Probablemente la primera vez que conocí la escritura de María Luisa Bombal (Viña del Mar, 1910-1980) fue mediante un cuento que estaba en una antología de textos de enseñanza media. Sin duda que, en ese entonces, la forma de la narratividad de la autora me cautivó sin saber mayormente de quién se trataba y cuál era la relevancia que tenía en la literatura chilena contemporánea. Unos breves datos ilustraban al estudiante acerca de la escritora y del relato leído, El árbol, donde a través de una prosa poética insoslayable se tematizaba una historia de amor que se desenvolvía en el relato por medio de la música de tres compositores clásicos como lo son Mozart, Beethoven y Chopin y la presencia indisoluble del árbol, un gomero, que en el desenlace es derribado y que ha sido interpretado simbólicamente de diversas maneras. El relato adquiere una tonalidad acorde con la música. El receptor real del texto en el proceso de lectura va como sintiendo y escuchando los acordes al unísono con el devenir de la trama. Esta primera aproximación a la narrativa de María Luisa Bombal me llevó luego a la experiencia de leer una novela que se ha transformado en un icono textual de la literatura contemporánea: La última niebla, que, a su vez, me trasladó a La amortajada y a otros cuentos de la escritora. De este modo, descubrimos que María Luisa era de una producción exigua o escasa, pero de una valía que nadie puede poner en cuestionamiento estético. Respecto a este punto también se han escrito muchos textos interpretativos. En cierto modo, el escritor mexicano Juan Rulfo escribió dos obras memorables -como las novelas de la autora chilena- y con ello bastó. Como se afirmó, Juan Rulfo no existiría sin María Luisa Bombal, y con esto se alude a la prosa poético-lírica y a la atmósfera de las historias que transitan entre la vigilia, el ensueño y la realidad. Este año 2025, la novela La última niebla está cumpliendo nada menos que noventa años desde su emergencia escrituraria en 1935.

Volviendo a recordar lo expresado por el escritor italiano Italo Calvino, sin duda, que María Luisa Bombal con esta obra -y con La amortajada y sus cuentos- se ha transformado en un clásico de la literatura hispanoamericana y universal. Un clásico es aquel autor y sus obras que es leído cuántas veces se quiera como si fuera la primera vez que se tiene la experiencia de lectura. Es lo que ocurre con la narratividad de María Luisa Bombal. Hemos releído nuevamente La última niebla conociendo de antemano cuál es la historia, cómo se desenvuelve la trama y de qué manera concluye y, efectivamente, vuelve a capturar al lector la narradora con esa prosa envolvente y plena de connotaciones estéticas y más allá de ellas. El 9 de agosto de 1995 se publicó en el diario El Mercurio de Valparaíso -donde escribía crónica, reseñas y críticas literarias- un artículo mío a propósito de los sesenta años de la novela. Han pasado treinta años y regreso a María Luisa Bombal, la escritora admirada por Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, entre otros. Como dijo Carlos Fuente, María Luisa Bombal es la madre de todos nosotros. Efectivamente, es así. La publicación de La última niebla marcó un hito esencial en la historia de la literatura, puesto que el texto narrativo aparecía en un contexto donde aún la estética criollista o mundonovista -como se la denominado-, prevalecía con cierto prestigio que la novela de María Luisa echará por tierra. El relato era rupturista de la retórica al uso en la primera mitad del siglo pasado que daría origen a una nueva modulación estética que se llamaría, teóricamente, el superrealismo literario. Una novela vanguardista. Esto ha sido plasmado y explicado por la crítica académica a lo largo del tiempo. Incluso García Márquez pensaba que el realismo mágico tendría su sustento en la narratividad bombaleana. La emergencia de la novela en 1935 abrió insospechadas perspectivas para la novela hispanoamericana y chilena, mediante una singular percepción de la realidad donde se fusionaban lo real con lo ensoñado en el interior de una conciencia femenina. Un estudioso de la obra manifiesta en relación con aquello, que “la asunción de nuevas esferas de la realidad, olvido del entorno exterior, entrega de un mundo que ocurre en la conciencia de una mujer que existe angustiosamente, que sueña y que ensueña, pero que se ata a la realidad al nutrir su imaginación en el erotismo cabal de Regina y su amante”. El erotismo subyacente a la trama narrada es un fundamento de la estructura de la novela. Podría sostenerse que es una novela erótica donde la mujer protagonista que es la locutora del enunciado -la historia- va desplegando ante el lector una pasión compulsiva con un amante al que busca después de un encuentro en medio de la niebla que le va dando la tonalidad mistérica a la narración. Lo onírico y lo cotidiano se confunden envueltos por la niebla que crea la propia ensoñación de la protagonista, para quien la evocación de sus recuerdos y sus esperanzas, constituyen la única razón de su existencia frente a la necesidad de amar y ser amada. El desenvolvimiento de la trama lleva al lector a entrar en una suerte de relato fantástico donde queda en la duda, al igual que la narradora, de la realidad real -valga la redundancia- del amante y de la experiencia gozosa de la protagonista en el acto amatorio. La pérdida del sombrero y la muerte en el estanque de un joven testigo ayudan a que la historia transite por la ambigüedad y la incertidumbre, que la niebla acrecienta en la atmósfera del relato dando el toque sobrenatural. El texto emergió en una época signada por el patriarcalismo en todo orden, y María Luisa Bombal venía a deconstruir aquellos márgenes explorando el mundo interior femenino, especialmente el deseo y la sexualidad. En un escrito autobiográfico, sostiene que la novela “está inspirada en un amante que no tuve. Mi primera experiencia amorosa fue bastante espantosa, yo lo puse a él como marido, la novela tiene una base autobiográfica bastante trágica y desagradable. La experiencia sexual también; en esa época, las regulaciones eran para que las obedecieran los de la clase media. Bastante trágica, pero uno no puede hablar de los secretos del corazón y del alma (…) La novela está basada en mi primer amor, que terminó a balazo limpio”.

La última niebla se publicó por primera vez en Buenos Aires en 1935 con el auspicio de Norah Lange y Oliverio Girondo, y la primera edición chilena de 1941 fue prologada por Amado Alonso -un académico de la corriente del impresionismo y la estilística literarias. – Por su parte, el también impresionista crítico chileno Hernán Díaz Arrieta -Alone- al referirse a la novela y a su autora escribió “¿Dónde aprendió esta joven de sociedad, en qué escuela, con cuál maestro, su arte que parece inmemorial e impalpable, esa lengua que lo dice todo, que no se siente, que hace ver, oír, saber de una manera como milagrosa, entre angélica y diabólica?” Una afirmación con rasgos patriarcales que se condice con el contexto de época. En definitiva, regresar a la relectura de esta novela de María Luisa Bombal en sus noventa años, nos vuelve a confirmar que se trata de un texto clásico producto de una escritura que forma parte de la historia de la literatura con una obra mínima y perfecta. Lamentablemente, Chile quedó en deuda con María Luisa Bombal al no otorgársele el Premio Nacional de Literatura que se lo merecía con creces, pero la transformó en un icono y una autora clásica por antonomasia: Escribí sin fe, sin más aliciente que mi pasión literaria.

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