La recopilación de “El escándalo del siglo” le permite al lector de la narrativa de García Márquez el reconocimiento de varios elementos propios de la escritura de ficción que se van desplegando en la obra periodística

Eddie Morales Piña. Crítico Literario.

En la literatura hispanoamericana contemporánea, la figura del Premio Nobel Gabriel García Márquez (1927-2014) es paradigmática para entender la relación tensiva entre el quehacer periodístico y la creación literaria. De acuerdo a su biografía, el autor de “Cien años de soledad” hizo sus primeras ejercicios escriturarios en periódicos y revistas colombianos donde publicaba crónicas y reportajes. Con el pasar del tiempo, Gabo –como le decían- nunca abandonó los formatos propios del periodismo. La tensión narrativa entre periodismo y literatura queda puesta de relieve en una antología de cincuenta textos suyos publicados entre 1950 y 1987 bajo el título de “El escándalo del siglo”.

La relación tensiva se hace presente, por ejemplo, en su novela “Crónica de una muerte anunciada”, publicada en 1981. Es indudable que su oficio como redactor y periodista, llevó a García Márquez a focalizarse en un hecho luctuoso ocurrido en la ciudad de Sucre donde en 1951 había sido asesinado a machetazos un joven estudiante de medicina, acaudalado, y un buen partido (como se decía, entonces), sin saber por qué moría de tal modo en un confuso incidente de honor. Lo más probable es que García Márquez haya seguido de cerca este crimen, y como todo escritor lo consideró apropiado para llevarlo a la ficcionalización. De esta manera, este asunto –es decir, aquello que es ajeno a la obra literaria, pero que va a influir en su contenido-, le servirá al escritor colombiano, treinta años después, de fuente de inspiración para estructurar “Crónica de una muerte anunciada”, que en su propio título conecta al lector con una de los géneros del periodismo. Los elementos de la realidad se ficcionalizan a través de la retórica propia del discurso literario; el narrador ha introducido los cambios, las alteraciones o las modificaciones de la realidad extratextual para convertirla en materia eminentemente imaginaria. El relato de García Márquez conserva en su título la huella de su origen: es una crónica.

La relación entre literatura y periodismo tenía, sin embargo, un antecedente significativo en la producción del Premio Nobel, puesto que en 1955 publica en El Espectador de Bogotá su célebre serie de reportajes en torno al marino Luis Alejandro Velasco, único sobreviviente de un total de ocho tripulantes que había caído al mar durante una tempestad y que iban a bordo del destructor “Caldas”. En El Espectador durante catorce entregas el marino Velasco le contó al reportero García Márquez su peripecia en el mar, siendo publicadas bajo el título de “La verdad de mi aventura”. Este reportaje en 1970 terminará convertido en un libro antecedido de un prólogo escrito por García Márquez donde aporta datos que desdicen la imagen del marino que se daban de él al momento de la escritura del reportaje. La edición de Tusquest de 1970, presenta el texto con un hiperbólico título: “Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de belleza y hecho rico por la publicidad y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”. La mezcla de ficción y realidad estaban presentes en el reportaje de los cincuenta, -convertido luego en una cuasi novela breve-, dándole al relato un carácter fantástico. El narrador dice al finalizarla: “Algunas personas me dicen que esta historia es una invención fantástica. Yo les pregunto: Entonces, ¿qué hice durante mis diez días en el mar?

La recopilación de “El escándalo del siglo” le permite al lector de la narrativa de García Márquez el reconocimiento de varios elementos propios de la escritura de ficción que se van desplegando en la obra periodística. Como sostiene el editor, los textos antologados dan una muestra significativa “del oficio que siempre consideró como la fundación de su obra. Los lectores de su ficción encontrarán en muchos de estos textos una voz reconocible, la formación de esa voz narrativa a través de su trabajo periodístico”. Efectivamente, desde las primeras crónicas y reportajes, así como comentarios, artículos de opinión y otras discursividades, se va constituyendo una auténtica forma expresiva que más adelante se reconocerá como garcimarquiana.

García Márquez, periodista, logra atrapar al lector desde el principio de cada uno de los textos de esta antología. La apertura de la discursividad no deja de sorprender a quien lee (y leyó en el momento de emergencia de los textos) y la fluidez del discurso se despliega con naturalidad desde los textos juveniles hasta los de su madurez creativa. Sin duda que el editor ha tenido el acierto de escoger como título del libro uno de los subtítulos de la serie de crónicas que publicó García Marquez en El Espectador de Bogotá en 1955, en torno a un enigmático caso policiaco sucedido en Italia, y que él mandaba desde Roma al periódico. En el artículo que se llama “La casa de los Buendía (Apuntes para una novela)” se nos aparece Aureliano Buendía, mientras que en “Mi Hemingway personal” declara su admiración por el escritor norteamericano sin olvidar a Faulkner. Pongo estos de ejemplo porque quedan en nuestra memoria como una muestra palmaria de la escritura periodística de Gabriel García Márquez: para él el periodismo era “el mejor oficio del mundo”, en tanto que en más de una oportunidad se encargaba de repetir: “Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodistas, aunque se vea poco”.

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