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El recetario de cocina es un modo escritural que tiene un formato específico a través de cuya lectura y aplicación de lo dicho se llega a una comida determinada. Los ingredientes y las cantidades a usar permiten la preparación del plato siguiendo las instrucciones del chef culinario.

Eddie Morales Piña. Crítico Literario.

Sin duda que el retrato más conocido de Sor Juana Inés de la Cruz, la poeta mexicana del Barroco novohispánico, es aquel en que aparece revestida como monja y con su diestra se dispone a tomar la pluma; se encuentra sentada ante el escritorio mirando hacia el observador, mientras tras suyo están los libros en la estantería. Una variante de este mismo cuadro la presenta con la pluma en la mano pronto a iniciar la escritura, pero siempre con su rostro al frente.

Como lo argumenta Jean Franco en su libro Las conspiradoras. La representación de la mujer en México con Sor Juana Inés de la Cruz se llega a la conquista de la escritura en la Colonia, y, en el caso de ella, en la Nueva España. Como bien lo recuerda Franco, el espacio propiamente masculino (el púlpito, la política y la escritura) no era invadido por las monjas místicas, es decir, quedaban éstas en la periferia. Es con Sor Juana que se produce un cambio sustantivo: “Sor Juana Inés de la Cruz no sólo invadió estos terrenos, cuando menos simbólicamente, sino que impugnó de manera directa la feminización que el clero hacía de la ignorancia. Así, desde el punto de vista contemporáneo, es tentador considerarla como una rebelde que desafiaba las convenciones sociales y literarias, si bien es dudoso que pueda considerársele individualista, en el sentido moderno”. Dentro de este mismo contexto, Margo Glantz argumenta que las denominadas labores de mano como coser, cocinar, barrer se vieron complementadas con otra forma del quehacer conventual como lo fue la escritura por obligación, es decir, por mandato del confesor. Sor Juana Inés de la Cruz no sólo lo hizo así, sino también por gusto y curiosidad intelectuales tal como lo ha demostrado la crítica.

El clásico retrato de la monja mexicana colonial al que aludimos al principio pareciera encapsularla precisamente en el scriptorium y no siendo partícipe de las otras actividades que realizaban las religiosas en el convento o en el monasterio desde que estos surgieron en la historia de la religiosidad como espacios distintos a los profanos. Las categorizaciones al interior de ellos efectivamente existían. Sin embargo, un espacio que toda monja conocía y realizaba en él sus menesteres era la cocina. De lo anterior proviene el dicho “como mano de monja” para referirse a una comida preparada con esmero y exquisita. No hay que olvidar tampoco que en el siglo XVII el espacio del sriptorium y la cocina aparecían como separados entre sí por una fuerte carga discriminatoria: el primero, era el espacio privilegiado del saber masculino, en otras palabras, patriarcal; mientras que el segundo, era un espacio anónimo del saber femenino. Según Ángelo Morino, la gracia de Sor Juana Inés de la Cruz es que va a transgredir esta dicotomía (tal como lo hizo en otros asuntos) mediante algunos indicios que entrega en sus escritos como en la Respuesta a Sor Filotea (que no era otro que el Obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz) donde alude a las filosofías de la cocina con el fin de aunar los espacios y reivindicar el derecho de la mujer al saber y al estudio.

El recetario de cocina es un modo escritural que tiene un formato específico a través de cuya lectura y aplicación de lo dicho se llega a una comida determinada. Los ingredientes y las cantidades a usar permiten la preparación del plato siguiendo las instrucciones del chef culinario. En los últimos tiempos, la proliferación de programas televisivos en torno al espacio de la cocina demuestra que el interés por la comida siempre estará vigente. Precisamente, en un canal del cable el escritor Benito Taibo, mexicano al igual que Sor Juana Inés de la Cruz, nos presenta un “la historia se sienta a la mesa”, en que se recrean los diversos platos y menús servidos en determinados momento del transcurrir histórico del país azteca, En este sentido, tomando el recetario de Sor Juana Inés de la Cruz –o a ella atribuido- se prepararon algunas de las recomendaciones de la monja teniendo como trasfondo el convento de San Jerónimo. Las recetas sorjuaninas aúnan en una sola escritura el tradicional formato.

Entre la abundante bibliografía de quien fuera definida como “única poetisa americana” se encuentra el Libro de cocina, publicado recién en el siglo pasado, el que se basó en un manuscrito hallado en el convento de San Jerónimo donde Sor Juana Inés de la Cruz vivió sus veintisiete años de clausura. Respecto a la autenticidad del libro se han tejido diversas opiniones, pues cabe la posibilidad de que las recetas en él contenidas sean de la autoría de la monja colonial, o bien de que ella haya realizado una antología del saber culinario de sus hermanas del claustro. Independientemente de cómo sea, el texto es un maravilloso registro de una muestra culinaria de lo que se comía colonialmente en México. Las recetas llevan títulos que cuajan (uso un verbo asociado al cocinar) con la escritura poética: “buñuelos de viento”, “bien me sabe”, “turco de maíz cacaguazintle”, “torta del cielo”… He aquí una de estas recetas sorjuaninas: “Manchamanteles. Chiles desvenados y remojados de un día para otro, molidos con ajonjolí tostado, y frito todo en manteca; echarás el agua necesaria, la gallina, rebanadas de plátano, de camote, manzana y su sal necesaria”.

Por último, resta decir que esta relación entre la literatura y la gastronomía es una suerte de muestra de la identidad de un país que queda muy bien reflejada en las recetas de Sor Juana Inés de la Cruz, quien seguramente pensaba en el Primero sueño mientras preparaba algunos de sus platos en “las artes de los alimentos”.

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