Si el desocupado lector revisa su producción narrativa se dará cuenta que son nada menos que veinte relatos en que desplegó su imaginación, entre los que se hallan emblemáticas novelas de la literatura chilena.

(Crónica literaria de Eddie Morales Piña)

Me preguntaba antes de escribir esta crónica a quién le interesará que se haga memoria de un escritor del siglo ante pasado como Alberto Blest Gana. Efectivamente, se han cumplido cien años de su muerte en París un 11 de noviembre de 1920. Tuvo la dicha de entrar a la época contemporánea y vivir en ella a lo menos dos décadas. Y ante la interrogante inicial no me asaltaron  dudas de que es nuestro primer novelista a carta cabal y bien se merece este recuerdo. En sentido estricto, es José Victorino Lastarria quien escribe un relato que la historiografía literaria ha considerado como la novela inaugural de la literatura chilena; se trata de “Don Guillermo”, una historia que con el tiempo ha ido adquiriendo resonancias insospechadas desde el punto de vista estético, a pesar de que en el momento de su emergencia fue una novela que tenía visos de ser un folletín político donde Lastarria expresaba sus ideas liberales.

Alberto Blest Gana también era un liberal que dedicó gran parte de su vida al servicio de la diplomacia chilena y tiene un destacado lugar en la historia como un agente. Cuando uno observa esta parte de su existencia, se pregunta en qué momento este hombre escribía lo que era su predilección: la literatura como acción novelesca. Si el desocupado lector revisa su producción narrativa se dará cuenta que son nada menos que veinte relatos en que desplegó su imaginación, entre los que se hallan emblemáticas novelas de la literatura chilena.

Dentro de la conciencia colectiva hay al menos dos de estos relatos que no pasan desapercibidos: “Martín Rivas” y “El loco Estero”. El primero de los nombrados ha tenido mejor suerte porque ha sido su historia traspasada a otros formatos como el cine o la televisión. Como un folletín contemporáneo –y la novela de Blest Gana se dio por entregas en su momento emergente- en el imaginario colectivo está la imagen de un Martín Rivas protagonizado por Leonardo Perucci en 1970 en una teleserie y luego en una miniserie en 1979 con Alejandro Cohen como protagonista, o bien aquella reescritura televisiva que comienza con un Martín Rivas llegando a un puerto, siendo que la novela lo presenta de otro modo. El personaje de Rivas en esta oportunidad fue encarnado por Diego Muñoz y estamos en 2010. Ambos relatos, el que tiene como figura principal a Martín y la otra, cuyo protagonista es don Julián Estero se leían en la educación media (no sé  si ahora algún profesor de Lenguaje, como se les dice en los últimos tiempos a los otrora profesores de Castellano, se atreverá con las obras de Blest Gana, porque es más apetecible un Stephen King o un escritor o escritora al gusto de las nuevas generaciones). Indudablemente, los tiempos han cambiado y las obras de Blest Gana deben parecer añejeces decimonónicas y una pérdida de tiempo lectora. Sin embargo, para mí siguen siendo ineludibles en la formación –al menos- de quien se dedicará a la educación en la asignatura de Lenguaje. En la universidad mientras enseñé literatura chilena, Blest Gana –y también Lastarria- inauguraban el curso, precisamente porque son pivotes de lo que vendrá después.

Sin ser necesariamente pedante, Blest Gana –Alberto, pues también tuvo un hermano literato de nombre Guillermo, que se dedicó a la creación lírica- es un escritor realista. Y el Realismo como una forma de expresión de la realidad a través de la escritura tuvo una larga vida, -se dice que el Naturalismo literario no es más que una radicalización de aquel sobre la base de una perspectiva positivista de la historia y del hombre- avanzado el siglo XX –y vuelve a reaparecer travestido, como por ejemplo en el neorrealismo o en el realismo socialista. Lo interesante de todo esto es que nuestro autor de “Martín Rivas” está en el principio. Por ende, es el autor realista del siglo antepasado por antonomasia. Algunos estudiantes me confesaban que cuando leían este relato u otro, solían saltarse las largas descripciones de los espacios, porque la acción se detenía y el narrador se deleitaba en recrear con exactitud el contexto en que se desplazaban los personajes. En otras palabras, lo que para Blest Gana era un acierto estético, para aquellos era simplemente un relleno, un lujo del relato. Pero el realismo era así como forma discursiva.

La permanencia de nuestro escritor en París, probablemente le hizo conocer de primera mano a los autores que giran en torno a las directrices estéticas de lo que fue el Realismo. Honorato de Balzac, Henry Beyle (conocido por su seudónimo de Stendhal), Gustavo Flaubert aportaron al movimiento artístico-literario que Blest Gana hizo suyo lo que la crítica ha denominado el descriptivismo y documentalismo, la teoría del amor y el bovarismo, respectivamente. “Papa Goriot”, “Rojo y negro” y “Madame Bovary” son relatos emblemáticos para entender el modo de representación de la realidad del Realismo.

Recordar a Alberto Blest Gana es traer a la memoria a “Martín Rivas” (1862). La novela fue, no cabe dudas, un folletín –la palabra no tiene en ese entonces el sentido peyorativo con que hoy se la usa-. La historia del joven provinciano pobre que llega a la capital –a un Santiago que entra paulatinamente en la modernidad- a la casa del aristócrata don Damaso Encina y se enamora de Leonor, la hija de este, va a entramar un relato sobre la base de los triángulos amorosos y cómo el motivo del amor se va concretando en sus diversas variantes narrativas. Historia de amores e intrigas, de componendas políticas y de negocios discutidos en las tertulias, así como de héroes románticos como Rafael San Luis y de siúticos afrancesados, como el hermano de Leonor, Agustín; de espacios polares como las tertulias y los picholeos; personajes que transitan entre ambos y que se sacrifican por amor y por los ideales políticos, etc. Todo esto está amalgamado en una novela que no ha perdido su interés narrativo para quien se atreva a ingresar con Martín a un mundo insospechado para él cuando traspone el umbral de la casa señorial. Con él se plasma el motivo del provinciano en Santiago y el del extraño en el mundo. Detrás de la historia amorosa entre Martín y Leonor con sus altos y bajos, están los ideales liberales de Blest Gana que los encarna en la figura de su personaje. En fin, una novela que junto a “El ideal de un calavera” (1863), “Durante la Reconquista” (1897), “Los trasplantados” (1904) y “El loco Estero” (1909) posicionan a  su autor como uno de los escritores ineludibles de nuestra literatura chilena e hispanoamericana.

Los restos de Alberto Blest Gana están en el cementerio de Peré Lachaise en París junto a notables escritores y escritoras.

(El libro que ilustra esta crónica “Alberto Blest Gana” es del crítico literario y profesor Raúl Silva Castro; es una segunda edición refundida publicada por la Editorial Zigzag de Santiago de Chile en 1955).

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