Generacionalmente, Skármeta pertenece a aquella que se estaba gestando en el momento en que vino el golpe militar de 1973 en Chile. Una generación que se situaba en un sentido diferente a la vigente: que conocemos como la del 50. También nuestro autor se adscribe a la novela de la desacralización donde advienen las problemáticas de la época del estropicio.

Eddie Morales Piña. Crítico literario.

Probablemente uno de los primeros microcuentos o relatos brevísimos que conocí como experiencia lectora hace años atrás fue uno de Antonio Skármeta, el escritor chileno Premio Nacional de Literatura 2014, quien acaba de cumplir los ochenta años desde su nacimiento en Antofagasta en 1940. El microrrelato le dio nombre a un volumen de cuentos de Skármeta con el que había ganado el prestigioso Premio Casa de las Américas de Cuba en 1968. Este libro se publicó el año siguiente en la Editorial Sudamericana de Buenos Aires. Estábamos en los prolegómenos del Boom de la literatura hispanoamericana cuando irrumpió nuestro escritor con un volumen de cuentos que no le iban en zaga a su primer libro titulado “El entusiasmo” de 1967.

El microrrelato es el siguiente: “¿Y qué pretendes? ¿Qué viva desnudo en el tejado?” Este texto cerraba la colección del libro donde estaban memorables escritos que han sido más de una vez antologados. La obra se denominaba “Desnudo en el tejado” y la portada de la edición mostraba a un hombre ubicado en lo alto de una casa. El dibujo podríamos decir que era un tanto surrealista. Como todo relato hiperbreve, este de Skármeta tiene varias resonancias a gusto de quien lee.

Me enfrenté a esta obra segunda de Skármeta cuando era un adolescente de la educación media –exactamente tenía dieciséis años y el libro me lo habían comprado en la Librería Orellana de la calle Esmeralda en Valparaíso. Los cuentos los leí con mucho entusiasmo, tal vez por la edad como lector, pero más que nada porque sus protagonistas derrochaban un vitalismo juvenil con el que cualquiera se identificaba. Hace pocos años atrás cuando coincidimos con Skármeta en un encuentro donde él fue invitado, le comenté que había vuelto a una relectura de estos cuentos, y me preguntó si aún conservaban ese espíritu juvenil. Le repliqué que sin duda mantenían ese ímpetu con que fueron escritas las historias. Por eso que miró con esos ojos y sonrisa que lo identifican cuando le mostré el libro para que pusiera una dedicatoria donde efectivamente dice “estos cuentos de juventud”.

“Desnudo en el tejado” tiene, a lo menos, tres cuentos que me siguen resonando en la memoria remota –aunque como le manifestaba en aquella oportunidad al escritor había retornado a la obra, y ahora mismo para escribir esta crónica skarmetiana he hecho una re-relectura del libro. Nunca se podrá olvidar la historia de El ciclista del San Cristóbal, A las arenas, o  Pajarraco, ni menos el microcuento. La historia del ciclista es imborrable porque en ella se muestra efectivamente lo que podría ser la estética o la concepción poética de los relatos de Skármeta mediante un lenguaje vitalista, donde se nos muestra a pesar de una situación trágica el entusiasmo y lo voluntarioso del protagonista. Lo mismo acontece con aquel relato situado en un espacio no chileno donde sus personajes venden su sangre para fines inmediatos en medio de la desesperanza que, al final, no es más que una suerte de acicate para seguir bregando. O en el tercero de los nombrados donde aparece un narrador iconoclasta que hace irrisión de lo sagrado pero dentro de un espíritu alegre y jocoso, lo que se demuestra desde la  dedicatoria A Alfred Hitchcock y su mención subliminal a la clásica película del maestro del suspenso.

Generacionalmente, Skármeta pertenece a aquella que se estaba gestando en el momento en que vino el golpe militar de 1973 en Chile. Una generación que se situaba en un sentido diferente a la vigente: que conocemos como la del 50. También nuestro autor se adscribe a la novela de la desacralización donde advienen las problemáticas de la época del estropicio. En otras palabras, Skármeta pertenece a la generación de escritores y escritoras de la diáspora de la literatura chilena. En sus cuentos siguientes el fenómeno del exilio y del desarraigo se harán presentes al igual que en sus novelas más paradigmáticas, incluida la famosa “Ardiente paciencia”.

El ejercicio de la memoria y del rescate de la historia como me gusta hacerlo en mis escritos, no puede dejar de lado una antología emblemática de Skármeta porque formó parte de un proyecto cultural del gobierno del presidente Allende. En el mes de mayo de 1973 la Editorial Quimantú publicaba una selección de los relatos de Antonio Skármeta con un prólogo de otro escritor imprescindible de la literatura chilena e hispanoamericana, Ariel Dorfman. El libro lleva por título “El ciclista del San Cristóbal” y tiene una portada muy significativa acorde con la estética de aquellos años. Dorfman en la introducción desborda de entusiasmo –al parecer la palabra es la signatura de la escritura de Skármeta- por el proyecto literario del autor, que se enmarcaba en la época histórica que estaban viviendo y que pronto se truncaría. Dorfman escribe que “el aporte más original y renovador de Skármeta está precisamente en la frescura y desabrochamiento de su lenguaje. El autor trata su prosa exactamente como los protagonistas tratan sus vidas (…) Contra el lenguaje que esconde la realidad, Skármeta tira sus insolencias y la picardía y audacia de sus héroes”. Finalmente, destacaba en el prólogo el relato El cigarrillo porque mostraba una nueva faceta en la escritura de Skármeta, en el sentido de una literatura comprometida en medio del proceso histórico que experimentaba Chile.

Recientemente, el escritor mexicano Juan Villoro publicó una nueva antología de Skármeta con el título de “Los nombres de las cosas que allí había” (2019) –frase tomada de uno de sus cuentos- donde vuelven a aparecer relatos emblemáticos como los citados y otros que muestran la imaginación escrituraria y la estética skarmetiana. En definitiva, Skármeta es un maestro del relato que sigue tan lozano y entusiasta como en sus primeros tiempos.

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