Habiendo transcurrido más de un siglo de la primera edición, “Azul” de Rubén Darío no es una pieza de museo, aunque pueda parecer en estos tiempos posmodernos una antigualla sin valor. Todo lo contrario: sigue manteniendo su lozanía con que lo escribió el joven Darío, pues es un libro inaugural que abrió las ventanas del arte.

Eddie Morales Piña. Profesor Titular. Universidad de Playa Ancha.

El nombre del poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) está indisolublemente unido a Valparaíso, puesto que en este puerto se publicó por primera vez el libro “Azul” en 1888, dando con ello inicio a lo que se ha denominado el Modernismo en la literatura. Darío había llegado a Chile en junio de 1886 a bordo del barco “Uarda” –tal como lo expresa en su “Autobiografía”– siendo un joven en busca de nuevos horizontes “y a causa de la mayor desilusión que puede sentir un hombre enamorado”.

En agosto de aquel año, Darío se trasladó a Santiago donde entrará en contacto con los intelectuales de la época, entre los que se encontraban Manuel Rodríguez Mendoza, Vicente Grez, Luis Orrego Luco, entre otros. Estos dos últimos son autores de dos emblemáticas novelas chilenas del siglo antepasado: “El ideal de una esposa” (1887) y “Casa grande” (1908). En la capital establecerá una estrecha amistad con Pedro Balmaceda Toro, el hijo del presidente mártir. En Santiago se desempeñó como periodista en el diario “La Época”, labor que había desarrollado en su natal patria. En 1887 retorna al puerto de Valparaíso ingresando a trabajar en la Aduana. Como escribe Juan Loveluck en la introducción a una de las ediciones del libro: “Lo mejor que quedó de ese raro empleo para un poeta es un cuento “El fardo”, ambientado en los muelles y acunado por los ruidos de las cadenas, las grúas y el silbar de las sirenas”. El poeta en Valparaíso hará amistad con Eduardo de la Barra. Se aproximaba el momento en que daría a luz el libro que lo llevaría a la gloria poética hasta el día de hoy. El 30 de julio de 1888 saldría la obra desde la Imprenta Excelsior con un prólogo de Eduardo de la Barra y una dedicatoria a Federico Varela, que en la edición siguiente desaparecerán.

El poeta Rubén Darío forma parte de nuestro imaginario poético, pues desde la enseñanza primaria –o básica, como se la conoce desde hace años- su nombre ha estado incorporado en las lecturas recomendadas en la labor pedagógica. Desde mi experiencia lectora mi incursión por los versos y prosas del nicaragüense estuvo en las antologías con que se enseñaba literatura. “El fardo”, por ejemplo, lo leí en uno de estos libros. La edición de “Azul” que poseo hasta ahora corresponde a la realizada por la Editorial Zig-Zag de Santiago de Chile en 1953 y que contiene el famoso prólogo del escritor español Juan Valera; además de la introducción y notas de Loveluck. El libro lo adquirí en la Librería “El Pensamiento” de Valparaíso que estaba ubicada en la calle Victoria. La librería tenía la característica de tener textos en liquidación o a módicos precios que se ofrecían al eventual lector en unos mesones donde uno iba leyendo los lomos de los libros. En una de esas visitas a la mencionada librería siendo estudiante universitario a principio de la década del setenta, di con el libro de Darío. El color de la portada es –paradojalmente- de color verde (en realidad, era el color de la colección de autores extranjeros, pues la de escritores chilenos era de color rojo). La edición de Zig-Zag reproduce la de 1890 realizada en Guatemala donde el poeta agrega y quita algunos elementos. Para nadie es un misterio que gran parte del material acopiado en la edición de 1888 había sido publicado por Darío en diarios y revistas de la época.

La publicación de “Azul” de Rubén Darío tal como lo ha manifestado la crítica a lo largo del tiempo dio origen al Modernismo. En torno a la palabra y a su ligazón con la producción dariana ha dado como resultado múltiples resonancias interpretativas. De entre todas ellas, está la que considera que el Modernismo es una generación literaria cuya figura epónima es Darío. No hay duda que la emergencia de la obra “Azul” marcó una época y una impronta; una sensibilidad poética que recogerá diversos modos expresivos, tópicos y motivos literarios provenientes de distintos canales estéticos y que tuvieron en Darío su plasmación artística. Los grandes temas narrativos de dicho libro son –como bien lo dice Loveluck-: fantasías de inspiración francesa y helénica; cuentos con “toques finamente eróticos”; de contenidos satíricos y nostálgicos; mientras que en los poemas, especialmente los cuatro de “El año lírico” se “distinguen por su cromatismo, su brillantez y la agilidad de la versificación”. Mientras que el gran tema de la poesía de “Azul” es lo erótico y lo sensual.

Habiendo transcurrido más de un siglo de la primera edición, “Azul” de Rubén Darío no es una pieza de museo, aunque pueda parecer en estos tiempos posmodernos una antigualla sin valor. Todo lo contrario: sigue manteniendo su lozanía con que lo escribió el joven Darío, pues es un libro inaugural que abrió las ventanas del arte.

Una lectura desapasionada de la obra, sin duda, que nos lleva a apreciar la prolijidad del lenguaje de la escritura. Es allí –tal vez- donde se encuentra el encanto de los cuentos y los poemas de “Azul”. El lenguaje dariano se transforma en el verdadero protagonista de los textos. Por eso que es interesante lo que dice Vargas Llosa, en el sentido de que Darío se convirtió en un “artista puro” donde “la divinización de la belleza justifica, automáticamente, la evasión”. Y una de las formas de evadirse, argumenta el escritor peruano, es, precisamente, a través del lenguaje: “Darío no utiliza el lenguaje como instrumento: hace de él un valor. El estilo, por eso, está siempre presente en “Azul”: es lo más visible, lo más evidente (…) el lenguaje se yergue como una riquísima muralla de armonías, ritmos y colores, dotada de ciertos poderes (…). El estilo, de este modo, prima en “Azul” sobre todo lo demás: los temas cumplen una función secundaria”.

En los 130 años de “Azul” volvamos a Darío, quien pensaba que lo azul era “el color del ensueño”. El azul que seguramente supo apreciar en el cielo y en el mar de Valparaíso. Y este azul marcó el estilo al que aludía el Nobel peruano.

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