las memorias y los testimonios, sin duda, que pueden hacer uso de la retórica literaria, y en el relato del autor hay varios momentos donde esta se encuentra claramente demostrada. En cierto sentido, hay segmentos de la obra donde Hernán Coloma aparece como un narrador -un novelista- pues va recreando, rememorando, plasmando una imagen de los núcleos témporo-espaciales con una solvencia que ya se las quisiera un narrador fuera del ámbito de las memorias y los testimonios. En la literatura chilena reciente, aquella que emerge en los tiempos dictatoriales, ambas formas narrativas referenciales tuvieron y tienen una impronta absolutamente necesaria para entender aquel periodo de la historia.

La obra de Coloma es saludable como memoria y testimonio, porque se le puede también adjudicar aquella inolvidable frase de Volodia Teitelboim: antes del olvido, cuando el escritor se refería a sus memorias. Efectivamente, el lector que se adentre en Secretos de última línea -este es el título del texto que comentamos- podrá percatarse de una memoria prodigiosa que logra rescatar de los tiempos idos y vividos con un detallismo sorprendente una historia de un sujeto que tuvo varias implicancias en el transcurso de su vitalismo existencial. Como él lo dice las palabras introductorias, se trata de dejar constancia de los avatares de una generación que asumió con coraje lo que el mundo y la realidad social les interpelaba y actuaron en conciencia buscando concretar lo que podría haber sido una utopía. La vida de Hernán Coloma es realmente sorprendente.

Creo haberme enfrentado a unas memorias testimoniales que ponen en evidencia a un sujeto histórico. Sin duda, forma parte de la historia reciente. El día que estuve con él en aquel café, lo vi como un hombre sencillo y transparente. Desconocía quién estaba detrás de ese rostro y a través de él de todos aquellos que interactuaron con Hernán Coloma, desde los sencillos pobladores de las tomas hasta el presidente de Chile Dr. Salvador Allende, que tuvo para con él un gesto humanitario cuando enfermó gravemente, pasando por artistas e intelectuales que hicieron suyo el proyecto popular hasta que este se truncó por el Golpe. Desconocía que estaba conversando con una persona que había sido torturada, perseguida, encarcelada, exiliada; una persona que estaba en la primera línea de la resistencia y que tuvo tantos avatares con compañeros de ruta. Desconocía de sus ancestros familiares y de su vida sentimental, de su propia familia y de sus hijos, y de su relación con la periodista Carolina Rossetti -destacada también en la historia reciente-. Desconocía de su vida política activa como dirigente estudiantil universitario -cuando aún estaba yo en la enseñanza media- y de su actuar como militante socialista. Desconocía, en fin, de su bella amistad con Gonzalo Orrego, médico, quien fue combatiente en Vietnam -vivía en USA-, y que muriera sorprendentemente el día de su boda y cuyo cuerpo fue incinerado de forma rápida. La incorporación de cartas es un acierto, especialmente aquella póstuma de Coloma a su amigo.

El título de las memorias testimoniales de Hernán Coloma no nos deja indiferentes. La portada con sus imágenes y el título mismo son paratextos. Es decir, tienen una connotación para el proceso de lectura. Secretos de última línea es metafóricamente la revelación de una intrahistoria. Secretos en color rojo. Este es el color de pasión, del dolor y del martirio, pero también lo es el de la lucha combatiente. La frase de última línea alude, sin duda, al momento de la escritura. En otras palabras, al sujeto de la enunciación que mira hacia el pasado y que sobre la base de la memoria propia y la corroboración de la veracidad con otros testigos de la historia, nos entrega un texto insoslayable para entender nuestra historia común.

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