Probablemente, el nombre de Francisco Coloane (Quemchi, Chiloé, 1910- Santiago, 2002) nos es conocido desde que entramos en su producción escrituraria como jóvenes lectores de sus obras, que forman parte del imaginario cultural chileno. Estoy seguro de que Los conquistadores de la Antártida y El último grumete de La Baquedano son las primeras obras que leímos. Con el paso del tiempo, seguimos su huella creativa en novelas, cuentos y crónicas, además de sus memorias. La reciente lectura del libro El amigo cuando es forastero. Mis memorias de Francisco Coloane del escritor y académico norteamericano David A. Petreman nos han traído nuevamente al presente la impronta insoslayable de Coloane en la historia de la literatura chilena contemporánea. Del profesor Petreman había leído un estudio crítico referido al autor: La obra narrativa de Francisco Coloane (1987), que nos sirvió como fuente bibliográfica para más de un artículo académico que le dedicamos al creador de El camino de la ballena o Cazadores de indios -que también se denominó Rastros del guanaco blanco, a saber Francisco Coloane y un cuento gélido y Vida y escritura: géneros referenciales y escritura autobiográfica en Francisco Coloane, publicados en la revista Estudios Hemisféricos y Polares en 2011 y 2013, respectivamente. El cuento gélido es El témpano de Kanasaka, uno de mis preferidos.

La obra de David A. Petreman como efectivamente lo atestigua en el subtítulo son sus memorias con Coloane, cuyo título principal alude a uno de los versos de una conocida canción nacional –Si vas para Chile de Chito Faró-: Y verás como quieren en Chile/ al amigo cuando es forastero. El libro de Petreman está dentro de los márgenes de los denominados géneros de al lado, es decir, los formatos escriturarios que se caracterizan por su referencialidad. En este sentido, el sujeto del enunciado es el mismo protagonista de lo narrado. Petreman a través del ejercicio de la memoria, de la evocación y del recuerdo traerá al presente de la enunciación su amistad con Francisco Coloane por varios años. Al momento de la escritura, el novelista ya no está vivo y, en consecuencia, el relato de Petreman se convertirá en una especie de elegía de Coloane en que la discursividad se va plasmando como un texto donde la emotividad, el afecto y el cariño para con el ausente son el fundamento esencial.

La portada del libro memorial está muy bien diseñado, pues capta el espíritu que trasunta la escritura de Petreman en su amistad con Coloane. Como paratexto, la portada y la contraportada son como una moneda. Anverso y reverso son complementarios e ilustran, por tanto, lo que fue la relación del profesor norteamericano con el escritor chileno. En la portada hay una foto de un hombre sentado en un banco de una plaza. El instante fue capturado a la distancia y muestra a un señor mayor que está leyendo. El banco está ubicado en una plaza de un barrio tradicional de Santiago. La plaza se llama Ambrosio del Río. En la contraportada, está el mismo asiento y la imagen muestra a un señor de frente que no mira a la cámara, sino que mantiene su vista mirando hacia el pasado que fue el futuro. Ambos personajes son los protagonistas de estas memorias: Coloane y Petreman en un mismo sitio rodeados del verdor de la naturaleza. El predominio del color verde en la portada es simbólicamente significativo. Toda la escritura de Coloane tiene relación con el mundo natural, especialmente el paisaje austral de Chile. En el transcurso del relato, el lector comprenderá de qué modo consideraba el escritor el medio ambiente natural -la casa común, el Oikos– como percibiendo a través de ella la presencia de lo numinoso, de lo trascendente, lo divino, siendo que se consideraba un no creyente, pero que conservaba en su sustrato existencial lo que su madre Humiliana le había enseñado siendo niño con relación a la fe. El banco de la plaza se convierte en el relato en un hito donde se fundieron dos vidas en una amistad entrañable.

Las memorias de Petreman focalizadas en su amistad con Coloane pueden ser catalogadas como memorias emotivas. En varios momentos de la narración, el profesor Petreman explicita este sentimiento de una relación in crescendo desde que conoce al escritor hasta que lo vea poco tiempo antes de que este muera en agosto de 2002 en Santiago. El texto va mostrando de qué manera una amistad crece hasta llegar a un conocimiento en plenitud de las personas. Petreman se lamenta en algún instante de que lo conoció en la vejez de Coloane, pero antes en su obra literaria y en las investigaciones en torno a su creación: “…nos hicimos amigos y fue para siempre, perenne, aún en el infinito”. Efectivamente, es así. Petreman en este libro nos descubre la personalidad de un hombre que en el tiempo lo quiso como a un hijo -Petreman, lo va a llamar como su segundo padre-. El despliegue de la historia vivida y vívida abarca instantes existenciales que dejaron huella en la conciencia del amigo con sus respectivas contextualizaciones históricas, como la evocación permanente de Neruda. Todo esto es lo que como lectores iremos tomando conocimiento a medida en que avanzamos en la lectura. Hay muchos detalles domésticos o cotidianos que alcanzan ribetes mágicos y trascendentes -como aquella anécdota de la entrevista apócrifa que le propone la recordada escritora y periodista Virginia Vidal-, y otros que nos revelan verdades, como la premura y el secretismo de cuando muriera el novelista, o lo difícil que fue visitar a Coloane en su lecho de enfermo al final de sus días. La manera como programó la narración Petreman es otro acierto escriturario. Hay saltos temporales –prolepsis y analépsis– así como diálogos y textos intercalados como cartas que van y vienen, o apuntes de viaje o de diario de vitae. En cierto modo, las memorias coloanescas de Petreman se leen como un relato donde la figura de Francisco Coloane se transforma en un protagonista esencial en la vida de un otro que se convierte en uno de sus mejores amigos: “Es una sinfonía cósmica de nuestra perdurable amistad”, escribe Coloane en una carta refiriéndose a un libro de Petreman dedicado a su obra. El desenlace de la historia alude a conexiones cósmicas con la naturaleza, tal como acontece en el último viaje a Quintero donde Coloane tenía una vivienda. La ida a Barcelona y revisitar los lugares recorridos con Coloane y que perdieron la impronta que tenían años atrás pareciera desmoronar la historia; sin embargo, lo que perdura es aquella conexión cósmica que se reitera a lo largo del relato memorial.

La obra de Petreman, por tanto, confirma los versos de la canción Si vas para Chile. El profesor Petreman lo experimentó fielmente en la persona de un escritor insoslayable e imprescindible, Francisco Coloane. Volvamos al mar, era una expresión habitual del escritor que eran de su propio padre al momento de morir. Sus memorias terminan con esta sentencia, Volvamos al mar. Las de David A. Petreman conservan esta ligazón existencial, Volvamos al mar. Un libro fundamental para conocer dos personalidades unidas por un banco en una plaza santiaguina.

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