Ilustración de Francisco Olea. Texto de Eddie Morales Piña. Profesor Titular. Universidad de Playa Ancha.

En este día martes 23 de enero de 2018 ha muerto don Nica, don Nicanor Parra. El antipoeta como se le conoció en esta vida ha fallecido más que centenario y ha resucitado para la inmortalidad de las letras universales. Nacido en 1914, Parra ha sido uno de los creadores líricos más significativos de la literatura chilena contemporánea. Su producción escrituraria se enmarcó dentro de lo que se ha denominado la antipoesía y lo posicionó como una figura insoslayable en el arte literario.

La antipoesía parriana es una creación que no niega, por supuesto, “la poesía, sino lo gastado y convencional de cierta poesía precedente: la que en su momento apadrinaron –entre otros- Huidobro y Neruda”, como lo indica Ibáñez Langlois, un parriano reconocido, quien agrega que los poetas recién nombrados “habían luchado por una mayor libertad de la expresión verbal, pero, como ocurre pendularmente en la historia de la literatura, tal libertad derivó en rigideces y retóricas un tanto vacías: en aquello que el propio Parra, con lenguaje poco académico, pero muy gráfico llamó los metaforones de los años treinta”.

Efectivamente, la antipoesía de don Nica se planteó frente al discurso poético institucionalizado o canonizado, como una discursividad alternativa que va a privilegiar esencialmente el uso de la lengua y el habla cotidianas de un hablante común y corriente, como el principal instrumento para descentrarlo mediante el uso de una retórica atrevida y sorprendente, plena de humor y de ironía, absolutamente carnavalesca, que llevará –en un primer momento- al desconcierto.

El blanco contra el cual apunta el arma antipoética –escribe Ibáñez Langlois- es, en suma, lo poético: las palabras prestigiosas, las imágenes inútilmente oscuras, los sentimientos sublimes, las experiencias irreales, las gratuidades de pacotilla, y sobre todo la mortal seriedad con que el hablante poético se tomó a sí mismo, tras el cultivo mitológico de su yo: Yo el Poeta, el Vidente sacerdotal, el Centro del Mundo”. Por su parte, el crítico R. Jara argumenta que en la poética antipoética de Parra subyace un evidente carácter democratizador del acto poético: “El objetivo central de su actividad poética, desde la publicación de Cancionero sin nombre en 1937, ha sido la democratización de la poesía. En ello estuvieron presentes la obra poética de Federico García Lorca y de Walt Whitman, los modelos tradicionales del romancero, la poesía popular española y su extensión chilena durante el siglo diecinueve, la vena paródica de una caballería que culmina en Cervantes, la mordacidad de Quevedo, el sentimentalismo de Gustavo Adolfo Bécquer, el sentimiento absurdo de una existencia victimada por la sociedad, canalizados en el ademán ingenuo del que no comprende que se halla tanto en Kafka como en Chaplin y en los representantes de los estratos populares chilenos. Todos ellos configuran una parte del intertexto que el mismo Parra reconoce activo en esa `poesía que amalgama popularismo y sofisticación”.

El aparente prosaísmo de la creación poética parriana busca las propiedades radicales del lenguaje, las más ocultas y resistentes a los recursos poéticos convencionales. Como lo sostiene J. Ortega, la obra de Parra es una actitud ante el lenguaje: “una poesía que ha generado instancias marginales desde donde enunciar el contralenguaje de la crisis”.

Quedémonos, por ahora, con estos versos de don Nica: “Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa”.

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