El poemario “Canto fluvial. Geopoética”, es, en realidad, un solo texto. Un poema de largo aliento; podríamos decir que –metafóricamente- en su constitución como discurso poético se transfigura como lo que representa: un largo río que nace en el altiplano del norte chileno, que cruza los valles centrales y desemboca en la inmensidad del mar austral.

Eddie Morales Piña. Crítico Literario.

Desde que en 2013 la poeta viñamarina Leonora Lombardi nos dio a conocer su primer poemario titulado “Cardoscuro” hasta el presente en que entrega “Canto fluvial. Geopética” y su narración “La Casa”, ambos textos publicados por Ediciones Inubicalistas en 2018, su proyecto poético-lírico se ha ido cimentando sobre la base de una perspectiva ecologista en su aprehensión de la realidad. Efectivamente, sus poemarios “Flora y fauna poética” (I y II) transitaron por una visión que nos situaba en la relación que establecía la hablante lírica con la naturaleza que le rodeaba. Sin duda que este diálogo entre el sujeto lírico y el entorno siempre ha estado presente en la literatura y ha sido plasmado en la creación poética desde los griegos en adelante. Sin embargo, la ecopoesía tiene otra razón de ser que se enmarca dentro de los planteamientos ecológicos de reciente data.

La ecopoesía es una forma específica de escribir que tiene como principal objetivo recuperar estéticamente el espacio común, esto es, la casa común como la denominó el Papa Francisco en su encíclica “Laudato si” (2015), tomando como frase inicial la conocida oración-poema de San Francisco de Asís, “Cántico de las criaturas” (“Laudato si, mi Signore” –Alabado seas, mi Señor). La ecopoesía pone en evidencia que la relación armoniosa que siempre debió existir entre la especie humana y su entorno natural se rompió por la incuria y el actuar depredador del homo sapiens: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla (…) Olvidamos que nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (“Laudato si”).

Literariamente, la ecopoesía busca poner en evidencia desde una óptica testimonial el daño causado, la recuperación del entorno y la sana convivencia con la casa común. Leonora Lombardi en consonancia con las propuestas estéticas de la ecopoesía ha realizado un encomiable trabajo en el sentido descrito recién. Los poemarios que ha ido entregando constituyen un aporte significativo a la producción lírica de la ecoescritura que se valida en los dos textos entregados al lector/a recientemente.

El poemario “Canto fluvial. Geopoética”, es, en realidad, un solo texto. Un poema de largo aliento; podríamos decir que –metafóricamente- en su constitución como discurso poético se transfigura como lo que representa: un largo río que nace en el altiplano del norte chileno, que cruza los valles centrales y desemboca en la inmensidad del mar austral. Sin embargo, en el despliegue de la palabra poético-lírica, se nos van presentando los ríos comenzando por el Lluta: “Nacido allá, arriba/ En las altas cordilleras,/ No sabe de fronteras/ Lava amorosamente /Ambas orillas/ Lo mismo riega las faldas orientales/ Que las escarpadas del poniente atardecer…” y también las otras afluentes como los esteros: “Que vengan también/ Los esteros menores, Huentelauquén/ Las lagunas llorosas, Huentelauquén/ Los pozos costeros, Huentelauquén/ Sigamos juntos entonando/ El fluvial canto desde la cordillera al mar”; hasta terminar en el extremo sur del país fluvial: “Hasta aquí hemos llegado/ Gran Estrecho de Magallanes/ Aquí llegamos Gran Estrecho/ Recíbenos en tus australes aguas”. El poemario le trae al lector/a resabios mistralianos en su “Poema de Chile”, especialmente por la voz lírica que dialoga e interpela al entorno de las aguas.

Con la “La Casa” de Leonora Lombardi nos enfrentamos a una escritura en prosa poética. Un género tan cultivado otrora por destacados autores/as de la literatura chilena (cómo no recordar a la propia Gabriela Mistral, Pedro Prado o José Santos González Vera) que la poeta viñamarina recupera en este texto dividido en diez segmentos que dan cuentan de los espacios que constituyen la casa. Una narradora omnisciente observa y describe el deambular de una solitaria protagonista en el transcurso de una jornada, donde los mínimos quehaceres adquieren una tonalidad trascendente, porque recuerdan en la mujer momentos significativos de su existencia en dicha morada “anclada en la loma mayor de la isla”. La escritura minimalista de Lombardi en este relato – petit nouvelle- revela la importancia del entorno natural para la felicidad de las personas. La prosa poética de la escritora viñamarina –creo tener la certeza- dialoga con la obra de Adolfo Couve, precisamente en esa escritura mínima y poética. En síntesis, dos textos de Leonora Lombardi no dejarán indiferente a quienes los lean.

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