Esta es una obra narrativa del arquitecto, académico, artista visual y escritor Edward Rojas Vega (La Mina Vieja, Potrerillos, 1951), quien ostenta el Premio Nacional de Arquitectura 2016, además de otros galardones que ennoblecen su labor profesional. En la franja que acompaña la portada -y que sirve de marca página de lectura- se nos dice que este es su primer libro de cuentos, pero líneas siguientes se califica la obra como una suerte de mágica novela fragmentada e hiperrealista, lo que nos parece excelente por lo que diremos luego.

La portada de la obra de Edward Rojas es sobresaliente. Siempre hemos afirmado que esta es la puerta de entrada a la escritura. En cuanto imagen, la portada es siempre significativa y posee cierto simbolismo. De allí que se hable de ella como un paratexto. La portada es un significante que se une al significado y, en consecuencia, se transforma en un signo indeleble. Lo más probable que nuestro arquitecto escritor haya estado detrás de la configuración de este sintagma visual junto al editor. De hecho, en el transcurso del relato, se nos devela el sentido de la portada de Una bandada de ángeles. Generalmente el color negro está asociado a significados negativos, pero también posee connotaciones positivas. Efectivamente, la portada privilegia este color que, en realidad, sirve para destacar como en relieve los dos angelitos que agitan sus alas, mientras sostienen en sus manos una forma de guirnalda. La figura de los ángeles en el imaginario de la cultura nos la han representado de diversas formas. Estos angelitos parecen ser como un Cupido. Una manera simbiótica de unir los seres alados. Teológicamente, son seres espirituales. La representación de la portada nos los muestra sexuados. En el fondo negro destacan significativamente lo que se incrementa por el título en letras mayúsculas de color naranja y el nombre del autor en el pie de la portada en color blanco. Los ángeles al interior de la escritura adquieren una particular importancia; en realidad, siempre están presentes revoloteando: son una bandada. El título está muy bien escogido porque le da una impronta maravillosa al contenido que está constituido por doce relatos que se sitúan desde la aridez del norte de Chiles hasta la isla Grande de Chiloé.

Al leer la franja roja donde aparecen las frases citadas, además de la contraportada en que están presentes la pareja de ángeles como un colofón -imagen que se reitera al interior- nos dio la impresión de que ingresaríamos a una obra donde se privilegia una forma de hibridez discursiva, lo que parece muy saludable para el lector. La hibridez es la no resolución textual de la modalidad escrituraria. Efectivamente, la obra puede leerse desde diversas perspectivas, que es lo que la hace interesante al momento del acto de lectura. Los ángeles han querido insuflar en Edward Rojas una peculiar forma de modulación de las historias. En este sentido, la obra del arquitecto escritor tematiza las vivencias y experiencias de vida a lo largo del tiempo, por lo tanto, podríamos pensar que estamos frente a un texto narrativo autobiográfico. También el lector puede acceder derechamente a considerar las historias como cuentos o también como viñetas de situaciones ocurridas en un tiempo y espacio determinados -los cronotopos de Mijail Bajtin. O como lo dice la franja, una mágica novela fragmentada. Sea cual sea la manera como el lector ingrese a la narratividad no quedará defraudado. Sin duda que el componente de la intrahistoria de Edward Rojas -el relato donde da cuenta del origen de su patronímico es inolvidable- es el sustrato de las historias, de las tramas, de los sucesos narrados. El autor tiene solvencia narrativa y sabe articular -como buen arquitecto- la estructura de los doce relatos -cuentos que no son peregrinos, lo que explica el autor en un momento del por qué el numeral, recordando a García Márquez.

La narratividad de Edward Rojas es atrayente y atrapante para el lector. Suscita el narrador o los narradores de las historias el interés. El sujeto de la enunciación maneja con propiedad los resortes de la estructura del relato y lo que parte siendo una evocación de un suceso real como la reconstrucción -o una readecuación espacial- de una iglesia chilota, se transforma en una historia casi carnavalesca al decir de Mijail Bajtin. Es en estos momentos donde el autor ingresa a la recreación imaginaria con adiciones de realismo mágico o de lo real maravilloso -no hay que olvidar que una buena parte de su vida ha estado en el archipiélago mágico -Nicasio Tangol, dixit– lo que hace que estos doce relatos una experiencia de lectura gratificante. En otras palabras, nuestro autor mediante el elemento añadido -es decir, aquello que transforma la realidad inmediata en una nueva realidad donde todo es posible, como lo señalaba Vargas Llosa- nos entrega doce historias donde cada una de ellas tiene una impronta especial: como la primera que dialoga con la canción que habla de los angelitos negros, la historia afincada en momentos trágicos de la dictadura (Recurso de amparo), la surrealista imagen de un poeta que escribía doscientos poemas y de los que sólo tenía sus títulos, la casi kafkiana experiencia a la búsqueda de El gran solitario por las librerías mexicanas o de El ángel de Guanajuato -al borde de un guiño a Pedro Páramo en la urbe moderna, o la hilarante y trágica historia de Angus Dei –sic en el relato, a pesar de que el narrador sabe que es Agnus Dei porque había sido acólito siendo niño y sabía expresiones latinas de la misa tradicional- o la surrealista historia del Cristo peregrino o la de la Difunta Correa. En definitiva, estamos en presencia de un libro de una factura escrituraria impecable de su autor, quien en un epílogo explica el origen de las historias autodenominándose como un aprendiz de escritor. Con este su primer libro de relatos, Edward Rojas, el escritor arquitecto, nos demuestra que ya no es un aprendiz sino un sobresaliente narrador. La bandada de ángeles le acompaña.

Por admin

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