En la literatura chilena reciente hay un autor insoslayable que no sólo ha incursionado en la novela, sino también en el cuento. En ambas modulaciones discursivas ubicadas en los márgenes de lo narrativo, el escritor resulta ser una revelación como creador de ficciones. Se da el caso de que en él hay una suerte de escritor con heterónimos al momento de firmar sus creaciones. Francisco Simón Rivas, Francisco Simón o Francisco Rivas no son tres personas sino una sola nomás. Esta forma de presentación tiene para nosotros un afán lúdico sumamente interesante. La primera vez que incursioné en su narrativa fue en una novela ineludible que se denomina Martes tristes (1987), cuya autoría era Francisco Simón, y luego una magistral que se titula Todos los días un circo (1988) bajo la firma de Francisco Simón Rivas. Esta metamorfosis de su identificación a más de algún lector lo habrá dejado knockout. Sólo las solapillas de los textos publicados con señalan que es un solo personaje encubierto por estas formas heterónimas. Como académico universitario, lo tuvimos presente como un autor imprescindible en la narrativa del último siglo -este es un guiño a una obra de José Promis, quien le dedicara un fundamental artículo analítico a Martes tristes-, en nuestras clases de literatura chilena contemporánea, además de alguna tesis de grado centrada en su obra. Es en estos momentos que conocí in situ a Francisco Simón Rivas, nacido en 1943, médico neurocirujano, pero por sobre todo escritor. Tal vez uno de los más sobresalientes de las últimas décadas y poco considerado en nuestra aldea literaria chilensis. El texto que se titula De Rivas cuentos es una recopilación o selección de relatos de nuestro escritor que le agrada ponerse un antifaz autorial que, como lo manifesté, cabe dentro de los márgenes de una escritura carnavalesca, como lo diría Mijail Bajtin. El libro tiene algunos años de haberse presentado a la sociedad lectora; quien escribe lo recibió hace poco tiempo y aunque para algunos les parezca un despropósito lo hemos leído en más de una oportunidad.

Un breve excurso sobre la forma denominada cuento. Se trata, sin duda, de una textualidad más exigente que la novela, por cuanto en esta el autor o autora tiene mayores posibilidades de ir desplegando una historia. La novela se solaza en ir amplificando la trama, mientras que en el cuento la condensación narrativa -o la diégesis, por usar una terminología teórica- es una de las cualidades esenciales del relato. El cuento es una modalidad discursiva donde nada debe sobrar en el espacio tiempo que el narrador le concede a la historia. El cuento siempre gana por knockout desde el primer asalto, es decir, desde el primer golpe en el cuadrilátero, que en este caso es la discursividad desplegada como un abanico ante el lector. Los cuentos de Francisco Rivas et al tienen esta cualidad -lo que no quiere decir que no ocurra lo mismo cuando nos sumergimos en la escritura de la forma novelesca que también ha cultivado con éxito. El título de este libro que origina esta escritura crítica está muy bien escogido. Se trata de los cuentos de Rivas, que bien pudo haber sido Simón o Simón Rivas. La portada como un paratexto es casi enigmática. Podría el lector decir que es la biblioteca de Alejandría. Un recinto con múltiples rollos escriturarios en unas estanterías donde a través de un tragaluz emana efectivamente la luminosidad del saber. Allí, en ese espacio, hay un hombre de espaldas que revisa algún manuscrito. El lector/a de esta antología de Rivas deberá conectar el paratexto con el interior de esta -que no es otra entidad que una selección de textos que conforman una biblioteca. Textos que se caracterizan por la maestría escrituraria y la imaginación creativa y estética de un autor que maneja con propiedad los resortes de la forma del cuento: El cuento debe ser como una flecha que se lanza al corazón del lector, tal como Guillermo Tell las lanzaba directo a una manzana en la cabeza de su hijo – Poli Délano, dixit-. El hombre de la portada que revisa los rollos es el antologador o el propio Rivas que realiza la selección. Los relatos escogidos son once y conforman un corpus sobresaliente donde afloran las lecturas y las intertextualidades de lo literario. Los cuentos de Rivas transitan en sus tematizaciones que remiten a lo real maravilloso, a lo fantástico, al realismo mágico, a lo sobrenatural, al realismo. Hay, no me cabe la menor duda, un autor que no sólo tiene una imaginación deslumbrante para estructurar las diversas historias en un universo narrativo que sorprende al lector/a. Una experiencia de lectura que podría llevarnos a reconocer a varios otros creadores con los que los textos del autor chileno dialogan en estos cuentos como lo es toda la literatura. Un ejercicio escriturario que nos muestra que la literatura es un gran jardín de formas -como lo enseñaba el maestro E. R. Curtius hace décadas atrás. – Subyacen en los textos de Rivas autores canónicos como, por ejemplo, E. A. Poe, H. Ph. Lovecraft, F. Kafka, J. Cortázar, J. L. Borges, lo que es sumamente saludable para nosotros los receptores de la textualidad emanada de la ficción de Rivas.

De los once cuentos hay varios que demuestran un oficio escriturario de real valía estética. Así como están en esta antología podrían encapsularse en cualquier otra sobre el cuento chileno de los últimos tiempos, así como en uno de Hispanoamérica o del relato breve universal. Llama la atención al lector/a aquellos que están situados -el cronotopo bajtiniano- en otros lugares lejanos de la geografía, como los relacionados con China o Japón. Entre estos, el primero que inaugura el volumen –Las manos– que relata el prodigio de la niña con unas manos maravillosas que provocaba algo inaudito en el vientre de una mujer embarazada y que tiene un desenlace inesperado; o Kasuhiru que da cuenta de la amistad entre un niño llamado Kasuhiru Usui –delgado, de huesos largos, poca musculatura y muy tímido– y Gastón Rizzo, el hijo de un funcionario de la Embajada de Uruguay en Japón, –un jovencito corpulento de manos grandes y necesitadas de aventuras-, amistad que trasciende los tiempos y los avatares de una guerra desastrosa. Otro cuento que deslumbra al lector/a es aquel que tematiza el tema de las momias de San Pedro de Atacama y todo se transforma en una situación fantástica e inaudita (Las tumbas heladas de Guallatire). La apoteosis de lo fantástico y lo maravilloso ocurre en El hombre que se extravió en globo y El lugar donde madura el escarabajo del vicio. En estos relatos los narradores capturan al lector por las historias donde todo puede ocurrir y cuyos finales son desconcertantes y acaban con las expectativas del lector/a. Una pieza escrituraria excepcional es El banquete. No sé por qué, pero este relato me remontó al diálogo socrático de igual nombre, aunque no tiene nada que ver en su contenido, y a una película inolvidable de 1987 que se llamó El festín de Babette. El relato de Rivas es atrapante no sólo por el modo como se va articulando la trama y el movimiento de las acciones sino por el verdadero festín de platos y bebestibles preparados para unos invitados que nunca llegan. La trama trepidante y el modo cómo todo va desapareciendo ante la vista del lector hacen de este cuento una pequeña joya ineludible. El cuento que cierra la obra de Francisco Rivas podríamos pensar que es realista. Sin embargo, aquello es ambiguo. Sin duda que es un guiño escriturario a una obra dramática de Samuel Becktt que está inserta en el teatro del absurdo (Esperando a Godot, publicada en 1952). Una obra de corte existencialista o de la filosofía del existencialismo ateo de aquellas décadas. Godot hace referencia a Dios. En el relato de Rivas el personaje principal es el señor Godot a quienes muchas mujeres esperan en una cárcel u otro espacio ominoso, El lector/as podría leer que es un campo de concentración o, tal vez, un asilo de mujeres que esperan una venida salvadora de Godot. Esta ambigüedad discursiva nos hace entrar en una narrativa angustiante.

En definitiva, la lectura y relectura de este libro de Francisco Rivas nos hace pensar que estamos en presencia de un autor mayor de la literatura chilena reciente. Un autor imprescindible, digno de conocer y apreciar en una narrativa que tiene múltiples resonancias estéticas. El espacio literario de este país con linda vista al mar está en deuda con Rivas. Con sólo este libro de cuentos se hace un importante candidato -válgame, Dios esta palabra- al Premio Nacional de Literatura de este año o de cualquier otro.

Por admin

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