No diré datos biográficos de Marta Traba porque son fáciles de encontrar. Lo que sí consignaré es que ella fue una destacada crítica de arte, pero de acuerdo a lo leído, siempre se consideró una escritora. Xavi Ayén en su texto la describe como una mujer “de inteligencia poderosa y precoz, buena lectora de los grandes novelistas del siglo XIX”.

Eddie Morales Piña. Crítico Literario.

El día veintiséis de abril de 1983, Marta Traba junto a su esposo Ángel Rama tomó un vuelo en un avión de Avianca que partiendo de París iba con destino a Colombia, realizando una escala en el aeropuerto de Barajas en España. Poco tiempo de tocar tierra, el Boing 747 -por un error del piloto- chocó con unas colinas y se precipitó a tierra. Murieron 181 personas entre los que estaban a quienes hemos mencionado al inicio de esta crónica. Este fue un trágico desenlace para múltiples vidas y, en este caso, para dos intelectuales que iban a Bogotá a participar en un congreso invitados por el presidente Belisario Betancourt junto a otros escritores y artistas. Según relata Xavi Ayén en su obra “Aquellos años del Boom”, quienes no se embarcaron no podían creer lo que estaba ocurriendo. Habían muerto, entre otros, Marta Traba y Ángel Rama, dos intelectuales latinoamericanos.

El nombre de Marta Traba me es conocido desde inicios de la década del setenta, porque había leído una novela suya publicada en 1970 en Chile. Efectivamente, en el volumen 25 de la colección Letras de América dirigida por el poeta y académico Pedro Lastra de la Editorial Universitaria, aparecía el título de “La jugada del sexto día” de la autora nacida en Argentina en 1930. Tuve el privilegio de poder tener la colección completa de esta serie donde había emblemáticos autores de la literatura hispanoamericana y chilena. Hasta el volumen mencionado, la única mujer era Marta Traba.

En la interesante obra de Xavi Ayén en torno al denominado Boom de la literatura hispanoamericana –y que comentamos hace algún tiempo en Espacio Regional-, se nos hace palpable que aquel fenómeno editorial y escriturario que expandió nuestra literatura se nos muestra como un movimiento –que no una generación- más bien constituido por hombres. Podríamos decir que había una suerte de patriarcalismo en el movimiento. En la obra de Ayén hay una fotografía muy sintomática que inmortaliza el momento en que se declara desierto el importante premio Biblioteca Breve de 1970. Quien lee la sentencia en primer plano es José María Castellet acompañado de Juan García Hortelano, Carlos Barral, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Salvador Clotas e Isabel Mirete. El rostro de todos los varones está frente a la cámara, mientras que de la única mujer sólo aparece su cabellera. No está su faz. Esta imagen podría ser considerada como una metáfora: la mujer soslayada y marginada.

Con el transcurso del devenir histórico en relación al Boom, sin duda, que este movimiento le debe en primer lugar su impronta a una pionera como es María Luisa Bombal. No hay que olvidar que Carlos Fuentes –uno de los pivotes del Boom– así lo reconoció al decir que su literatura y de otros tantos no hubiera sido posible sin la presencia innegable de la escritura bombaliana. Por otra parte, hasta la emergencia del fenómeno editorial que luego se transformó en una nueva forma de hacer literatura, hubo escritoras paradigmáticas en el concierto de nuestras literaturas –que en una próxima crónica recordaremos. En el Boom estarán -no cabe dudas hoy día- Rosario Castellanos, Elena Poniatowska, Cristina Peri Rossi, María Pilar Donoso, Marta Traba, entre otras.

Como dije a Marta Traba la conocí como escritora mediante la lectura de “La jugada del sexto día”. Esta fue una primera lectura como un adolescente interesado por las obras que iba generando el fenómeno literario aludido. Una lectura realizada mientras cursaba la enseñanza media. Ya habían pasado ante mi vista los veinticuatro volúmenes de la colección mencionada donde estaban en este orden: José María Arguedas, Alejo Carpentier, Parra, Carlos Droguett, Ramón Díaz Sánchez, Augusto Roa Bastos, Joaquín Edwards Bello, Manuel Rojas, Miguel Otero Silva, Francisco Coloane, Ezequiel Martínez Estrada, Ernesto Sábato, Hernando Tellez, José Lezama Lima, Jorge Edwards, Roberto Fernández Retamar, Enrique Lihn, Mario Benedetti, Julio Ramón Ribeyro, Juan Loveluck, Leopoldo Marechal, Carlos Germán Belli…y luego me encontraba con Marta Traba. En esta colección aparecen doblemente publicados Arguedas y Benedetti y en ella había no sólo novelistas o narradores, sino también poetas líricos y ensayistas y estudios literarios.

No diré datos biográficos de Marta Traba porque son fáciles de encontrar. Lo que sí consignaré es que ella fue una destacada crítica de arte, pero de acuerdo a lo leído, siempre se consideró una escritora. Ayén en su texto la describe como una mujer “de inteligencia poderosa y precoz, buena lectora de los grandes novelistas del siglo XIX”. Su primer poemario lo publicó a los veintidós años. “Algunos la han llamado –exageradamente- la chica del boom- (sostiene el autor citado), pues la segunda mitad de los años sesenta fue la más fecunda en su producción literaria”. Dentro de esta hay que situar la novela que me sorprendió siendo un joven lector.

La novela publicada en 1970 tiene una portada consistente en una fotografía donde aparecen dos rostros: en primer plano, el perfil de un hombre que mira en lontananza seriamente, y luego el rostro de una mujer que pone su vista hacia el mentón del varón mientras esboza una sonrisa. Las portadas son paratextos, es decir, siempre son significativas para desentrañar el sentido o los sentidos de una obra; en consecuencia, la fotografía de Álvaro Quintero nos dice mucho como lectores/as de la novela de Marta Traba. Por otra parte, está el título que alude al sexto día del Génesis. Según el texto bíblico, aquel día Dios hizo al hombre. En consecuencia, la portada de la novela precisamente es un guiño: en ella está la pareja edénica. El primer plano del varón; luego, la mujer. En consecuencia, tenemos una guía de lectura en esta emblemática foto.

Seguidamente, está el propio título de la novela de Marta Traba: “La jugada del sexto día”. Se trata de una excelente denominación que tienes visos paródicos y de ironía para deconstruir el discurso patriarcal. Se trata de una jugada. La voz autorial al principio no se deja entrever pero paulatinamente nos va revelando la historia. En la contraportada de esta edición chilena –desconozco si hay otra- se dice que esta novela de Marta Traba reitera el rechazo común a la mayoría de los novelistas hispanoamericanos (y se reitera esta afirmación patriarcal) de nuestros días (fines de los sesenta y principios de los setenta), a una separación rígida de los géneros literarios. Rechazo que, en el curso de una entrevista, le permitió afirmar que toda su obra tenía carácter poético”.

Vuelvo a una de las afirmaciones dichas más arriba. Esta novela de la desaparecida escritora me marcó en una etapa de nuestra vida lectora. Al momento de redactar esta crónica estoy releyéndola; sin embargo, no logra cautivarme como antes. Han pasado cincuenta años desde su emergencia. De todas maneras, hay marcas en su textualidad que podemos ver como contestatarios ante el orden patriarcal. No adelanto nada acerca de la historia o del asunto de que trata el relato, pues así despierto el interés por su lectura para aquellos que no la han leído. Marta Traba, en definitiva, era mucho más que la esposa de Ángel Rama.

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