Al escritor Diego Muñoz Valenzuela le hemos seguido su huella escrituraria desde hace varios años y comentado su obra, donde destacamos su imaginación creativa y también lo versátil para recorrer diferentes formatos retóricos. En otras palabras, estamos frente a un autor consumado que maneja con absoluta propiedad los mecanismos ficcionales para entregar al lector/a unas historias que, sin duda, atraen al lector por la configuración de estas y en el ámbito en que las sitúa dentro de los márgenes de la literatura, sea que las despliegue las historias o las tramas narrativas en la novela, en el cuento o en el relato hiperbreve. En todos estos modus operandi, Diego Muñoz Valenzuela ha salido airoso. Cabe mencionar que en la universidad dirigí más de una tesis en su narrativa. En su última novela breve que lleva por título Un fin para un principio, el escritor nacido en Constitución en 1956 retoma una de sus tematizaciones predilectas: la ciencia ficción, en cuyos parámetros ha entregado novelas significativas dentro del espectro escriturario de este formato narrativo. Hace poco tiempo atrás, Diego Muñoz Valenzuela (y hay que agregar su apellido materno para diferenciarlo de su padre, el notable escritor Diego Muñoz Espinoza (1903-1990), un imprescindible autor en la historiografía de la literatura chilena contemporánea) publicó una crónica acerca de Los pioneros de la ciencia ficción chilena y una singularidad fantástica donde se refiere a autores canónicos, a saber, Hugo Correa, Elena Aldunate, Antonio Montero/Antoine Montaigne, Héctor Pinochet Ciudad. Los autores y la autora mencionados, sin duda, que los he conocido en el transcurso de la historia como lector, siendo muy oportuno que Diego Muñoz V. los haya traído al presente histórico. En este sentido, el autor está inserto en esta pléyade de escritores/as que han hecho de la ciencia ficción en Chile un espacio literario saludable, tal como lo dejó consignado hace años Marcelo Novoa en un libro imprescindible para el lector/a que guste de esta modulación escrituraria; me refiero a Años luz. Mapa estelar de la ciencia ficción en Chile (2006).

La conceptualización teórica de la frase ciencia ficción, no cabe la menor duda, que ha tenido en el transcurso del tiempo varias definiciones. La conjunción del vocablo ciencia con un calificativo que parece estar alejado de la denotación de aquel, indudablemente que ha puesto hincapié en esa relación. Los adelantos científicos y los tecnológicos han aumentado las posibilidades de ir concretando espacio-tiempos que antes podrían haber sido imposibles, una mera posibilidad, pero que ahora en los momentos societales que se desarrollan han llegado a plasmarse como una realidad tangible. La robótica como algo imposible, ya es realidad en el mundo factible, basta ver algunos videos de humanoides y otros seres -los hermanos menores nuestros como las mascotas- caminando por calles de ciudades de China o Japón. En otras palabras, la ciencia y la tecnología han superado a la ficción. Un filme, basado en un cuento de Arthur C. Clarke, como 2001, odisea del espacio, simplemente aparece en el presente como algo superado infinitamente. Como lo manifestamos, una definición de ciencia ficción tiene tantas respuestas como la pregunta de qué es la poesía. Dentro de este ámbito donde las tensiones entre literatura fantástica, ciencia ficción o utopía -y las otras variantes como distopía o ucronía- es que se inserta la novela reciente de Diego Muñoz Valenzuela. Quienes leen mis comentarios, reseñas, crónicas o críticas literarias, tienen conocimiento que no realizo un resumen de la historia o de la trama, ni menos mostrar el desenlace, sino más bien trato de leer el texto viendo sus implicancias como una textualidad que se despliega y que entra en relación con otras formas escriturarias que la han precedido. Es el fenómeno de lo hermenéutico, de la interpretación del texto, a través de la exégesis.

Estoy en mi paseo matinal por el parque. El gran danés sale a caminar por el condominio. Da varias vueltas, orina por ahí, defecá por allá. Su amo lo mira desde la ventana de su edificio. El perro recoge sus heces con una bolsa y los arroja a la basura. El amo lo aplaude. Nos cruzamos. Lo saludo. Me responde y dibuja una sonrisa en el hocico”. De esta manera el narrador nos introduce en la historia. Es un enunciante cuya voz autorial es la primera persona, por tanto, es partícipe de la trama -intradiegético, diría Genette-, sin embargo, su conocimiento no es restringido, sino que alcanza límites más allá de una mera percepción inmediata. Este sujeto de la enunciación no siempre queda claro quién es. El dice que es un narrador, eso es todo; y una suerte de espectro de aspecto indiscernible. La palabra espectro es importante. El lector/a se dará cuenta por qué en el transcurso de la historia. Estamos en un espacio tiempo donde las coordenadas habituales a las que estamos acostumbrados se han desdibujado o difuminado. Estamos como lectores/as en un mundo otro; estamos inmersos, en consecuencia, en una realidad otra donde todo puede acontecer. La centralidad de la historia se focaliza o se materializa en un parque. Este es el espacio que se configura como un microcosmo -o macrocosmo, y la duda nos hace estar en los umbrales de lo fantástico- donde suceden gran parte de los acontecimientos narrativos visibilizados por la voz autorial, el que se considera un espectro, y como tal es volátil. Una especie de fantasma que deambula y va percatándose de los hechos que se desenvuelven en el locus donde los hermanos menores, es decir, las criaturas no humanas, tienen una predominancia esencial. Los humanos han emergido desde las profundidades, los sobrevivientes, gracias a la intervención de los entes no humanos que van conformando la verdadera sociedad. En este espacio tiempo se hacen presente los seres otros que llegan desde un espacio exterior en naves desde donde bajan insectos gigantes que hablan directamente a las mentes, y luego dejar al cuidado de esta humanidad del parque unas Inteligencias Artificiales -así las denomina el narrador-, cuyo principal actante es un escarabajo de nombre Greg Samsa. En este inicio de la trama se va construyendo, por tanto, un mundo al revés donde los animales obedecen a un Gran Danés y los seres humanos venidos desde lo subterráneo están sujetos a ellos hasta un determinado momento de la historia. Por otra parte, las IA no sólo son benévolas, sino que hay otras temibles. Por tanto, se va tematizando el constructo del bien y el mal. Sobre la base de lo dicho, en la novela de Diego Muñoz Valenzuela es posible apreciar la intertextualidad con Franz Kafka y con La rebelión en la granja de George Orwell e incluso con una novela también llevada al cine donde los primates son los dueños de la tierra. Promediando el relato, el lector/a se sorprenderá de ver aparecer unos personajes de apellido Ockham, y Guillermo con su tercer principio cerrará la narración. A buen entendedor, pocas palabras. El receptor deberá recordar qué postuló este fraile medieval con el denominado nominalismo frente a los postulados de Tomás de Aquino y la filosofía escolástica, o bien recurrir a una historia de la filosofía para desentrañar el sentido profundo de Un fin para un principio. Cabe preguntarse dónde ubicamos el texto de Diego Muñoz V. dentro de las conceptualizaciones por donde regularmente transitan las tematizaciones de la llamada CF. ¿Utopía? ¿Distopía? ¿Ucronía? O es una simbiosis realmente interesante de las tres, además de la retórica de lo fantástico con la intertextualidad de por medio, incluido un guiño a la caverna platónica. En suma, el lector/a de esta nueva creación del autor no saldrá defraudado, sino que, por el contrario, quedará plenamente satisfecho con una historia gratificante. La edición de la obra, además, es muy significativa en su formato, pues remite al lector a una tipología de libros impresos in illo tempore. El lector también podrá darse cuenta de que en las portadillas o en la contraportada no hay referencias al autor, lo que hace pensar que Diego Muñoz Valenzuela es una marca registrada como creador. En definitiva, una obra de Diego Muñoz Valenzuela que recomiendo leer y que se agrega a su vasta producción literaria, que a estas alturas del devenir de la literatura chilena contemporánea es insoslayable.

Por admin

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