El autor de esta novela Juan Gustavo León es de profesión médico psiquiatra. La primera obra que le conocimos fue un texto titulado Las puertas perdidas (1999, traducida al francés en 2001) que está enmarcada en el formato escriturario de la novela histórica. Un excelente relato que comentamos críticamente en su oportunidad. En consecuencia, era casi predecible que en la siguiente narración volvería a aquellos márgenes. Efectivamente, es así. Inche Michimalonco es un relato donde se trasluce el diálogo entre ficción e Historia. En este caso, la palabra está con mayúscula, pues se refiere a la discursividad generada a los eventos sucedidos en un pasado remoto o reciente al momento de la enunciación. Este asunto de la relación entre la poesía como creación artística y los sucesos históricos está en lo que denominamos literatura desde tiempos inmemoriales. No podemos olvidar que uno de los textos canónicos de la escritura universal es la Ilíada del mítico poeta Homero, relato que tematiza los acontecimientos sobre la llamada guerra de Troya, que siendo un poema épico es como el fundamento de los que acontecerá en los milenios siguientes con esta inflexión entre la Historia y la ficción literaria. Como también lo he recordado en más de una ocasión, el maestro Aristóteles en su Poética afirmaba que la Historia cuenta los acontecimientos como estos ocurrieron, mientras que la poesía nos los muestra como pudieran haber sucedido. La problematización teórica sobre este tema ha dado múltiples reflexiones y tratados. Lo que sí queda establecido que entre Historia y ficción hay un diálogo discursivo permanente. Todo lo que tiene que ver con la narratividad -lo ficcional- tiene un sustrato en las estructuras sociohistóricas y culturales que sostiene una época. Estos elementos son las denominadas estructuras estructurantes. La modelización de estas en la ficción son las estructuras estructuradas que reflejan el tiempo y espacio que se tematizan en el discurso literario o el arte en general. La novela histórica desde el instante en que emerge como formato responde a estos requerimientos retóricos que se adecuan a una determinada estética.

Una definición sencilla de la novela histórica es, según Carlos García Gual, “una ficción implantada en un marco histórico. No sólo se narra un suceso distante -tanto que todos los testimonios sobre él vienen ya de una tradición histórica-, sino que se evoca su desarrollo en una época precisa de ese pasado. No es tanto la exactitud de los datos, ni desde el luego el amontonamiento de estos, lo que define el carácter de la novela, sino la pretensión de recrear una atmósfera histórica, en general mucho más animada y coloreada que los escuetos datos de la historiografía suelen esbozar”. La cita mencionada es muy iluminadora para comprender cuál es el sentido o el quid del asunto de una novela histórica. No es un relato historiográfico, sino que una narratividad que asumiendo elementos de una tradición histórica -como lo dice el citado estudioso-, los transforma mediante aquella retórica propia de la ficción. En este sentido, el viejo Aristóteles tenía razón. En todo relato, el elemento añadido -Vargas Llosa, dixit– es lo que le da la consistencia de novela a un texto que se afinca en sucesos historiográficos. No estamos leyendo Historia, sino una recreación ficcional de la misma.

Inche Michimalonco (Yo soy Michimalonco) de Juan Gustavo León es una novela histórica, por tanto, dentro de los parámetros escriturarios que hemos descrito someramente. El autor focaliza su mirada en una determinada época de la historia de este territorio que se llama Chile y en un personaje que forma parte de aquella tradición histórica. Esto es interesante porque, precisamente, una de las modalidades de la novela histórica es centrar el foco narrativo en un personaje. En este caso es Michimalonco, uno de los lonkos relevantes del valle central del territorio. En otras palabras, la novela histórica de León tiene como protagonista esencial a un lonko que tendrá un papel decisivo en la historia desde antes de la llegada de los extranjeros -así los denomina el narrador a los europeos, los españoles, que vendrán a conquistar un espacio sobre la base de un imaginario o constructo entre fieles e infieles o paganos. Es decir, el trasvasije de las ideas medievalistas de la historia al momento de llegar a un nuevo espacio que en sus cartas, memoriales y crónicas denominaron el finis terrae o Nuevo Mundo. – La programación narrativa está realizada sobre la base de una voz autorial que relata en primera persona -el propio Michimalonco- los eventos que se despliegan ante el lector/a: “Los espíritus de la tierra nos observan ceñudos y en el aire se agitan los pillanes del trueno y del relámpago. Violentas ráfagas de viento baten los brazos de lengas y raulíes. Inalef y yo nos esforzamos por mantener el tranco, aunque el agua y el granizo nos enceguecen”, así comienza la narración. En determinados momentos el enunciante narrativo se ausenta y se transparenta otro locutor que adopta una perspectiva del dominio narrativo como un sujeto omnisciente: “A mediados del verano, Michimalonco y Nahuel llegaron finalmente a su aldea. Ambos se sorprendieron al encontrar a sus familiares en buenas condiciones”. Sin embargo, quien mantiene a lo largo de la trama el relato es el narrador básico, es decir, Michimalonco. En consecuencia, la novela de León se nos plasma como una especie de narración autobiográfica del personaje protagonista. Todo lo anterior encapsulado en la ficción. No todo lo que leemos es historiográfico. Juan Gustavo León, sin duda, se documentó detalladamente en el personaje del lonko para tematizar la trama narrativa, pero el elemento añadido surge y aflora para darle la consistencia de lo ficcional a la historia. El encadenamiento de los sucesos es de largo aliento. Esto significa que la novela despliega ante el receptor real, el lector histórico, un amplio tiempo y espacio en la existencia del lonko protagonista. El cronotopo bajtiniano es que la obra de León se articula ab initio hasta el desenlace de la vida de Michimalonco. En este sentido, el lector/a se enfrenta al desenvolvimiento de una vita. Michi, es hijo de un lonko mapuche; tempranamente es enviado al Cuzco, al centro del imperio incásico, con el fin de recibir una educación completa para que luego pueda volver a su terruño y encabezar y formar mapuches que sirvan a los incas para expandir el imperio más allá del río Maipo. La novela de León tiene 37 capítulos -algunos breves, otros más largos- que se desenvuelven o transitan escriturariamente sin una división mayor como la distinción en partes. Sin embargo, el lector/a podrá percatarse que hay dos instancias que fundamentan como núcleos narrativos la trama del lonko, de Michimalonco. La primera está constituida por todo lo que acontece durante su permanencia en el Cuzco, en el corazón del imperio, donde conocerá a quien será su mujer Aklla, la esposa ideal como la llama, y recibirá la formación adecuada, especialmente en lo relativo a lo bélico para concretar los propósitos de los príncipes y principales incas en el sentido de ampliar el imperio. En este primer segmento el lector/a se adentra en la cosmovisión y estructuras del mundo incaico, así como de las intrigas que paulatinamente llevarán al ocaso del imperio que se acrecentará cuando lleguen los extranjeros. La segunda parte de los núcleos narrativos nos mostrarán al lonko convertido en Michimalonco. El retorno del protagonista a la tierra –mapu– suya provocará una revolución en su ser interior. El regreso no será lo que tenían planeado los imperiales incas, sino que Michimalonco asumirá un rol como liberador de su pueblo. La rebelión encabezada por él en conjunto con los demás lonkos del valle de Aconcagua, Mapocho y Cachapoal, llevará al enfrentamiento brutal y bélico. En la descripción narrativa de las batallas y combates, el narrador amplifica la acción como en un friso o mural, lo que hace al lector/a casi presenciar imágenes cinematográficas de un relato épico. En este segmento segundo, la llegada de los extranjeros -los españoles- conforman un nuevo espacio. Han llegado otros sujetos históricos con una cosmovisión de mundo diferente y estrategias bélicas que se asientan en un aparataje guerrero desconocido. En este momento hace su aparición Pedro de Valdivia como un actante significativo cuyo corazón terminará en las manos de sus enemigos.

En síntesis, la novela de Juan Gustavo León es muy interesante de leer, especialmente para aquellos que gusten de esta modalidad narrativa de la novela histórica. León, no nos cabe la menor duda, que maneja con habilidad los recursos y la retórica literarias, lo que le permite ser, por tanto, un autor que debe ser leído. El receptor podrá percatarse de las cosmovisiones del mundo incásico, sino también del mapuche tanto es su modus vitae como en las lenguas. De más está decir que en un relato de esta amplitud confluyen múltiples acontecimientos, motivos literarios y personajes; estos que están en la historiografía y otros que conforman el elemento añadido. Nos da la impresión de que Pedro de Valdivia, el conquistador, será el próximo personaje tematizado, pues esto queda como una motivación en la finalización de esta novela inmejorable.

Por admin

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