La novela del Lazarillo es, no cabe la menor duda, un clásico de la literatura española del siglo XVI. Como explicaba el sobresaliente escritor Italo Calvino, un clásico literario es aquel autor u obra a quien uno lee como si fuera la primera vez.

Eddie Morales Piña. Crítico literario.

Creo que una de las imágenes literarias que me quedó en la memoria es una de las que acontece en la novela anónima a la que dedicaremos estas líneas. La situación narrativa sucede en el primer tratado –ahora diríamos en el capítulo inicial-, y en él el protagonista que está sirviendo a un ciego como su lazarillo ante la orden de aquel de que allegue su oído a un animal de piedra en las afueras de Salamanca, el narrador que es el propio Lázaro argumenta que: “Yo simplemente llegué, creyendo ser ansí. Y como sintió que tenía la cabeza par de piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: “Necio, aprende: que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”.

Como el lector comprenderá se trata de la novela “La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades”, publicada en 1554, sin indicación de su autor, en Burgos, Alcalá de Henares y Amberes. Con este relato se da origen a una de las corrientes novelescas más significativas de la época moderna y se instituye uno de los personajes típicos de la literatura universal. La novela picaresca y el pícaro tienen en este relato su referente esencial. Pues bien, la primera vez que me aproximé como lector al Lazarillo fue en uno de mis cursos de la enseñanza media. El texto venía al interior de la Antología de Literatura para Tercer año medio del profesor Florencio Valenzuela Soto. Este libro lo tengo a la vista al momento de redactar la crónica para el avisado lector. No posee fecha de publicación, pero tiene que haber sido en 1970 en que leí la vida del Lazarillo de Tormes, pues al año siguiente egresé de la enseñanza media y entré a estudiar Pedagogía en Castellano en la Universidad de Chile en Valparaíso. Entre paréntesis, don Florencio sería mi profesor de metodología de la enseñanza del Castellano, y me supervisaría mi práctica profesional en un liceo de Playa Ancha hace unas cuantas décadas atrás.

Cuando me correspondió cursar Literatura Clásica Española en la universidad, se volvió a aparecer el Lazarillo. Allí lo releí en ediciones de los clásicos castellanos que buscaba en los anaqueles de la biblioteca de la Facultad de Educación y Letras en lo que hoy es la Casa Central de la Universidad de Playa Ancha. El profesor que nos daba la asignatura era Luis Soto Escobillana , quien ponía énfasis en el famoso “caso” que plantea el relato. El desocupado lector debe recordar que la novela es una explicación dada por el narrador –que como dije es el propio protagonista- acerca de la situación sentimental que vive: no la explicito porque aquí descansa uno de los resortes motivacionales de la novela picaresca. Además, recuerdo bien que el mencionado profesor -que ya no está en este mundo, proponía el erasmismo del relato y hacía hincapié en la profunda crítica que el autor hacía de la Iglesia católica y de sus clérigos. Todo lo cual, evidentemente, es valedero.

La novela del Lazarillo es, no cabe la menor duda, un clásico de la literatura española del siglo XVI. Como explicaba el sobresaliente escritor Italo Calvino, un clásico literario es aquel autor u obra a quien uno lee como si fuera la primera vez. En otras palabras, un clásico es una obra imperecedera que no pierde nunca vigencia y mantiene a lo largo del tiempo su lozanía escrituraria con que fue concebida. Esto es lo que acontece con las fortunas y adversidades del Lazarillo de Tormes: uno vuelve al texto una y otra vez y descubre su riqueza narrativa, no sólo porque en ella hay indudables elementos de entretención y humorísticos, sino porque además hay una revelación del momento histórico en que su autor la crea y la da a conocer: se trata de un texto enormemente crítico de la sociedad de su época.

La novela está escrita retrospectivamente, pues Lázaro desde su adultez se remonta al principio de su historia para narrar linealmente su vida que no será otra cosa que la explicación del “caso”. Estructuralmente, el relato está constituido por un prólogo y siete tratados. En el primero, Lázaro da cuenta de por qué escribe la historia y de su vida, mientras que en los tratados –desiguales en su amplitud- se narran las peripecias del pícaro con sus distintos amos a quienes sirve y de los que va extrayendo una enseñanza.

Este clásico relato que como dije tiene la gracia de dar origen a la novela picaresca hispánica, tuvo un extraordinario éxito en su tiempo, pues provocó varias secuelas, entre las que se cuentan “La segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes” de Juan de Luna (1620) y en el siglo XX la obra de Camilo José Cela, “Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes” (1944). Por otra parte, no hay que olvidar que en el Barroco del siglo XVII hispánico muchos autores siguieron la fórmula narrativa del Lazarillo (novela autobiográfica e itinerante), como “Guzmán de Alfarache” de Mateo Alemán, “La pícara Justina” de Francisco López de Úbeda y “Vida de Buscón don Pablos” de Francisco de Quevedo.

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