Hace cincuenta años atrás, se publicó Narrativa actual de Valparaíso, una antología que daba cuenta de la producción escrituraria de un selecto grupo de narradores de esta ciudad. Como toda antología, el antologador seleccionó a quiénes irían en el libro.

Eddie Morales Piña. Crítico literario.

En este mundo posmoderno tan poco dado a lo que perdura en el tiempo y en la memoria, pues se vive sólo el momento –hasta que llegó la pandemia y nos recordó cuán inestable es nuestra vida- es conveniente traer al recuerdo a aquellos personajes que hicieron historia en algún momento de la existencia personal o social. Más aún cuando se trata de un escritor cuya obra perdura en el tiempo y en espacio concreto de una ciudad: Valparaíso. Una de esas es la que este año cumple nada menos que su cincuentenario: Narrativa actual de Valparaíso de Julio Flores.

Julio Flores Vásquez fue poeta, narrador y ensayista. Además, profesionalmente fue un destacado odontólogo y académico de la Universidad de Chile en la sede de Valparaíso. Nacido en esta ciudad en 1926 a orillas del mar y de humilde origen, consiguió gran parte de los objetivos que se propuso al comenzar el peregrinaje por la vida, entre ellos la idea obsesionante de escribir que lo llevó a desarrollar una importante labor creativa y cultural. En su autobiografía dice que “vine al mundo entre el rumor del mar, el graznar de las gaviotas y el vocinglerío de los pescadores”; efectivamente fue así porque Julio Flores nació en la caleta “El Membrillo”. Fue un escritor de prolífica producción literaria que incluyó las diversas manifestaciones escriturales: el ensayo, la narrativa (cuento y novela), la prosa poética, la prosa lírica, aparte de una valiosa labor como antólogo y editor de estudios literarios. Preocupado de su formación intelectual estudió literatura en la universidad, sin descuidar sus labores profesionales como odontólogo de prestigio.

El escritor fue un hombre de fuerte simpatía humana y cultural que trabajó sin descanso por consolidar su vocación primera: la literatura. En su relato autobiográfico ¿Quién es quién en las letras chilenas? (1978) argumenta que su entrada a estudiar a la Universidad de Concepción a la carrera de Odontología se debió más que nada a la exigencia que le puso la Armada de Chile a la que había ingresado en 1942: “…acariciaba la idea de licenciarme alguna vez de Profesor de Castellano. Mas no sucedió así: me titulé de dentista. El gran revés fue, que para estudiar en la Universidad, la Armada me otorgó una beca, con la condición que debía elegir una carrera que fuese compatible con el servicio naval. Tuve que elegir entre Medicina, Farmacia y Odontología. Opté por lo último, sin saber qué clase de carrera era”. Mucho más tarde, siendo un destacado profesional, Flores estudió literatura en la Universidad Católica de Valparaíso. Fue en estas circunstancias en que entablamos amistad.

Este escritor porteño a través de sus obras nos entrega sus vivencias e inquietudes intelectuales en una lucha constante en pos de sus ideales más queridos entre los que la literatura ocupaba un lugar predilecto. Fue varias veces presidente de la Sociedad de Escritores de Valparaíso, organizó concursos literarios de relevancia nacional y creó una revista cultural de hermoso y marítimo nombre: Coral, al igual que el de “Bettina” con que denominaba a su casa: “el barco de la Poesía Universal, el Navío de la Fraternidad, la Brújula Mayor del lenguaje de los poetas”.

Si revisamos su bibliografía comprobaremos que fue un intelectual inquieto e incansable del quehacer cultural de Valparaíso: en 1965, publicó Te Pito Te Henúa, crónica acerca de la Isla de Pascua, tema recurrente en el autor, ya que estuvo durante varios años en dicha posición chilena insular como funcionario de la Armada de Chile; en 1966, Fragata Lautaro, novela; en 1967, Cuentos de la caleta; en 1968, Narraciones de la isla de Pascua; en 1969, El Papa Rojo, relatos; en 1970, una recopilación de artículos críticos sobre los Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, edición especial de la revista “Coral” –ejemplar que conservamos, pues es una de las publicaciones pioneras en que se recogen artículos y estudios sobre esta novela del Premio Nobel de Literatura-; este mismo año publica además, Narrativa actual de Valparaíso, antología con un exhaustivo estudio previo acerca del desarrollo del cuento en la región de Valparaíso; le sigue, José María Arguedas y la novela indígena del Perú, asedios críticos; en 1971, El realismo mágico de Alejo Carpentier, crítica; en 1972, Isla de Pascua, ensayo; en 1973, Mi casa en Quemchi, cuentos; en 1974, Geografía poética de Valparaíso; en 1975, Leyendas de Rapa Nui, publicado en España; en 1978 publica su testimonio de 50 años, titulado simplemente Julio Flores, y el mismo año Mis días lejanos, poesía lírica y Valparaíso cultural y artístico; finalmente, en 1979 su novela, El largo viaje de la vieja dama.

Julio Flores fue un escritor cabal que se declaraba un hombre sincero y sencillo, humanista y amistoso en la búsqueda de la fraternidad universal, que lo llevó a establecer contacto tanto con intelectuales extranjeros como nacionales, y a que su obra fuera conocida y valorada dentro y fuera del país. Dos juicios críticos avalan lo que dejamos consignado recién. El crítico literario Hernán del Solar, escribió: “Julio Flores muestra en estas páginas una característica que según creemos, es indispensable para un buen escritor: sabe ver y expresar con limpia precisión lo que ve”. Por su parte, el crítico español Juan José Plans anotó en la Estafeta Literaria de Madrid en febrero de 1976, a propósito de Leyendas de Rapa Nui, catalogándolas de “quince pequeñas pero trabajadas piezas que componen un todo armónico. Todas ellas con el estilo que les era necesario, siempre muy presente el aliento poético, un lirismo ineludible, cautivan”. Por mi parte, en el Mercurio de Valparaíso del 2 de febrero de 1975 escribimos respecto a la Geografía poética de Valparaíso, que con este libro, Julio Flores afianzaba una vez más su don de saber escribir, y bien”.

Hace cincuenta años atrás, se publicó Narrativa actual de Valparaíso, una antología que daba cuenta de la producción escrituraria de un selecto grupo de narradores de esta ciudad. Como toda antología, el antologador seleccionó a quiénes irían en el libro. Cuando una revisa las reseñas del momento de la emergencia de la obra, se percata que se cumple el adagio que no están todos los que son ni son todos los que están. Pero para tranquilidad del autor más allá de este tiempo, las antologías siempre han sido obras que se estructuran sobre la base de quién escoge. Mirando el índice de la antología, Julio Flores se autoantologó, pero con razón porque el relato suyo que incluye es sobresaliente y corresponde a un cuento de Narraciones de la isla de Pascua que había obtenido un premio importante.

Narrativa actual de Valparaíso presentaba a los siguientes autores –la mayoría eran hombres y sólo aparecía una escritora-: Carlos Allende, Ernesto Barrera, Sergio Escobar, Julio Flores, Catalina Iglesias, Carlos León, Armando León Pacheco, José Naranjo, René Peri, Gastón Rodríguez, Enrique Skinner, Fernando Valdés, José Varela (quien era profesor del Instituto Pedagógico de Valparaíso donde lo conocí). Para quienes hemos seguido la historia de la literatura de Valparaíso, más de unos de estos nombres que están en la antología tienen un rostro físico concreto. Eran personajes de la ciudad en diversos ámbitos. Sin duda, Flores tuvo el cuidado de colocar en la antología a dos escritores que eran emblemáticos en Valparaíso: Carlos León y Sergio Escobar. León tenía una obra consolidada, mientras que Escobar se había dado a conocer nacionalmente a través de una antología de sus cuentos bajo el título de Aquel tiempo, esas enajenaciones, publicado por la prestigiosa Editorial Zigzag en 1969. Hoy en día, Escobar es un escritor de culto: sus relatos son inquietantes y transitan entre lo fantástico y lo maravilloso con ingredientes sobrenaturales y con la presencia de narradores posicionados en su calidad de tales.

La cincuentenaria antología de Flores tiene un enjundioso estudio previo acerca de la literatura en Valparaíso desde el siglo antepasado hasta el presente en que el escritor lo redacta. En realidad, son un poco más de cincuenta páginas que para un interesado en la producción escritural literaria del pasado porteño, serán de gran utilidad. En ese mismo estudio, Flores va presentando a los seleccionados –y a la antologada, Catalina Iglesias-, dando una pequeña reseña de la obra de cada uno y emitiendo juicios críticos que validaban su pertenecía en el libro. Los cuentos presentados por Flores tienen una diversidad de asuntos, motivos y temáticas que van desde los relatos realistas hasta aquellos que podemos ingresar a las categorías de lo fantástico-maravilloso, como el de Enrique Skinner, pasando por historias que recreaban un imaginario ancestral o mítico como “Ko – eva” del propio Flores, o “El Caleuche” de Armando León. De los textos antologados y con la distancia temporal, sobresale –aparte del relato de Carlos León y el de Sergio Escobar- el de Fernando Valdés: “La muerte de su santidad”, un cuento inédito hasta ese momento que había sido seleccionado en un concurso de la Revista Portal de Santiago de Chile en 1968. El texto no ha perdido sus cualidades temáticas y estéticas, especialmente en lo que atañe al manejo de la estructura narrativa: se evidencia que Valdés estaba a tono con las modalidades discursivas de los escritores hispanoamericanos vigentes en el momento del denominado Boom de la literatura del continente.

El escritor porteño Julio Flores –cuya obra Narrativa actual de Valparaíso hemos recordado y que llevaba en su portada un grabado del artista Carlos Hermosilla Alvarez- se hizo merecedor de importantes galardones literarios, como el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1969, el Premio del Concurso de Narraciones de Literatura Oral, auspiciado por el Instituto Nacional del Libro Español en 1972 y el Premio Literario Gabriela Mistral de Santiago en 1973. Aparte de su creación literaria, el escritor Flores fue un académico universitario en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, Sede de Valparaíso, donde enseñó la cátedra de Microbiología. Falleció en esta ciudad el año 1979.

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