Los versos transcritos corresponden a un poeta llamado Lázaro Salgado y están recogidos en un libro sobre esta forma tradicional de la denominada poesía popular por el escritor Diego Muñoz en 1972. Esta crónica literaria tiene como motivación la presencia escrituraria del mencionado autor no en su producción narrativa -cuentos y novelas-, sino en el papel que le cupo en el reconocimiento, estudio y divulgación de la poesía popular chilena en el siglo XX. No cabe la menor duda de que Diego Muñoz ocupa un espacio en la generación literaria de 1942 o en el denominado neorrealismo social de la primera mitad del siglo pasado, lo que en algún momento traeremos al presente. Como lo señalamos recién, como hombre de letras -así se decía antes- tuvo una preocupación especial por la poesía popular chilena junto a su esposa, la periodista Inés Valenzuela. Entre paréntesis, nuestro desocupado lector -como diría Cervantes- si conjuga el nombre con los apellidos podrá darse cuenta de que estamos refiriéndonos al padre de Diego Muñoz Valenzuela, y de su hermana Josefina. Siempre nos llamó la atención de que el autor de notables novelas y microrrelatos usara también el apellido materno. Obviamente que era para señalar que no era el progenitor, quien firmaba sus obras como Diego Muñoz. Cuando uno ingresa este nombre en un buscador aparece el hijo y no el padre -y también un actor.

Mediante los libros uno va adentrándose en la historia y en la génesis de estos como producto de un instante en que estos emergieron ante el lector histórico. Esta categoría corresponde a quien leyó en un momento preciso una obra literaria. La cita puesta al comienzo corresponde a un texto poético popular inserto en una antología de Diego Muñoz que tuvo como título Poesía popular chilena y formó parte de la Colección Quimantú para todos, publicada en marzo de 1972. El año anterior, el narrador había publicado Antología de 5 poetas populares en Ediciones Valores Literarios. De tal manera que el libro del año 1972 venía a constituirse en un complemento del anterior donde Diego Muñoz organizaba el corpus de los poetas sobre la base de una división entre clásicos y contemporáneos. En la primera sección abarcaba la segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del siglo XX, mientras que la segunda parte recogía a los poetas populares de las décadas del 40 y 50 del presente siglo -así está en el índice, ahora sería del siglo pasado. – En consecuencia, tomé conocimiento de esta otra faceta de Diego Muñoz como promotor, estudioso, divulgador o difusor de la poesía popular chilena en estos textos como lector histórico de estos libros antológicos. En realidad, había leído al autor como narrador, pero desconocía esta predilección suya tan especial. La poesía popular chilena ha estado entre mis preocupaciones académicas -probablemente porque nací en un pueblo de honda raigambre campesina donde se cultivaba (y cultiva) el canto a lo humano y a lo divino. – Siendo niño pude observar en más de una oportunidad el velorio de un angelito y los correspondientes cantos de los poetas populares al niño o niña fallecido puestos en un altar con sus alitas de cartón: “Adiós, madre, no me llores, / mira que me hace fatal/ usted aumenta mi mal/ con esos tiernos clamores, / aunque mis dulces amores/ la dejarán afligida/ en un pesar sumergida/ por este trance inmortal/ para el panteón general/ yo voy a hacer mi partida” (Raimundo Navarro Flores). Una película chilena de Patricio Kaulen titulada Largo viaje (1967) tematiza lo que significaba el velorio de un angelito con su canto a lo divino y los versos de despedida del infante muerto.

Inés Dölz-Blackburn en su estudio Origen y desarrollo de la poesía tradicional y popular chilena desde la conquista hasta el presente (Editorial Nascimento, 1984) sostiene que Diego Muñoz formaba parte de una pléyade de destacados intelectuales que estaban revalorizando la poesía popular y tradicional como Yolando Pino, Oreste Plath, Manuel Danemann, Julio Uribe Echevarría y el padre Miguel Jordá, entre otros. Efectivamente, fue así. Como Diego Muñoz hizo lo propio fundamentalmente con el canto popular con temáticas diversas como el asunto social y político, el sacerdote español Jordá se dedicó a una valiosa recopilación del canto a lo divino y doctrinal que se enraizaba en los campos chilenos. Tal como está atestiguado por los estudios que se han derivado de la poesía popular, esta forma de poetizar hunde sus fundamentos y sustratos en la poesía hispánica que se remonta a siglos anteriores donde la presencia del mester de juglaría y el de clerecía tienen mucho que ver en la transmisión que se hizo de las formas poéticas en el Nuevo Mundo. Por tanto, la poesía popular y tradicional tiene una vieja raigambre, donde la forma estrófica preferida es la décima espinela que consiste en una cuarteta, a la cual siguen cuatro décimas que deben terminar, de primera a cuarta, con el verso de la cuarteta, en el mismo orden. Los poetas populares chilenos le agregaron una quinta estrofa que denominaron despedida en la cual expresan una conclusión del tema desarrollado: “Y por fin en la memoria/ Recabarren siempre vive, / por eso el pueblo concibe/ que un día tendremos gloria/ y cantaremos victoria/ dentro de algún tiempo más/ y nadie será capaz/ de tenernos oprimidos, / nuestra clase habrá vencido/ y el mundo tendrá la Paz” (Pedro González). En el prólogo a la antología de Quimantú, Diego Muñoz se pregunta “¿cuándo y cómo descubrió nuestro pueblo esta prodigiosa herramienta y cuando la hizo suya?”, refiriéndose a la décima espinela. Y sostiene que esta se posicionó en manos del pueblo en la segunda mitad del siglo pasado -para nosotros lectores del siglo XXI, es el siglo XIX-, de manera particular en Bernardino Guajardo, uno de nuestros más grandes poetas populares.

La obra Antología de 5 poetas populares considera a Raimundo Navarro Flores, Abraham Jesús Brito, Ismael Sánchez, Pedro González y Lázaro Salgado. En el breve prólogo, Diego Muñoz los presenta como “cinco hombres del pueblo que aprendieron a penas a leer y escribir; cinco destinos diferentes: un campesino, un ex minero, un zapatero que trabajó de niño en la agricultura, un campesino que se hizo minero y a quien la mina mató en vida y, finalmente, un juglar que no ha hecho otra vida, sino la que es propia de la juglaría, o sea, glosar los acontecimientos y cantarlos por calles y caminos”. Antes de antologar los versos de los poetas populares, el autor realiza una presentación de cada uno de ellos donde prevalece el conocimiento que tuvo de estos cantores. En el caso de Abraham Jesús Brito, Diego Muñoz manifiesta al lector de cómo aquel se hizo amigo de Neruda siendo él intermediario para concretar un encuentro memorable. En su libro Memorias. Recuerdos de la bohemia nerudiana (Mosquito Editores / El Juglar Press, 1999), Diego Muñoz vuelve a evocar el instante en que el poeta popular Brito conoció a Neruda y se inició una amistad que perduró hasta la muerte. Recuerda el escritor en sus memorias que el poeta le dedicó en el Canto General una elegía: “…y fue haciéndose agua por los ojos, / y por las manos se fue haciendo raíces…”.

En el prólogo de Poesía popular chilena, hay datos significativos de carácter histórico relacionados con la noble tarea que le cupo a Diego Muñoz en la preservación escrituraria de esta modalidad poético-lírica, como lo fue la organización del I Congreso Nacional de Poetas y Cantores Populares, efectuado en 1954 bajo los auspicios de la Universidad de Chile y la publicación de liras populares: “…como lo dijo Raúl Silva Castro en la intervención que le correspondió como invitado especial, que la poesía popular chilena estaba viva aún, gracias al estímulo que significó la publicación de liras populares que conseguimos mantener en cuatro publicaciones sucesivas durante varios años de la década del 50”. De acuerdo con Memoria Chilena, Diego Muñoz y su esposa Inés Valenzuela, periodista y escritora tuvieron en los diarios Democracia y El Siglo una sección donde publicaban poesía popular que les llegaban desde diversos lugares en forma manuscrita y que daban a conocer en aquella sección llamada Lira Popular. En el prólogo, afirmaba la publicación de una obra de igual nombre editada en Alemania y su deseo de llevar a cabo el II Congreso Nacional, “esta vez con participantes extranjeros de todos los idiomas en que se cultiva este mismo género literario”.

En definitiva, leer o releer estas antologías de Diego Muñoz distantes en el tiempo, pero cercanas en el espíritu con que fueron creadas, nos permite aquilatar como lectores del siglo XXI la riqueza lírica de la poesía popular chilena desde el siglo XIX hasta el XX en que el autor evocado la puso a disposición de la cultura. En este sentido, la labor del escritor chileno en relación con la forma poética popular es, sin duda, invaluable y generosa.

Y termino, compañeros, / pidiendo a todos unión/ porque esta es la condición/ para encontrar el sendero; / Central Única queremos/ para que haya bienestar/ y la queremos ganar/ obrero y empleados unidos/ y el campesino aguerrido/ en ella no ha de faltar” (Julio Solís, 1953).

(Diego Muñoz. Antología de 5 poetas populares. Santiago: Ediciones Valores Literarios. 1971. 224 pág. // Poesía popular chilena. Santiago: Editorial Quimantú. 1972. 192 pág.).

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